Agotadora. La jornada electoral arrancó pronto, aunque con prudencia. La noche del sábado se hizo larga, y no por la apática despedida del Hércules de Primera División. El final de la Liga nos mantuvo hasta bien entrada la una de la madrugada en la redacción. Así que la cita de las 11 horas de este domingo, en el colegio El Faro de la Playa de San Juan, se presumía tempranera. Allí, la alcaldable popular ejerció el derecho al voto al introducir en las urnas sus preferencias al Ayuntamiento y las Cortes. Ambas listas, en Alicante, encabezadas por Castedo. De ahí, al Complejo Vistahermosa, donde el “número dos” de la lista, José Joaquín Ripoll, participaba en la, hasta hora, conocida como “fiesta de la Democracia”. Menos expectación, pero similar puntualidad.
No obstante, lo interesante se reservó para la tarde. El desenfreno, por su parte, tuvo sabor nocturno. Tras dos horas de merodeos por el periódico, tocó desplazarse hasta la sede electoral local del PP en Alicante. Llamada al taxi y camino a la Avenida de la Constitución. Poca gente se dejó ver en la zona hasta que los colegios electorales echaron la persiana. A partir de ahí, la expectación fue creciendo. Las sonrisas dejaron paso a los nervios. Los guiños, a las respiraciones aceleradas. Y los rezos, internos, a las lágrimas de emoción contenida.
Los medios nos concentramos en una pequeña sala. Allí, una televisión de plasma nos mostraba el sondeo electoral de RTVV. Una predicción, poco ambiciosa, pero que se presumió muy certera. La encuesta a pie de urna otorgaba al PP entre 16 y 18 concejales. Un intervalo que daba cabida a todos los populares, desde los más ambiciosos hasta los más moderados. Se hablaba de alcanzar la barrera psicológica de los 17 ediles, por eso de asegurar la tranquilidad de la gestión del equipo de gobierno durante los próximos cuatro años. Ahí nadie se fiaba de Ripoll, no hacía falta mentarlo para que estuviera presente. A él no se le vio, tampoco se le esperaba. El “número dos” y aspirante a revalidar la Presidencia de la Diputación siguió el recuento electoral desde la sede provincial del PP. Una maniobra, con su lógica, que le permitió rodearse de los suyos. En la local, donde revoloteaban los Llorens, Seva y García-Romeu, también se dejaron ver los proscritos, con Sobrino y Kiko Sánchez, al frente.
Pasaban los minutos y la pantalla de datos oficiales seguía virgen. Nada para echarse a la boca. Nada que consiguiera mitigar el nerviosismo. Nosotros, los medios, ávidos de algún dato revelador. Ajena, en forma a la situación, Castedo se dejó caer antes de lo previsto. Se le veía sonriente, como si no fuera a protagonizar una gesta con tintes memorables. Desde nuestro rincón, todo se veía con cierta distancia. Gestos de uno, cuchicheos de otro, suspicacias de varios. Y la página del Ministerio… sin volcar ningún dato. Poco a poco, a cuentagotas, empezaron a confirmarse las sospechas. Las urnas iban a deparar un resultado histórico... aunque los menos preveían unas cifras tan rotundas, ajenas a cualquier debate.
Las carreras se sucedían. Los gritos ganaban en decibelios. Pero nadie quería dar nada por seguro. Bueno, en tono bajo y a modo de confidencia, la ambición aumentaba con el paso de los minutos. En apenas unos giros, de reconfirmar la mayoría absoluta se pasó a apostar por los 18 concejales. Un envite valiente.
La ausencia de la presión de las conexiones en directo permitía observar el patio con mayor atención. Con menor o mayor descaro, podías extraer su parte de jugo a cada instante. Ya habría tiempo, rebasada la medianoche, de dar la bienvenida a las prisas. Castedo se dirigió a la zona de prensa cuando el escrutinio ya rebasaba el 95 por ciento. La grabadora funcionaba, pero sin esperanzas de contar con margen para transcribir sus primeras palabras de la noche, que se alargaron más allá del cuarto de hora.
El tiempo no daba un respiro y los minutos caían a una velocidad inusitada. Si a primera hora de la tarde, el reloj se estancó; con el recuento a punto de tocar a su fin, el tiempo pareció tener prisa.
Sin saber cómo, se rebasó la medianoche. En ese instante, con Castedo llegando al Meliá, me vinieron a la cabeza las últimas palabras que me repitió el subdirector antes de tomar dirección a la sede popular: “A las once te quiero aquí. Hay que cerrar a las dos”. Como era de presumir, los plazos no se cumplieron.
