Despierto esta mañana con Leire Pajín como Trending Topic en Twitter. Cada día, el popular microblogging ya considerado una red social más me sorprende con un inesperado nombre (como mínimo) entre los preferidos por los usuarios en sus comentarios. La polémica con Leire Pajín giraba en torno a Pedro Jota Ramírez. Primero pensé que sería cualquier ataque a la ministra de Sanidad, hasta que pronto comprobé que controversia nada tenía que ver con su cargo en el Ejecutivo… O sí. El debate ponía sobre la mesa la conveniencia de publicar unas fotos de Pajín, en biquini, tomadas durante sus vacaciones en Menorca. Luego, sin embargo, la discusión se centró en el uso preferencial de unas instalaciones reservadas para funcionarios. Otro asunto, por supuesto, mucho más interesante que el modelito usado por la ministra para tomar el sol en su periodo vacacional.
A primera hora de la mañana, los tuiteros mostraban su conformidad o disconformidad ante la decisión de El Mundo de publicar las imágenes –“robadas”– al hilo de una pregunta formulada por el director del diario. Había de todo. La mayoría de las respuestas revelaban un claro tufillo ideológico. Las otras defendían, con argumentos muy loables, una postura (“Sí, porque…” o “No, ya que…). De las que apostaban por publicar las imágenes, eso sí, ninguna me convenció. Aparte del morbo, ¿qué aporta ver a una ministra paseando en bikini por una playa? No comía bollería industrial ni tampoco fumaba a escondidas. No había nada que reprocharle. ¿Qué se le puede criticar? ¿Que no tiene un cuerpo escultural…? Tampoco accedió a su despacho en el Ministerio por lucir palmito. No sé sabe a ciencia cierta qué méritos atesora para llegar, pero nadie discute que su físico tuviera una mínima incidencia. Entonces, ¿para qué queremos esas imágenes? ¿Con qué objetivo periodístico se publican? ¿Qué aporta al lector ver a Pajín caminando por la arena? Nada. Sólo fomentan el critiqueo y los comentarios inapropiados.
Otra cosa, pienso, sucedió con el frustrado fichaje de Zubikarai. El portero de la Real Sociedad anduvo días atrás en la órbita del Hércules. De hecho, la cesión del jugador estuvo a punto de concretarse… hasta que su nombre saltó a las páginas de los periódicos. En un primer momento, los diarios publicaron el interés de la entidad blanquiazul por hacerse con los servicios (toma tópico) del guardameta vasco para la próxima temporada. Pero ninguno fue más allá. Nadie se atrevió (o consideró oportuno) entrar en el pasado (y presente) de Zubikarai. Sin embargo, el debate sí saltó de inmediato a la calle. Los foros, redes sociales y blogs recogieron la trayectoria personal del portero, dejando de lado sus méritos o deméritos deportivos. De nuevo, las cuestiones extradeportivas lideraban las conversaciones de los aficionados. Ya no estaban en la diana Drenthe ni Trezeguet, ahora los dardos iban dirigidos al meta suplente de la Real Sociedad. Pocos acertaban a pronunciar/escribir con acierto su nombre. Pero daba igual, hablaban del ‘hijo de etarra’. Porque su padre, encarcelado en una prisión alicantina, cumple condena por asesinar a dos guardias civiles. Podía ser un hecho (!) aislado, pero nada más lejos de la realidad. Su madre también pasó por dependencias policiales, tras ser detenida por vinculación con un comando terrorista. Y el propio futbolista, según recogen las hemerotecas, nunca ha tenido reparos en mostrar su apoyo a la causa: manifiestos, concentraciones y peticiones de libertad para presos varios.
Y en esta situación… ¿qué deben hacer los medios? Hablar o callar. Explicar los condicionantes que envuelven al jugador… o centrarse únicamente en sus intervenciones por partido, sus operaciones de hombro y su agilidad bajo palos. Yo, lo reconozco, nunca tuve dudas. En conversaciones con otros compañeros, siempre aposté por publicar cualquier cuestión que pudiera obstaculizar el desarrollo de su actividad profesional. Y sí, mantener una clara posición en el conflicto vasco y tener a un padre en prisión (más de dos décadas) por el asesinato de dos guardias civiles… interfiere. Más, cuando tu trabajo se expone al juicio de miles de personas. Más, si nunca has vestido otra camiseta que no sea la blanquiazul de la Real Sociedad. Intentar separar, en este caso, las cuestiones personales de las profesionales, creo, supone una adulteración de la realidad. De hecho, el fuerte rechazo que provocó entre los aficionados (que mostraron su disconformidad en comentarios en los digitales, en foros, redes sociales…) dilapidó el fichaje de Zubikarai. El club lo niega, sin creérselo y con la boca pequeña. Pero nada habría sido de esa marea de críticas, de haber sido por las informaciones recogidas en los medios locales. Nadie hubiera conocido la mochila con la que carga el portero realista.
¿Qué se debió hacer en este caso? Sin ostentación y sin ánimo de amarillismo, apuesto a que elaborar un perfil del jugador habría colmado el interés informativo de la afición, que se vio obligada a recurrir a los buscadores de noticias para conocer la ‘cara b’ del jugador. No era información privilegiada ni exclusiva de por medio, la biografía de Zubikarai ya había manchado páginas y páginas de diarios en los últimos años… En Alicante, por el contrario, lo hizo cuando la historia ya tenía punto final. Discrepé y me sentí bastante sola en mi alegato, pero lo volvería a hacer. No contemplo que un lector deba teclear “Zubikarai” en Google para conocer una sentencia judicial que condenó al padre del jugador por asesinato y que marcó su vida desde la infancia. Ahí sí hay noticia: no hay frivolidad como en el bikini de Pajín y sí una información que truncó su fichaje por el Hércules. Se puede cerrar los ojos, pero los lectores te los acaban por abrir. Y no está el patio como para delegar en otros.
