Pues ya está. Alicantinos ya es historia. Para mí, una entrañable historia, que durante un año ha recogido relatos
de vida no tan entrañables, reflejos de una sociedad que maltrata a su futuro. Testimonios
que no han hecho más que intentar reflejar el día a día de jóvenes alicantinos, bien
formados en su mayoría, que se han visto (y se siguen viendo) obligados a
emigrar para encontrar una oportunidad laboral. Para muchos, su primera
oportunidad en el mercado laboral, tras intensos años de formación. Después de 75 testimonios (si no fallan
las cuentas), me resulta sencillo saber cómo se lleva el día a día fuera de
casa. O eso creo. Muchos de estos jóvenes, sin embargo, intentaban decorar esa
realidad con la que lidian en el extranjero; aunque, tras conversaciones que rondaban la hora larga
e innumerables intercambios de correos, pocos conseguían mantener puesta esa
careta a sus respectivas vidas. Imagino que esa pose no la exhibían por
vergüenza, sino para evitar mayores preocupaciones a los que les esperan en
casa: familiares y amigos, los grandes olvidados de este terrible proceso social. Repasaba
ayer las decenas de relatos para dar forma al artículo de despedida y me venían
a la cabeza recuerdos de todos ellos… Y es lógico, porque durante un año he
estado entrando varias veces por semana en casas ajenas para acabar contando lo que allí se respiraba. No siempre lo habré conseguido, pero la
voluntad ha estado presente.
Hablaba de recuerdos, porque este
año está plagado de ellos. Los que pasáis por aquí y habéis tenido la fortuna
(sí, fortuna) de conocer el ritmo de una redacción convendréis conmigo que en
la mayoría de los casos resulta difícil (por no ser más contundente, con un
imposible) hacer propias todas las historias que contamos, ya sea una redacción de radio,
televisión o prensa. La vorágine atrapa y te hace saltar, sin querer, de un
tema a otro, sin pausa, casi sin pensar. En mi caso, la serie “Los nuevos
emigrantes alicantinos” me ha permitido darle continuidad al trabajo, contando
semanalmente historias diferentes, pero con muchos puntos en común. Con una
dedicación temporal y personal que pocos conocen, he disfrutado de la calma suficiente para reposar las historias, ir conociendo poco a poco a sus actores, en pequeñas píldoras, hasta que un domingo acababan plasmadas en papel. Y claro que ha
habido malos días, con estrés, esperando que llegaran unas fotos desde el otro lado del charco o que
cualquier chaval me cogiera la conferencia de turno en horas intempestivas… Pero todo eso no dejan de
ser anécdotas de un año difícilmente inolvidable.
Todo empezó hace justo un año, o
un poquito más. Sería principios de julio cuando recibí un encargo del jefe:
queremos reflejar las historias humanas de esos jóvenes alicantinos que están emigrando.
Dicho y hecho. En apenas unos días, se publicó el primer testimonio. Fue de los
mejores, o con ese cariño conservo el recuerdo. Se llamaba Luis, no era un crío
y vivía en Suiza. Este contacto me lo pasaron, pero luego hubo que estrujarse a
diario la cabeza para conseguir más y más historias. Más de un centenar habré manejado... Porque las hay (cientos y cientos), sí, pero no
siempre resulta sencillo acceder a sus protagonistas. Lo que se ha vivido en el backstage daría para escribir un libro. Seguro.
Así que llegados a este punto no
puedo más que agradecer a todas aquellas personas (ni me planteo enumerarlas, sería una temeridad imposible de llevar a buen puerto)
que han colaborado desinteresadamente en la serie de reportajes. Algunos
compañeros, muchos amigos y un puñado de desconocidos que, en persona o a través de las redes
sociales, me han facilitado el contacto con esos jóvenes nuevos emigrantes
alicantinos.
Pero hay dos «gracias» especiales. A una
amiga, Marisol, que no dudó desde el primer instante en mostrarme su apoyo, con
sugerencias, recomendaciones, interesándose por las historias y con palabras de
aliento en aquellos momentos más grises. Y a un amigo, Carlos, por todo. Durante
un año, ha sido parte activa del reto. Aguantando a diario los “lloros” cuando las cosas
se complicaban, desbordándome a consejos desde el primer día y hasta ayer mismo,
escuchando las historias antes de publicarse y leyéndolas con puño de hierro ya en papel, compartiendo las inquietudes de los chavales, debatiendo sobre una
sociedad, la nuestra, capaz de expulsar sin rubor a sus jóvenes…
A todos ellos, desde el más
primordial hasta aquel que me facilitó un contacto que nunca llegó a publicarse…
¡¡GRACIAS!! Gracias por soplar para que haya podido nadar a favor de corriente.