La tranquilidad de toda la jornada comenzó a tornarse en cierta angustia. No mucha, la justa. Una ventaja de los serenos. Y eso que hubo intentos. El último, una llamada cuando el reloj ya jugaba con la una de la madrugada. “A las dos hay que cerrar… y todavía no has llegado”. Gracias por avisar, pensé. Tras la aparición triunfante de Castedo, llegó su discurso de agradecimiento. Poco dijo que no fuera repetido, pero había que esperar para, una vez cerrado el micrófono, poder arrancarle algunas palabras a Ripoll. No tenía el gesto de una victoria histórica. Pero no le faltó amabilidad. De hecho, accedió a abandonar el salón Europa para atender a los medios en los pasillos. Lo hizo a toda prisa. Mientras él hablaba, retumbaba en al megafonía el “I will survive”. Se hacen llamar caprichos del destino.
Conocida la valoración de Ripoll, que tampoco dio para optar a un Pulitzer, tocaba el camino de regreso a la redacción. Repaso a las notas y arranque mental del texto a bordo del taxi. Sin tráfico, el trayecto parecía no acabarse. Ya frente al ordenador, ni dos minutos seguidos mirando la pantalla. Que si la foto de la crónica, que si el texto de EU, que si la valoración de UPyD… Difícil concentrarse, aunque tampoco era el momento. Ya habrá otros días en el calendario…
A modo de supervivencia, tocaba elegir entre la forma y el fondo. En veinte minutos, imposible recurrir a una retórica elaborada. La hora de cierre se aproximaba a ritmo acelerado: escritura rápida, sin adornos y apenas licencias. No había hambre, pese a llevar casi doce horas sin probar bocado. Tampoco sed. El cansancio, eso sí, hacía mella. El dolor lumbar, se convertía por momentos en insoportable. Pero tampoco había margen para cuestiones superfluas.
Entregada la página, tocaba el momento de empezar a saborear la jornada electoral. Aunque el primer regusto, aún sobre la silla giratoria, llegaba enfundado en cierta impotencia. Forma parte del juego, pero no acabo de convivir con las prisas. El reloj manda, mientras tú te exiges reflexión. Como mucho, encuentras un recoveco para pensar.
Me pongo al volante del coche y dudó entre celebración personal o grupal. Tras recorrer parte del trayecto, me decanto por la opción más íntima. “Desquedo”. Me apetece seguir disfrutando del placer de mis primeras elecciones municipales en la redacción. Una oportunidad inesperada, que siempre imaginé como una experiencia fascinante. Hoy, lo he corroborado. No sé dónde pararé dentro de cuatro años, pero dudo que logre mejorar lo paladeado este 22-M. El reloj, presente desde la mañana, marca ya las cinco de la madrugada. Hora de retirada.
Mañana, lunes posteletoral habrá tiempo para valorar los resultados, confirmar el concejal de UPyD (apenas 70 votos le permiten traspasar la barrera) y explicar la debacle socialista. Hoy, domingo electoral, marcho a la cama con una sonrisa permanente. Dista del júbilo exhibido en el Melía. Pero rivaliza en entusiasmo. Sin duda.
No obstante, lo interesante se reservó para la tarde. El desenfreno, por su parte, tuvo sabor nocturno. Tras dos horas de merodeos por el periódico, tocó desplazarse hasta la sede electoral local del PP en Alicante. Llamada al taxi y camino a la Avenida de la Constitución. Poca gente se dejó ver en la zona hasta que los colegios electorales echaron la persiana. A partir de ahí, la expectación fue creciendo. Las sonrisas dejaron paso a los nervios. Los guiños, a las respiraciones aceleradas. Y los rezos, internos, a las lágrimas de emoción contenida.
Los medios nos concentramos en una pequeña sala. Allí, una televisión de plasma nos mostraba el sondeo electoral de RTVV. Una predicción, poco ambiciosa, pero que se presumió muy certera. La encuesta a pie de urna otorgaba al PP entre 16 y 18 concejales. Un intervalo que daba cabida a todos los populares, desde los más ambiciosos hasta los más moderados. Se hablaba de alcanzar la barrera psicológica de los 17 ediles, por eso de asegurar la tranquilidad de la gestión del equipo de gobierno durante los próximos cuatro años. Ahí nadie se fiaba de Ripoll, no hacía falta mentarlo para que estuviera presente. A él no se le vio, tampoco se le esperaba. El “número dos” y aspirante a revalidar la Presidencia de la Diputación siguió el recuento electoral desde la sede provincial del PP. Una maniobra, con su lógica, que le permitió rodearse de los suyos. En la local, donde revoloteaban los Llorens, Seva y García-Romeu, también se dejaron ver los proscritos, con Sobrino y Kiko Sánchez, al frente.
Pasaban los minutos y la pantalla de datos oficiales seguía virgen. Nada para echarse a la boca. Nada que consiguiera mitigar el nerviosismo. Nosotros, los medios, ávidos de algún dato revelador. Ajena, en forma a la situación, Castedo se dejó caer antes de lo previsto. Se le veía sonriente, como si no fuera a protagonizar una gesta con tintes memorables. Desde nuestro rincón, todo se veía con cierta distancia. Gestos de uno, cuchicheos de otro, suspicacias de varios. Y la página del Ministerio… sin volcar ningún dato. Poco a poco, a cuentagotas, empezaron a confirmarse las sospechas. Las urnas iban a deparar un resultado histórico... aunque los menos preveían unas cifras tan rotundas, ajenas a cualquier debate.