A primera hora de la mañana, los tuiteros mostraban su conformidad o disconformidad ante la decisión de El Mundo de publicar las imágenes –“robadas”– al hilo de una pregunta formulada por el director del diario. Había de todo. La mayoría de las respuestas revelaban un claro tufillo ideológico. Las otras defendían, con argumentos muy loables, una postura (“Sí, porque…” o “No, ya que…). De las que apostaban por publicar las imágenes, eso sí, ninguna me convenció. Aparte del morbo, ¿qué aporta ver a una ministra paseando en bikini por una playa? No comía bollería industrial ni tampoco fumaba a escondidas. No había nada que reprocharle. ¿Qué se le puede criticar? ¿Que no tiene un cuerpo escultural…? Tampoco accedió a su despacho en el Ministerio por lucir palmito. No sé sabe a ciencia cierta qué méritos atesora para llegar, pero nadie discute que su físico tuviera una mínima incidencia. Entonces, ¿para qué queremos esas imágenes? ¿Con qué objetivo periodístico se publican? ¿Qué aporta al lector ver a Pajín caminando por la arena? Nada. Sólo fomentan el critiqueo y los comentarios inapropiados.
Otra cosa, pienso, sucedió con el frustrado fichaje de Zubikarai. El portero de la Real Sociedad anduvo días atrás en la órbita del Hércules. De hecho, la cesión del jugador estuvo a punto de concretarse… hasta que su nombre saltó a las páginas de los periódicos. En un primer momento, los diarios publicaron el interés de la entidad blanquiazul por hacerse con los servicios (toma tópico) del guardameta vasco para la próxima temporada. Pero ninguno fue más allá. Nadie se atrevió (o consideró oportuno) entrar en el pasado (y presente) de Zubikarai. Sin embargo, el debate sí saltó de inmediato a la calle. Los foros, redes sociales y blogs recogieron la trayectoria personal del portero, dejando de lado sus méritos o deméritos deportivos. De nuevo, las cuestiones extradeportivas lideraban las conversaciones de los aficionados. Ya no estaban en la diana Drenthe ni Trezeguet, ahora los dardos iban dirigidos al meta suplente de la Real Sociedad. Pocos acertaban a pronunciar/escribir con acierto su nombre. Pero daba igual, hablaban del ‘hijo de etarra’. Porque su padre, encarcelado en una prisión alicantina, cumple condena por asesinar a dos guardias civiles. Podía ser un hecho (!) aislado, pero nada más lejos de la realidad. Su madre también pasó por dependencias policiales, tras ser detenida por vinculación con un comando terrorista. Y el propio futbolista, según recogen las hemerotecas, nunca ha tenido reparos en mostrar su apoyo a la causa: manifiestos, concentraciones y peticiones de libertad para presos varios.
Y en esta situación… ¿qué deben hacer los medios? Hablar o callar. Explicar los condicionantes que envuelven al jugador… o centrarse únicamente en sus intervenciones por partido, sus operaciones de hombro y su agilidad bajo palos. Yo, lo reconozco, nunca tuve dudas. En conversaciones con otros compañeros, siempre aposté por publicar cualquier cuestión que pudiera obstaculizar el desarrollo de su actividad profesional. Y sí, mantener una clara posición en el conflicto vasco y tener a un padre en prisión (más de dos décadas) por el asesinato de dos guardias civiles… interfiere. Más, cuando tu trabajo se expone al juicio de miles de personas. Más, si nunca has vestido otra camiseta que no sea la blanquiazul de la Real Sociedad. Intentar separar, en este caso, las cuestiones personales de las profesionales, creo, supone una adulteración de la realidad. De hecho, el fuerte rechazo que provocó entre los aficionados (que mostraron su disconformidad en comentarios en los digitales, en foros, redes sociales…) dilapidó el fichaje de Zubikarai. El club lo niega, sin creérselo y con la boca pequeña. Pero nada habría sido de esa marea de críticas, de haber sido por las informaciones recogidas en los medios locales. Nadie hubiera conocido la mochila con la que carga el portero realista.
¿Qué se debió hacer en este caso? Sin ostentación y sin ánimo de amarillismo, apuesto a que elaborar un perfil del jugador habría colmado el interés informativo de la afición, que se vio obligada a recurrir a los buscadores de noticias para conocer la ‘cara b’ del jugador. No era información privilegiada ni exclusiva de por medio, la biografía de Zubikarai ya había manchado páginas y páginas de diarios en los últimos años… En Alicante, por el contrario, lo hizo cuando la historia ya tenía punto final. Discrepé y me sentí bastante sola en mi alegato, pero lo volvería a hacer. No contemplo que un lector deba teclear “Zubikarai” en Google para conocer una sentencia judicial que condenó al padre del jugador por asesinato y que marcó su vida desde la infancia. Ahí sí hay noticia: no hay frivolidad como en el bikini de Pajín y sí una información que truncó su fichaje por el Hércules. Se puede cerrar los ojos, pero los lectores te los acaban por abrir. Y no está el patio como para delegar en otros.
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