28 de junio de 2011

Silencio. Hablan los necios...

Transparencia frente a Fuenteovejuna (Tribuna de los directores de ELPAÍS en sus 35 años de historia: Cebrián, Estefanía, Ceberio y Moreno)


Durante los últimos días los lectores de EL PAÍS habrán podido comprobar que numerosas informaciones, reportajes y entrevistas han salido publicados en el periódico sin las firmas de sus autores. Ello se debe a la iniciativa de una asamblea de redactores que decidió adoptar dicha actitud como medida de presión durante las negociaciones del convenio colectivo de la empresa editora del periódico. Queremos expresar claramente, al margen del desarrollo de dichas negociaciones, que a nuestro juicio dicha postura va contra las normas del ejercicio profesional, al involucrar el contenido del periódico en un contencioso laboral.

Desde el inicio de EL PAÍS se mantuvieron nítidamente separados el ámbito profesional del laboral, y por ello los representantes de los periodistas se agrupan en dos organismos distintos, el comité profesional y el comité de empresa, para, respectivamente, debatir asuntos relativos al ejercicio de la profesión, y negociar los temas estrictamente laborales con la dirección del periódico. Naturalmente, cualquier periodista tiene derecho a no firmar lo que no quiera, y así se respeta en el Estatuto de la Redacción de EL PAÍS, pero este es un derecho relacionado con la cláusula de conciencia, y por tanto, individual, y de ninguna manera colectivo. Los contenidos del periódico, el derecho de veto sobre los originales, el diseño del producto, las normas a aplicar y la línea editorial son responsabilidad exclusiva del director del mismo, según el Estatuto de la Redacción. Este regula los derechos y deberes profesionales de los periodistas, la dirección y la propiedad del medio, y fue aprobado en junta general de accionistas. De ningún modo puede alterarse su contenido de modo unilateral sin modificar las bases de este pacto que regula el equilibrio de las tres partes.

Nos parece una grave falta de respeto a los lectores manipular la presentación de trabajos que por su estilo y su propia naturaleza encierran valoraciones, opiniones, comentarios y análisis de quien los hace y, sin embargo, no los firma.

Ni el periódico comparte necesariamente esos puntos de vista ahora anónimos (que aparecen bajo la referencia de EL PAÍS, sin que lo sean), ni el lector puede hacerse una cabal idea respecto al significado de los mismos, habida cuenta que desconoce su autoría. La transparencia es una exigencia indeclinable de un periodismo digno, responsable y de calidad, que no puede refugiarse tras la protesta opaca del Fuenteovejuna de turno. Cada discusión, a su ámbito: ocultar la autoría de una crónica, una entrevista o reportaje, en virtud de una decisión colectiva que nada tiene que ver con el contenido de dichos trabajos, atenta contra la deontología y el buen hacer profesional, y daña la relación normal con los lectores.

Desde la fundación de EL PAÍS nos hemos esforzado por hacer valer unos principios cuya quiebra nos parece de una gravedad sin precedentes, y una marcha atrás en la forma de hacer de la Redacción. Quienes hemos dirigido EL PAÍS durante sus 35 años de existencia pedimos disculpas a nuestros lectores por lo que constituye una falta de consideración a sus derechos. Por lo mismo, creemos que hay que tomar las medidas necesarias para recuperar el crédito perdido y que nadie siga afectando a la calidad de EL PAÍS y a su relación con sus lectores de modo tan irresponsable. Resuélvanse los problemas laborales en el terreno laboral y los profesionales en el suyo propio, sin tomar de rehenes a los lectores, que son en última instancia aquellos para los que todos debemos trabajar.

16 de junio de 2011

Una decisión en un monólogo improvisado

Un día cargado este recién abandonado 15 de junio. Muchos frentes abiertos… y una decisión. Arranca la jornada con la vista puesta en Barcelona. Los ‘indignados’, que pierden las razones con el paso de los minutos, increpan y agreden a diputados a las puertas del Parlamento catalán. El presidente Mas debe echar mano de un helicóptero para poder esquivar la violenta concentración. Pero aquí no pasa nada. Hoy, ya se ha superado la delgada línea roja. Aunque, creo, que nosotros fuimos testigos de excepción de cómo se puede enterrar una buena causa en apenas unos minutos. Los continuados insultos, a sólo unos centímetros de convertirse en agresiones físicas, que se profirieron el pasado sábado a diversos representantes políticos a las puertas del Ayuntamiento de Alicante no oxigenan una democracia puesta en solfa. Todo lo contrario. Ahora, derribado el primer muro, veremos qué será lo siguiente.

