Mucho tiempo, demasiado, hace que no me dejo caer por estos lares. Muchas cosas han pasado en estos dos últimos meses. Tantas cosas, tal vez, como excusas para aparcar la sana costumbre de dejar por escrito las reflexiones, opiniones y pareceres vinculados a este verano, que ha visto, por ejemplo, la dimisión de Francisco Camps, la intervención de la CAM, el adelanto de las elecciones generales, la irrupción de la prisma de riesgo… Y otos tantos asuntos de interés. Al margen, claro, las vivencias personales. No excesivas en estas semanas de calor. Una espera edulcorada con un gratificante trabajo y contadas escapadas a lugares poco exóticos, pero cargados de encanto. Al frente, el viaje a Barcelona, con la guinda del Barcelona-Madrid de la Supercopa. Sí, el clásico del ‘dedo de Mou’.
Y este 5 de septiembre toca volver a este escondite público que tanto me ha dado. ¿Por qué hoy y no…? Sencillo. Hace veintitantos años, caí de culo (literalmente) en este mundo, así que no existe un mejor motivo para ponerse, de nuevo, frente al ordenador. No hay mejor día para reflexionar y hacer balance de los últimos años… y, sobre todo, de los últimos doce meses. Nunca me gustaron los aniversarios (de nada). De pequeña, por una razón obvia: el 5 de septiembre no había cole… Por tanto, resultaba misión harto compleja reunir a los amigos para celebrar el cumpleaños. Con los años, la razón fue virando… pero la sensación apenas ha cambiado.
Recuerdo que hace justo un año me enfrentaba a una etapa de cambios, con sus diferencias, ciertamente semejante a la que ahora me toca vivir. Entonces, eso sí, dejaba atrás la universidad para adentrarme de lleno en el mercado laboral. A tiempo (casi) completo. Pasaba página a los años de campus ilicitano para poner pie, con carácter continuo y entre semana, en la redacción del periódico. Parecía una experiencia excitante. Y así ha sido. Bueno, siendo sinceros, mejor de lo previsto. Ahora, en cambio, intento aprovechar al máximo las últimas horas que me quedan de trabajo entre semana antes de volver a poner pie en la universidad. Toca desandar el camino. Con las ganas justas y cierta melancolía, completo los últimos trámites para matricularme en un postgrado que se hace llamar “Máster en Comunicación e Industrias Creativas”. No suena apasionante, tampoco creo que lo sea. Cuento que es un trámite para acceder al doctorado, y no miento... En realidad, es una excusa. Recuerdo que este verano, sólo de pensar en estar durante todo un año con tres días de asueto entre semana, se me caían encima las paredes y el techo de mi casa. Así que no quedaba otra. La alternancia en los días libres tampoco ayudaba a buscar una actividad paralela, dile idiomas dile…
El año pasado, para ocupar ese tiempo libre, aposté por un máster poco tradicional (a distancia y on line). En éste había que jugar a doble o nada. De primeras, no parece que la fortuna me haya acompañado (¡qué raro!), así que no queda otra que seguir en la partida y ver hasta dónde se puede llegar con las cartas que han caído en suerte. Abro el calendario y veo que sólo me quedan ocho días laborables en el periódico. Una quincena, imagino, en Deportes. Ya lo echo de menos. Se me dibuja una media sonrisa en la cara. Se me agolpan los recuerdos de este año. Sinceramente, inmejorables. Pienso en el futuro, percibo añoranza. La típica melancolía de cualquier 5 de septiembre.
Y este 5 de septiembre toca volver a este escondite público que tanto me ha dado. ¿Por qué hoy y no…? Sencillo. Hace veintitantos años, caí de culo (literalmente) en este mundo, así que no existe un mejor motivo para ponerse, de nuevo, frente al ordenador. No hay mejor día para reflexionar y hacer balance de los últimos años… y, sobre todo, de los últimos doce meses. Nunca me gustaron los aniversarios (de nada). De pequeña, por una razón obvia: el 5 de septiembre no había cole… Por tanto, resultaba misión harto compleja reunir a los amigos para celebrar el cumpleaños. Con los años, la razón fue virando… pero la sensación apenas ha cambiado.
Recuerdo que hace justo un año me enfrentaba a una etapa de cambios, con sus diferencias, ciertamente semejante a la que ahora me toca vivir. Entonces, eso sí, dejaba atrás la universidad para adentrarme de lleno en el mercado laboral. A tiempo (casi) completo. Pasaba página a los años de campus ilicitano para poner pie, con carácter continuo y entre semana, en la redacción del periódico. Parecía una experiencia excitante. Y así ha sido. Bueno, siendo sinceros, mejor de lo previsto. Ahora, en cambio, intento aprovechar al máximo las últimas horas que me quedan de trabajo entre semana antes de volver a poner pie en la universidad. Toca desandar el camino. Con las ganas justas y cierta melancolía, completo los últimos trámites para matricularme en un postgrado que se hace llamar “Máster en Comunicación e Industrias Creativas”. No suena apasionante, tampoco creo que lo sea. Cuento que es un trámite para acceder al doctorado, y no miento... En realidad, es una excusa. Recuerdo que este verano, sólo de pensar en estar durante todo un año con tres días de asueto entre semana, se me caían encima las paredes y el techo de mi casa. Así que no quedaba otra. La alternancia en los días libres tampoco ayudaba a buscar una actividad paralela, dile idiomas dile…
El año pasado, para ocupar ese tiempo libre, aposté por un máster poco tradicional (a distancia y on line). En éste había que jugar a doble o nada. De primeras, no parece que la fortuna me haya acompañado (¡qué raro!), así que no queda otra que seguir en la partida y ver hasta dónde se puede llegar con las cartas que han caído en suerte. Abro el calendario y veo que sólo me quedan ocho días laborables en el periódico. Una quincena, imagino, en Deportes. Ya lo echo de menos. Se me dibuja una media sonrisa en la cara. Se me agolpan los recuerdos de este año. Sinceramente, inmejorables. Pienso en el futuro, percibo añoranza. La típica melancolía de cualquier 5 de septiembre.
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