20 de diciembre de 2012

La mezquindad hecha periodista (s)

Jóvenes estudiantes, futuros compañeros de profesión, queridos idealistas del periodismo... ¡¡Esto, no!! He aquí dos ejemplos de aquello en lo que nunca puede caer un profesional de la información. Ya, ya... Hablamos de estrellas, tipos que llegan con desahogo a fin de mes, ídolos de muchos... Da igual. No dejan de ser la escoria del oficio, los responsables –entre otros– de que la profesión esté cerca de tocar fondo. No dejan de ser un modelo a no imitar. Hoy, que por cuestiones extradeportivas el mundo del fútbol se ha hecho con un hueco aún más grande en los espacios informativos… Hoy más que nunca, debemos grabarnos a fuego dos casos de antiperiodismo. Uno, por insolidario. Otro, por mezquino. Si esto es periodismo, paren, por favor, que me bajo del barco...

Josep Pedrerol, director del polémico espacio Punto Pelota de Intereconomía (?), ha sido hoy protagonista en las redes sociales por su intervención de anoche en la que denigraba a los becarios de su programa. El directo... ¡El acabose! Che, él verá... Él queda retratado, sólo él. Dice el tipo en cuestión: «Parece que manipulamos la encuesta. Pon la encuesta otra vez, que hay un torpe que ha puesto la encuesta de ayer con la pregunta de hoy. Pon la encuesta, rápido, va, rápido, recupérala. Quita esto, quita esto, quítalo [en referencia al faldón de publicidad]. ¡Nos ha tocado un becario! ¡No puede ser esto, tú! Ya está bien… Ya está bien… […] Venga, vamos… Si mañana no tenemos el equipo habitual de Punto Pelota, yo no hago el programa, ¿vale? Si mañana no está el equipo habitual, yo no hago este programa.  ¡La última vez que me toman el pelo! ¡No podemos tener a becarios en este programa…! Con todo el cariño a los becarios… Pero becarios, no. […] Así no se hace. Yo no trabajo así». 


Tomás Roncero, redactor jefe del diario AS, se ha marcado esta mañana un tuit tan deleznable que sólo se le puede ocurrir a un tipo como él. Ahí va… Juzguen ustedes mismos. A esas horas aún, faltaría más, no se conocía que Tito Vilanova había recaído en el cáncer que le alejó parte de la temporada pasada de los banquillos. Da igual. El desconocimiento no le exime de una pizca de culpa. Más cuando es periodista.Vergüenza si la tuvieran. Si conocieran su significado.






17 de diciembre de 2012

Algo de autoestima, que llega de balde


Campofrío lo ha vuelto a conseguir. Ya nos está acostumbrando a que cada Navidad venga y nos robe una sonrisa. Aunque te resistas. Antes o después, con una frase o con la siguiente, acabas por esbozar una sonrisa… Esta vez la busca con un vídeo positivista, en el que se enumeran algunos de los logros pasados de España, como sociedad y como país. 

A ese carácter positivista se une de nuevo el toque humorístico que aportan algunas de las caras más conocidas del panorama cómico del país, salpicado por otras caras reconocidas en diferentes ámbitos, como el periodismo, el deporte, la cultura… 

Dichas las alabanzas, un apunte. Dicen desde la agencia responsable, otra vez McCann Erickson, que «la diferencia con respecto al [anuncio del] año pasado es que entonces la gente estaba tristona; ahora, está además enfadada. Queríamos un anuncio que sacara nuestro orgullo, casi terapéutico, con un corte más social. Es inadmisible que hace diez años se hablara del milagro español, y ahora nos saquen en la prensa internacional comiendo del cubo de basura». Y continúo: lo que resulta inadmisible es que nos riamos, como si nada, a partir del derroche en infraestructuras («aquí tenemos aeropuertos para aburrir») o del éxodo de jóvenes cualificados al extranjero («No te olvides de los jóvenes, que exportamos la generación más preparada de la historia… ¡pero volveremos!»). Que haya que recurrir a esas vergüenzas para arrancar una sonrisa, que hayamos llegado a esa situación...