Y se cierra (la jornada) con la proeza del Elche en Los Cármenes de Granada. El conjunto de Bordalás, ese técnico que ahora reniega de herculanismo (!), acaricia el sueño del ascenso a Primera tras firmar un empate sin goles ante un rival superior, que mereció más durante los noventa minutos, pero que anduvo esquivo en la suerte de la espada. Dos balones estrellados en los palos, un gol anulado por obra y gracia de Pino Zamorano, diversas ocasiones de evidente peligro y dos penaltis fallados (por un Abel disfrazado de Caín) en el tiempo de prolongación resumen el penúltimo encuentro de la temporada en Segunda. Podría decir que me alegro. Pero también podría decir otras muchas cosas… y no se da el caso.

Y entre medias, entre indignados e indignación (por ver sufrir a mis amigos granadinos, que conste en acta), una de las decisiones más complicadas de mi todavía, espero, corta trayectoria profesional... Bueno, y de mi vida. Tras pensar, repensar, rumiar, meditar, reflexionar, recapacitar, sopesar… te aventuras en dar un paso al frente y te planteas cambiar el rumbo de navegación. Pones parte del botín sobre la mesa, pese a que la mano tampoco invita al optimismo.

Recordaba estos días aquellas Hogueras de 2007, cuando sonó mi teléfono móvil. Al otro lado, una voz femenina me citaba el 2 de julio en la avenida Doctor Rico, 17. Sin pensarlo, respondí con una negativa. Reconozco que me dio vértigo, no me sentía preparada para cumplir, tan pronto, mi sueño. ¿Qué vendría después? En realidad, no quería dar un paso en falso y dinamitar una vieja ilusión. Sin embargo, esa misma voz femenina me pidió que recapacitara, que me tomara unos días para dar la respuesta definitiva. Así lo hice. No olvido tampoco aquel 31 de agosto, cuando todo parecía llegar a su fin.

Y así pasó un verano, un curso… y otro. Y el sueño, mi sueño, ya era parte de la rutina. Parte esencial de la vida. No por ello, dejas de valorar el privilegio de compartir redacción con esas firmas que coleccionabas años atrás. Casi una enseñanza por minuto, un privilegio al alcance de unos pocos afortunados.

Pero un día, sin saber por qué, ya no encuentras respuestas a las preguntas que, periódicamente, te repites. Ésas que te permiten seguir vivo. Desde ese día, un capricho del calendario, dejas de encontrar excusas ante los agravios comparativos. Ya no sabes por qué debes corregir páginas a compañeros de tu mismo rango, ni por qué la norma manda duplicar, triplicar o… la dedicación diaria, tampoco entiendes que los periodos vacacionales te toquen de manera y forma tangencial… Ni mucho menos que la capacidad organizativa se corresponda con la situación contractual. Echas cuentas… y los números rojos campean a sus anchas. Dejas de oír a los que, pese a lo que dice la edad, están de vuelta... y pasas a escucharles, a prestar excesiva atención a sus lamentos. Mal hecho, tal vez. Y por la noche, reflexiones nocturnas de las vivencias diurnas. Luego, por fortuna, suena el despertador y toca regresar a la redacción... A ver, mirar y observar. Oír y escuchar. Aprender y seguir aprendiendo. Con una sonrisa, fomentando el buen ambiente. Como siempre. Pero, demasiado rápido, llega la noche. Y vuelves a pensar, a plantearte el futuro. Recuerdas tu escasa presencia en la Seguridad Social, un organismo en el que debo figurar en el apartado de desechos sociales. Cuatro años de trabajo y apenas trescientos días cotizados. Los ‘ninis’ me superan, fijo. Te olvidas de la futura jubilación y recuerdas que Hacienda te obliga a contribuir a la caja común por percibir retribuciones de dos pagadores distintos… pese a no llegar, ni de lejos, al límite de ganancias mínimas. No entras en discusión, no merece la pena. Pagas y callas. Te desprendes de una nómina… y esperas que vaya a buen recaudo. Pero, al mismo tiempo, evocas la imagen de Ripoll y recuerdas la deuda que cada año contrae con él la Agencia Tributaria. Te quedas más tranquila. Y más ahora tras su caída de la Diputación. Que todo sea por una buena causa.

Sientes lástima. Y piensas que te quejas por vicio, sin razones de peso. Y, en esas, compruebas que el curso ya está acabando, que apenas quedan unos meses para poner punto final al Máster en Comunicación Política y Electoral que me ocupa desde octubre. ¿Y ahora, qué?, te preguntas. Y te pones a buscar alternativas para el curso que entra. Al final, por consenso (al que es fácil llegar cuando te faltan consejos), acabas en otro postgrado. Pero no siempre las fechas cuadran. Y toca elegir.

