11 de junio de 2011

El debate de la honestidad



Recuerdo una frase suya. Se remonta a enero de 2010, en plena conversación en Alcaldía. Repasaba su historial judicial y aseguró, sin vacilaciones: “Aspiro a cambiar el concepto que se tiene de los políticos. Y a mí me han intentado manchar con acusaciones, he estado tres veces en los juzgados, y lo han archivado todo. Pienso seguir peleando para demostrar que hay políticos honestos”. Parecía convencida, firme en sus palabras. A mí me convenció, lo reconozco. Pero ese discurso ahora pende de un hilo. Puede que, de nuevo, la causa se archive y su expediente siga impoluto. Puede que Castedo vuelva a hacer el gesto de la victoria, el mismo que sacó a pasear la noche del pasado 22 de mayo. Existen muchos posibles y una realidad: el juicio mediático ya lo ha perdido. Eso no significa que, de aquí a cuatro años, vuelva a arrasar en las urnas. Ya sabemos que en las democracias latinas la puesta en duda de la honestidad, honradez, ética… no interfiere a la hora de depositar el voto. Menos en un sistema electoral que aboga por las listas cerradas.

Decía que el discurso que defendía Castedo, enarbolando la bandera de la honestidad, pende de un hilo. La intercepción de las conversaciones telefónicas en relación con el Caso Brugal, además de regar el arte del cotilleo, deja muchas víctimas en el arcén. Ese compadreo con Ortiz imprime una huella en el currículum difícil de borrar. Esas vacaciones, con invitación de por medio o pagadas a pachas, exhiben el carácter del ya implantado prototipo de político. Todo les da igual. “Todo se la suda”, en lenguaje de Alperi. Una mera lectura superficial del sumario vale para comprobar cómo el poder y las formas no suelen ir de la mano. Más bien lo contrario: no hay formas cuando en el fondo reposa la vara de mando. Recoge el informe policial la reticencia inicial de Castedo de embarcarse en el yate de Ortiz. Duró poco, como ya aventuraba el empresario. Los días en las Islas Baleares y los domingos en familia en alta mar dan fe de la involución del ser humano.


No entraré a juzgar delitos. Ni sé ni me corresponde. Pero sí busco valorar apariencias, por eso de que el político no sólo debe ser honesto sino también parecerlo. Y esas apariencias más que traslúcidas, tiran a opacas. Y lo siento, porque, siempre desde una mirada crítica, llegué a dar credibilidad a la sustancia de ese discurso. Lamento, de verdad, que tantas horas de trabajo al frente del Consistorio se dilapiden, en lo mediático, por unas jornadas de asueto y un intercambio de cariños telefónicos (bombón, mimosona...). Pero, como dirían los veteranos, “todo grano hace montaña”. Por honestidad, una alcaldesa no puede disfrutar de sus vacaciones junto al promotor más mediático de obra pública de la ciudad y el principal propietario de suelo en Alicante. No puede. Y ella lo sabe. Tampoco el presidente de la Autoridad Portuaria debe pedir (?) favores. No lo necesita, la nómina le permite, seguro, costearse sus caprichos. Si quiere invitar a una amiga (?) a la isla de Tabarca, que tire de billetera y alquile un barquito durante unas horas. Disfrutaría igual de las vistas, de todas, y evitaría verse involucrado en procesos judiciales. Un caso más de los muchos que estos días ocupan el debate ciudadano... y se convierten en caldo de cultivo de la creciente indignación.

En esto de las apariencias, por supuesto, Castedo no es la única que sale manchada tras las horas y horas de conversaciones intervenidas. Pocos escapan, ya sean el ámbito público o privado. Eso sí, junto a Alperi en su época, la alcaldesa es de las pocas personas que dispone del privilegio de gestionar el dinero de la caja común. Sólo por eso, y por la bandera de la honradez que tan bien hilaba su discurso, debería sacar ese arrojo que tanto le caracteriza, esa fuerza para enfrentarse a todos y reconocer sus errores. Puede que el Código Penal no los recoja, pero sí figuran en el primer capítulo del Código Ético. Perdería un sueldo público, el manejo de los hilos del poder en la ciudad… pero ganaría una página en la historia. Ya le valdría de poco, por ejemplo, recuperar la confianza del ciudadano más crítico... Pero seguro que le permitiría salir a la calle con la cabeza más erguida. Luego, la Justicia se encargaría de determinar su inocencia o culpabilidad. Aunque, en el debate mediático, ya habría firmado un golpe de efecto. Daría ejemplo, tarde, pero ejemplo, de honestidad.

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