Al final, entre bromas y lloros, cambiaremos el rumbo. Que sí, que somos «más listos» de lo que creemos, «más fuertes» de lo que pensamos… incluso «más guapos». Sonriamos, sí, demos un empujón a la autoestima, también, pero no perdamos el horizonte… ¡que es sumamente jodido!

13 de diciembre de 2012

¿Y la ciudad, bien o qué?



Horas después del penúltimo escándalo de los socialistas en Alicante, sigo rastreando las redes sociales… ¡Y nada! Revisando las cuentas de los cabezas visibles de la formación, ya sean de la Ejecutiva o del Grupo Municipal, sorprende no encontrar un solo comentario, apunte, guiño, indirecta… unas míseras palabras vinculadas al ‘caso Elena Martín’. 

Sorprende porque los socialistas (sobre todo aquellos que integraban la facción rebelde, que ahora ya no me pregunten quién la compone) han usado muy mucho sus respectivos perfiles en Twitter y Facebook para poner a caldo a sus opositores, también socialistas, sí, pero contrincantes, al fin y al cabo.

Nada. Mientras Elena Martín habla de los diputados del PP imputados y de unos bichos que le han dejado afónica, Gabriel Echávarri incide en las políticas de empleo de los populares y en el abandono del sector turístico. Ah! Y también subraya que “lo importante es la gente”. No sabemos a qué gente se refiere. Porque basta con abrir el periódico o sintonizar cualquier emisora local para comprobar que los socialistas, a los que él dirige (o eso dice en su perfil de visita), están ocupados en otras guerras. Guerras internas, que se suele decir. Guerras que no hacen más que agrandar ese agujero de apoyos que les llevó a sumar, y gracias, ochos concejales en las últimas elecciones. Por entonces, hace apenas un año, parecía una cifra muy menor. Pero denles un poquito de tiempo… Y verán de lo que son capaces.

Ahora parecen niños insolentes de escuela de Primaria. Que si te acuso, que si me quitas el sueldo, que si se lo das a ésta, que si yo no lo quiero, que si se lo ofrezco al que empezó toda la guerra, que si sí, que si no… En eso, en luchas de partido (como en los últimos años), andan liados los que fueron llamados a liderar la oposición en Alicante. Decía Miguel Gila: «Mis guerras son absurdas porque lo es la guerra en sí». Algunos bien podían tomar nota.

Así que en esta ciudad, tan bien parida como abandonada a su suerte, no podemos presumir ni de gobierno ni de oposición. Unos andan con un ojo en el Palacio de Justicia y el otro en mover la silla de Castedo para ver quién se la agencia. Otros… otros ya ven. Luchando por la nada. Porque díganme ustedes ahora qué representa el socialismo en la capital de la provincia. 

Como ciudadana, resulta ciertamente patético echar un vistazo al patio. Dan ganas de emigrar, cual joven alicantino, pese a que una todavía puede presumir de trabajo. Pienso en un votante, pónganle ustedes el nombre y la cara que quieran, cuando a diario mire a izquierda y derecha y vea, con estupor, cómo anda su ciudad. Ya me lo imagino frente a las papeletas electorales, sin saber qué hacer. Faltan tres años, pero imaginen que mañana hubiera que votar. Para demasiados, no resultaría fácil elegir. Ya saben, para elegir hace falta capacidad, pero sobre todo alternativas. Dirán ustedes que hay más partidos. Y tiene razón. Pero tampoco despejan el camino. Más bien...

7 de diciembre de 2012

Otra de enganchones en el PSOE


Si no fuera porque son los encargados (uno desde la Ejecutiva, otra desde el Grupo Municipal) de hacer oposición al Gobierno del PP en Alicante, sería hasta divertido ver los continuos enganchones entre Gabriel Echávarri y Elena Martín. Se han convertido, falta ver la intención, en ejemplo vivo de lo que no se debe hacer en política si quieres recuperar la confianza de un electorado expectante, receloso y exigente. 