Valoras pros y contras. Y vuelves a pensar, repensar, rumiar, meditar, reflexionar, recapacitar, sopesar… Al final, concluyes que, si desde septiembre de 2008 el panorama apenas ha cambiado, tampoco debe hacerlo ahora. ¿Razonamiento erróneo? A buen seguro. Y entonces llegan las rampas más difíciles del puerto, cuando la carretera más ‘pica’ hacia arriba. ¿A quién le transmito, en primer lugar, el proyecto de decisión? ¿Y si me la callo y ya la haré pública cuando tenga todo atado y bien atado…? No lo ves justo. Y das el paso. ¿Teléfono, mail o en persona? Correo, que la palabra escrita siempre se puede rectificar. Pides cita. De inmediato, te la dan. Te arrepientes. Cosas de cobardes.

Te escribes un monólogo en la mente, con su introducción, desarrollo y conclusiones. En él, te subrayas las ideas fundamentales, unos principios básicos que vuelan nada más tomar asiento. Respiras, intentas bajar pulsaciones… Quieres empezar a explicar tus razones, esas que tantas horas te han ocupado, y no aciertas ni a recordar cómo arrancaba el texto. Intentas no parecer prepotente, porque crees no serlo. Buscas palabras de agradecimiento por la oportunidad, y sólo encuentras reproches. Te los callas, pero seguro que la mirada no los esconde. Tras mucho esfuerzo, mientras buscas la postura más cómoda en un sofá que siempre te pareció acogedor, hilas un discurso vacío, escaso de argumentos y repleto de incorrecciones. Te maldices. Sientes impotencia. ¿Por qué no consigo repetir algunas de las frases con las que ayer aburrí a la almohada? Te gustaría pedir un “time out” para reestructurar el discurso, pero los segundos se consumen sin remedio. Te sabes en un ambiente favorable. Ni imaginas esa situación en una atmósfera hostil. Tienes enfrente a la persona, por irónica que parezca la vida, que más palmaditas te ha dado en los últimos cuatro años. Por ello, tal vez, te sientes especialmente desagradecida, sucia de espíritu… Pero ya no hay marcha atrás. Agradeces, a trompicones, la confianza... a la vez que renuncias a la mitad de tu vinculación con la empresa. Si nada falla, seguirá en fin de semana... pero no es lo mismo, ni punto de comparación. Renuncias a lo mejor, aunque la Seguridad Social discrepe en la apreciación. Renuncias a compartir mesa, página, diálogo o un gesto de complicidad con referentes del periodismo en Alicante. Renuncias a estar presente, aunque en la distancia y con el único contacto de una mirada furtiva, en la manufacturación de la realidad mediática, en la discusión de los temas de calado, su trascendencia, enfoque y recorrido. Renuncias a escuchar cómo debaten los que saben o, simplemente, cómo se impone una opinión. Renuncias a aprender. Te crees lo peor, y no andas muy desencaminada. El máster investigador y el futuro doctorado se pierden entre la bruma. Como diría Einstein, pides lógica a la vida, olvidando que la vida es un sueño y que los sueños no tienen lógica.

Y vuelves al despacho. Piensas en lo que puede estar pensando tu interlocutor… y no extraes nada positivo. Descartas haber sido mentalista en otra vida. Intentas cerrar el encuentro por la vía rápida, encuentras predisposición en ello. Buscar sellar con un lacónico y sincero ‘gracias’ la conversación más desleal de las que recuerdas haber protagonizado. Y no lo consigues. De nuevo, sientes una nueva palmadita en la espalda. Ahora, por Castedo. La agradeces... Pero, esta vez, no basta para dibujar una sonrisa en el rostro.

Sales por la puerta mientras cuestionas el futuro de la alcaldesa. Un asunto que tanto te ocupa y preocupa se convierte, de repente, en una cuestión irrelevante. Preguntas por inercia. Escuchas por admiración. Vuelves a la sección, intentas recuperar el ritmo, las risas, pero ya nada es lo mismo. Transcurre el día envuelto en un halo de temor a lo desconocido. ¿Cómo se sobrellevaría un intercambio de categoría entre Hércules y Elche? ¿Cómo será, si se confirma, pisar la redacción sólo los fines de semana? ¿Y si al final no me aceptan en el máster? Tanto, para nada. Llegas a casa y, de nuevo, piensas en esa decisión. En la más difícil, hasta la fecha. Y, sin quererlo, recuerdas el monólogo, palabra por palabra. Sientes haber perdido una oportunidad. Valoras la idoneidad de poner negro sobre blanco esta jornada. Te contradices. Das esquinazo al pensamiento... y actúas. Cierras los ojos, se humedecen. Los sentimientos, que no saben de discursos programados, encuentran su refugio en la noche.