Las carreras se sucedían. Los gritos ganaban en decibelios. Pero nadie quería dar nada por seguro. Bueno, en tono bajo y a modo de confidencia, la ambición aumentaba con el paso de los minutos. En apenas unos giros, de reconfirmar la mayoría absoluta se pasó a apostar por los 18 concejales. Un envite valiente.
La ausencia de la presión de las conexiones en directo permitía observar el patio con mayor atención. Con menor o mayor descaro, podías extraer su parte de jugo a cada instante. Ya habría tiempo, rebasada la medianoche, de dar la bienvenida a las prisas. Castedo se dirigió a la zona de prensa cuando el escrutinio ya rebasaba el 95 por ciento. La grabadora funcionaba, pero sin esperanzas de contar con margen para transcribir sus primeras palabras de la noche, que se alargaron más allá del cuarto de hora.
El tiempo no daba un respiro y los minutos caían a una velocidad inusitada. Si a primera hora de la tarde, el reloj se estancó; con el recuento a punto de tocar a su fin, el tiempo pareció tener prisa.
Sin saber cómo, se rebasó la medianoche. En ese instante, con Castedo llegando al Meliá, me vinieron a la cabeza las últimas palabras que me repitió el subdirector antes de tomar dirección a la sede popular: “A las once te quiero aquí. Hay que cerrar a las dos”. Como era de presumir, los plazos no se cumplieron.
La tranquilidad de toda la jornada comenzó a tornarse en cierta angustia. No mucha, la justa. Una ventaja de los serenos. Y eso que hubo intentos. El último, una llamada cuando el reloj ya jugaba con la una de la madrugada. “A las dos hay que cerrar… y todavía no has llegado”. Gracias por avisar, pensé. Tras la aparición triunfante de Castedo, llegó su discurso de agradecimiento. Poco dijo que no fuera repetido, pero había que esperar para, una vez cerrado el micrófono, poder arrancarle algunas palabras a Ripoll. No tenía el gesto de una victoria histórica. Pero no le faltó amabilidad. De hecho, accedió a abandonar el salón Europa para atender a los medios en los pasillos. Lo hizo a toda prisa. Mientras él hablaba, retumbaba en al megafonía el “I will survive”. Se hacen llamar caprichos del destino.
Conocida la valoración de Ripoll, que tampoco dio para optar a un Pulitzer, tocaba el camino de regreso a la redacción. Repaso a las notas y arranque mental del texto a bordo del taxi. Sin tráfico, el trayecto parecía no acabarse. Ya frente al ordenador, ni dos minutos seguidos mirando la pantalla. Que si la foto de la crónica, que si el texto de EU, que si la valoración de UPyD… Difícil concentrarse, aunque tampoco era el momento. Ya habrá otros días en el calendario…
A modo de supervivencia, tocaba elegir entre la forma y el fondo. En veinte minutos, imposible recurrir a una retórica elaborada. La hora de cierre se aproximaba a ritmo acelerado: escritura rápida, sin adornos y apenas licencias. No había hambre, pese a llevar casi doce horas sin probar bocado. Tampoco sed. El cansancio, eso sí, hacía mella. El dolor lumbar, se convertía por momentos en insoportable. Pero tampoco había margen para cuestiones superfluas.
Entregada la página, tocaba el momento de empezar a saborear la jornada electoral. Aunque el primer regusto, aún sobre la silla giratoria, llegaba enfundado en cierta impotencia. Forma parte del juego, pero no acabo de convivir con las prisas. El reloj manda, mientras tú te exiges reflexión. Como mucho, encuentras un recoveco para pensar.
Me pongo al volante del coche y dudó entre celebración personal o grupal. Tras recorrer parte del trayecto, me decanto por la opción más íntima. “Desquedo”. Me apetece seguir disfrutando del placer de mis primeras elecciones municipales en la redacción. Una oportunidad inesperada, que siempre imaginé como una experiencia fascinante. Hoy, lo he corroborado. No sé dónde pararé dentro de cuatro años, pero dudo que logre mejorar lo paladeado este 22-M. El reloj, presente desde la mañana, marca ya las cinco de la madrugada. Hora de retirada.
Mañana, lunes posteletoral habrá tiempo para valorar los resultados, confirmar el concejal de UPyD (apenas 70 votos le permiten traspasar la barrera) y explicar la debacle socialista. Hoy, domingo electoral, marcho a la cama con una sonrisa permanente. Dista del júbilo exhibido en el Melía. Pero rivaliza en entusiasmo. Sin duda.