Tras el nombramiento de Asunción Sánchez Zaplana (todavía concejala de Acción Social en Alicante) como nueva consellera de Bienestar Social, Gabriel y Elena han vuelto a ponerse los guantes, esta vez a través de sus respectivas cuentas en Twitter. Y no han defraudado, claro. 

Gabriel Echávarri @GEchavarri: Asunción Sánchez Zaplana tras llevar a la ruina los servicios sociales de Alicante ascendida a Consellera. #asiESelPP

Elena Martin @elenamartinALC: [Asunción Sánchez Zaplana] tiene un talante conciliador y de consenso. Cercana y conocedora del sector. Es respetada por los colectivos.

Fabra apunta con tino




Alberto Fabra remodela el Consell. Ya tocaba. La noticia, aunque esperada, deja varios titulares. Esta mañana hemos visto cómo el president prescinde de cinco consellers (si incluimos al recién dimitido Vela) y da el testigo a tres nuevos, rebajando el número de carteras de diez a ocho. Otro guiño al populismo barato que tanto se lleva en tiempos de crisis. ¡Bravo! Entre los señalados, caras del campismo, como Lola Johnson, siempre centro de las críticas por su conocida ineptitud. También dejan el Gobierno los responsables de Sanidad (Luis Rosado), Justicia (Jorge Cabré) –ambos alicantinos– y Agricultura (Maritina Hernández), cartera que pasa a manos del cada vez más poderoso José Císcar. 

Pero vamos a lo que nos ocupa. Desde Alicante ciudad, la protagonista absoluta es Asunción Sánchez Zaplana, todavía concejala de Acción Social del Ayuntamiento y nueva consellera de Conselleria de Bienestar Social. Más de una década en primera línea política le avala. Pero en el caso de “Suni” (Suny, Sunny... o como se escriba), no sólo le avala el tiempo, que no siempre hace justicia. Durante sus legislaturas al frente del área, la licenciada en Ciencias Químicas ha demostrado su valía en la gestión de los asuntos sociales de la ciudad, sumando más palabras amables que críticas a su labor, pese a sus muchos años como concejala. Y no es fácil, ya que hablamos de una combinación compleja de encajar en la actual estructura política: lo social y la derecha. 

Cordial en el trato, Asunción marcha a Valencia dejando atrás una corporación en la que se habla más de delitos, juicios, delfines y sucesiones que del propio estado de la ciudad. Y así nos va. En esos debates, Asunción nunca ha aparecido como posible relevo a Castedo. Se dice que le falta peso político. Visto lo visto, imagino que también le sobra capacidad. ¡Suerte en el Cap i Casal! La necesitará para hacer frente a las deudas que arrastra el área (a la Dependencia, por ejemplo), los presupuestos para el próximo año y los innumerables problemas y colectivos a quienes dar respuestas. La nueva consellera alicantina ha asegurado, instantes después de que Fabra anunciara su nombramiento, que confía "no defraudar a nadie". Bueno será si cumple. Malo es lo que deja aquí: su relevo natural, la siguiente en la lista municipal del PP de las pasadas elecciones, Tomy Duarte. Era la número 20, un lugar algo casi testimonial. Si no hay renuncia, ahora será concejala. Para la próxima, por favor, más atención a la hora de configurar la lista, en los puestos de salida y también en los de reserva.

