No le complace ver cómo los demás disfrutan. Tampoco gozar junto al resto. No sabe compartir ni hace el amago de intentarlo. No, él sólo maneja dos alternativas: o cata en solitario o manda la presa al río. Él, cómo no, es Enrique Ortiz Selfa. El imputado, el dueño del cortijo, el niño en el bautizo, el novio en la boda y, todo parece indicar, el muerto en el entierro. Pero, para ello, hace falta esperar. Los jueces tienen la penúltima palabra. Mientras tanto, él continúa con su desarrollada capacidad para infectar todo sobre lo que pone su mano. Muchas víctimas ya reposan en las cunetas tras su paso. La próxima, todavía descansa en Foguerer Romeu Zarandieta. Pero, tiempo hay.
Alicante no se merece convivir con ciertos personajes, más propios de prestigiosas series norteamericanas de inspiración italiana que de empresarios de éxito (económico, en todo caso) de la provincia. No lo merece, aunque poco hace para evitarlo. Alicante, una vez más se demuestra, es un pueblo que olvida su historia continuamente, por lo que está condenado a repetirla.
Todo se escribirá en las próximas horas. Pocos, en esta ocasión, se cambiarán a su acera. El Hércules está en juego. El nuevo proyecto, liderato con pasión por Perfecto Palacio y Sergio Fernández, se ha desmoronado como, valga la maldita comparación, sucedió diez años atrás con las torres gemelas. Cuando menos se esperaba. Entonces, un par de aviones acabaron con todo. Ahora... ya sabemos. En el solar ya no quedaban desperdicios a la vista, y el trabajo no resultó sencillo en un verano al que le faltaban días. Se había arado la tierra y, con mucho trabajo, plantado cientos se semillas que ya empezaban a dar sus primeros frutos. Y, entonces, con el verde tímidamente asomando, irrumpe Atila. De nuevo. Y ahí se acabó el esperanzador brote.
La insólita noticia, que hoy provoca pellizcos en la afición blanquiazul, empezó a gestarse el pasado sábado, poco después de que el Hércules encajara su primera derrota liguera de la temporada. Tras una semana tormentosa, con la Copa del Rey como inesperada protagonista, el Recreativo puso una banderilla insignificante para lo que a continuación sucedió en las oficinas del Rico Pérez. El rejón de muerte tenía nombre, Carlos Parodi, nuevo consejero delegado de la entidad. Aunque las armas no matan. Lo hacen las personas. Enrique Ortiz, de nuevo, se encargaba de ejecutar la suerte. A caballo, para escapar sin que le vieran. Cobarde hasta en la muerte. Antes, recolocó a su vasallo, el mismo que enfureció a la afición en el verano del ascenso y regaló, vía Dani Bautista, un millón de euros al Recreativo de Huelva. Todo un figura a sueldo de Ortiz. ¿Muchos se preguntaban dónde andaba metido? Ya lo saben.
Las reacciones no se hicieron esperar. Las dimisiones ya están sobre la mesa. Por ahora, con carácter oficial, Palacio, Huerga y Quintanilla dejan el Hércules. Sergio Fernández no tardará… Y otros, la cifra apenas tiene carácter anecdótico, seguirán el camino marcado por los encargados de encauzar un club que navegaba a la deriva. Ya puesto en el camino correcto, Ortiz regresa a escena. Tampoco debe sorprender. Es su estilo. Nunca se fue, como se comprobó en el traspaso de Valdez. El Hércules es suyo, por mucha fundación que intenten vender. El estadio es suyo. El campo de entrenamiento, también. Y como dueño del cortijo, con su juguete sólo juega él. Y, de no ser así, lo rompe. Así son los caprichosos. No son de fiar.
Alicante no se merece convivir con ciertos personajes, más propios de prestigiosas series norteamericanas de inspiración italiana que de empresarios de éxito (económico, en todo caso) de la provincia. No lo merece, aunque poco hace para evitarlo. Alicante, una vez más se demuestra, es un pueblo que olvida su historia continuamente, por lo que está condenado a repetirla.
Todo se escribirá en las próximas horas. Pocos, en esta ocasión, se cambiarán a su acera. El Hércules está en juego. El nuevo proyecto, liderato con pasión por Perfecto Palacio y Sergio Fernández, se ha desmoronado como, valga la maldita comparación, sucedió diez años atrás con las torres gemelas. Cuando menos se esperaba. Entonces, un par de aviones acabaron con todo. Ahora... ya sabemos. En el solar ya no quedaban desperdicios a la vista, y el trabajo no resultó sencillo en un verano al que le faltaban días. Se había arado la tierra y, con mucho trabajo, plantado cientos se semillas que ya empezaban a dar sus primeros frutos. Y, entonces, con el verde tímidamente asomando, irrumpe Atila. De nuevo. Y ahí se acabó el esperanzador brote.
La insólita noticia, que hoy provoca pellizcos en la afición blanquiazul, empezó a gestarse el pasado sábado, poco después de que el Hércules encajara su primera derrota liguera de la temporada. Tras una semana tormentosa, con la Copa del Rey como inesperada protagonista, el Recreativo puso una banderilla insignificante para lo que a continuación sucedió en las oficinas del Rico Pérez. El rejón de muerte tenía nombre, Carlos Parodi, nuevo consejero delegado de la entidad. Aunque las armas no matan. Lo hacen las personas. Enrique Ortiz, de nuevo, se encargaba de ejecutar la suerte. A caballo, para escapar sin que le vieran. Cobarde hasta en la muerte. Antes, recolocó a su vasallo, el mismo que enfureció a la afición en el verano del ascenso y regaló, vía Dani Bautista, un millón de euros al Recreativo de Huelva. Todo un figura a sueldo de Ortiz. ¿Muchos se preguntaban dónde andaba metido? Ya lo saben.
Las reacciones no se hicieron esperar. Las dimisiones ya están sobre la mesa. Por ahora, con carácter oficial, Palacio, Huerga y Quintanilla dejan el Hércules. Sergio Fernández no tardará… Y otros, la cifra apenas tiene carácter anecdótico, seguirán el camino marcado por los encargados de encauzar un club que navegaba a la deriva. Ya puesto en el camino correcto, Ortiz regresa a escena. Tampoco debe sorprender. Es su estilo. Nunca se fue, como se comprobó en el traspaso de Valdez. El Hércules es suyo, por mucha fundación que intenten vender. El estadio es suyo. El campo de entrenamiento, también. Y como dueño del cortijo, con su juguete sólo juega él. Y, de no ser así, lo rompe. Así son los caprichosos. No son de fiar.