11 de junio de 2011

El debate de la honestidad



Recuerdo una frase suya. Se remonta a enero de 2010, en plena conversación en Alcaldía. Repasaba su historial judicial y aseguró, sin vacilaciones: “Aspiro a cambiar el concepto que se tiene de los políticos. Y a mí me han intentado manchar con acusaciones, he estado tres veces en los juzgados, y lo han archivado todo. Pienso seguir peleando para demostrar que hay políticos honestos”. Parecía convencida, firme en sus palabras. A mí me convenció, lo reconozco. Pero ese discurso ahora pende de un hilo. Puede que, de nuevo, la causa se archive y su expediente siga impoluto. Puede que Castedo vuelva a hacer el gesto de la victoria, el mismo que sacó a pasear la noche del pasado 22 de mayo. Existen muchos posibles y una realidad: el juicio mediático ya lo ha perdido. Eso no significa que, de aquí a cuatro años, vuelva a arrasar en las urnas. Ya sabemos que en las democracias latinas la puesta en duda de la honestidad, honradez, ética… no interfiere a la hora de depositar el voto. Menos en un sistema electoral que aboga por las listas cerradas.

Decía que el discurso que defendía Castedo, enarbolando la bandera de la honestidad, pende de un hilo. La intercepción de las conversaciones telefónicas en relación con el Caso Brugal, además de regar el arte del cotilleo, deja muchas víctimas en el arcén. Ese compadreo con Ortiz imprime una huella en el currículum difícil de borrar. Esas vacaciones, con invitación de por medio o pagadas a pachas, exhiben el carácter del ya implantado prototipo de político. Todo les da igual. “Todo se la suda”, en lenguaje de Alperi. Una mera lectura superficial del sumario vale para comprobar cómo el poder y las formas no suelen ir de la mano. Más bien lo contrario: no hay formas cuando en el fondo reposa la vara de mando. Recoge el informe policial la reticencia inicial de Castedo de embarcarse en el yate de Ortiz. Duró poco, como ya aventuraba el empresario. Los días en las Islas Baleares y los domingos en familia en alta mar dan fe de la involución del ser humano.


No entraré a juzgar delitos. Ni sé ni me corresponde. Pero sí busco valorar apariencias, por eso de que el político no sólo debe ser honesto sino también parecerlo. Y esas apariencias más que traslúcidas, tiran a opacas. Y lo siento, porque, siempre desde una mirada crítica, llegué a dar credibilidad a la sustancia de ese discurso. Lamento, de verdad, que tantas horas de trabajo al frente del Consistorio se dilapiden, en lo mediático, por unas jornadas de asueto y un intercambio de cariños telefónicos (bombón, mimosona...). Pero, como dirían los veteranos, “todo grano hace montaña”. Por honestidad, una alcaldesa no puede disfrutar de sus vacaciones junto al promotor más mediático de obra pública de la ciudad y el principal propietario de suelo en Alicante. No puede. Y ella lo sabe. Tampoco el presidente de la Autoridad Portuaria debe pedir (?) favores. No lo necesita, la nómina le permite, seguro, costearse sus caprichos. Si quiere invitar a una amiga (?) a la isla de Tabarca, que tire de billetera y alquile un barquito durante unas horas. Disfrutaría igual de las vistas, de todas, y evitaría verse involucrado en procesos judiciales. Un caso más de los muchos que estos días ocupan el debate ciudadano... y se convierten en caldo de cultivo de la creciente indignación.

En esto de las apariencias, por supuesto, Castedo no es la única que sale manchada tras las horas y horas de conversaciones intervenidas. Pocos escapan, ya sean el ámbito público o privado. Eso sí, junto a Alperi en su época, la alcaldesa es de las pocas personas que dispone del privilegio de gestionar el dinero de la caja común. Sólo por eso, y por la bandera de la honradez que tan bien hilaba su discurso, debería sacar ese arrojo que tanto le caracteriza, esa fuerza para enfrentarse a todos y reconocer sus errores. Puede que el Código Penal no los recoja, pero sí figuran en el primer capítulo del Código Ético. Perdería un sueldo público, el manejo de los hilos del poder en la ciudad… pero ganaría una página en la historia. Ya le valdría de poco, por ejemplo, recuperar la confianza del ciudadano más crítico... Pero seguro que le permitiría salir a la calle con la cabeza más erguida. Luego, la Justicia se encargaría de determinar su inocencia o culpabilidad. Aunque, en el debate mediático, ya habría firmado un golpe de efecto. Daría ejemplo, tarde, pero ejemplo, de honestidad.