4 de diciembre de 2012

Dos horas perdidas frente a la consulta




Acudes a tu médico de cabecera. Le pides cita con cierto especialista. Te invita a que acudas a la privada, “si no quieres esperar varios meses, que no creo que sea tu caso”. Preguntas. Te recomiendan una doctora. Vas. Apenas unos días de espera. Te pide unas pruebas y te dice que vuelvas a tu médico de cabecera para que te mande a otro especialista, “este medicamento te lo deben recetar ellos”. Sigues instrucciones. En dos días, en la consulta. Te dan un número para pedir cita. Llamas. Llamas. Vuelves a llamar. Cambias el horario. Llamas. Suena, pero nadie contesta. Dudas de que el número esté mal. Buscas. Compruebas que es el correcto. Pruebas con la centralita del centro de salud. Te lo cogen. ¡Aleluya! Preguntas por el especialista. Nanai. Éste tiene su propia administrativa. Debe ser la que nunca coge el teléfono. Te dicen que sólo está por la mañana. Llamas. Llamas. Nada. Ni Cristo. Piensas en pasarte por allí. Justo en el último intento, una amable mujer contesta. Le preguntas por qué nunca hay nadie. Te lo niega. Te muerdes la lengua y le pides cita. Te da dos alternativas: “O vienes en 15 minutos o tendrás que esperar diez días”. Ante la tentadora oferta, optas por la segunda. No queda otra. Llega el martes, 4 de diciembre. Las 10.15 horas. Entras en el centro de salud. Te diriges a la segunda planta y te sientas frente a la consulta que te había indicado la amable mujer que contestó al teléfono después de decenas de intentos. Faltan diez minutos para tu cita. Estás nerviosa. No por la consulta, sino por lo que había costado conseguirla. Los minutos pasan. Nadie sale. Nadie tampoco en la sala. Lees en la puerta que, por favor, no molestes, ni llames ni entres. Te dan ganas de dejar de respirar, por si acaso. Ves movimiento. Aparece una mujer, parece una paciente. Te dice que si vas a esa consulta. Le dices que no, mientras no quitas ojo de tu puerta, vecina a la que señala la señora. Pasan los minutos. Ves cómo los médicos entran y salen de sus consultas. Todos menos la tuya. Te decides a infringir una de las normas. Llamas a la puerta, con la intensidad suficiente para ser oída, pero con el reparo de no perturbar. Ni mu. Resignada, te vuelves a sentar. Ya son las 11 de la mañana. Ves, a trasluz, que el despacho de la administrativa está desierto, mientras en su interior el teléfono suena y suena y no deja de sonar. Ahora entiendes por qué nadie lo cogía cuando tú intentabas, alma inocente, conseguir una cita. Llega una mujer. Te pregunta si estás esperando. Le dices que sí, aunque le explicas que estás perdiendo la esperanza por minutos. Te cuenta que viene sin cita, sólo a enseñarle unos papeles. La compadeces. Llega un chaval. Éste a pedir cita, aburrido de llamar y llamar y que nadie responda. Le cuentas tu experiencia. Os laméis, figuradamente, las heridas. Ya son las 11.30, hacía una hora debía haber entrado a la consulta. Debía, claro. La mujer se ha ido, pero su lugar lo ocupa otra. También viene sin cita, pero sin prisa, consciente de que le tocará esperar hasta que no queden pacientes. El chico, argentino y en paro, habla de la poca seriedad de ciertos profesionales. No te queda otra que darle la razón. La tiene. Se acerca el mediodía. La impaciencia se convierte en #malahostia a pasos agigantados. La señora, sin cita, baja a preguntar. Le sugiero que no pierda el tiempo, ya lo había hecho la mujer que le precedía en el asiento y había obtenido una respuesta vacía. “Sí, claro que debe estar la doctora. Hoy pasaba consulta. Habrá salido a tomarse un café o a algo rápido”, me habían trasladado minutos antes. Vuelve la mujer y te repite el mensaje, palabra por palabra. Risa nerviosa. Me levanto, voy hacia la puerta. Llamo. Nada. Giro la manecilla. Tampoco, cerrada. Pruebo, de nuevo, con la consulta de su enfermera. Agua. Miro con desprecio al despacho de la administrativa, oculto de los ojos ajenos solo con vidrios traslúcidos. Ni rastro de nadie. Me voy. Bajo las escaleras. Cojo el móvil para desahogarme y una idea sobrevuela mi mente. Salgo a la calle. Vuelvo a entrar. Me dirijo al expendedor de números. Cojo uno. Echo cuentas y veo que faltan más de cincuenta para que me toque. Paciencia ya no me queda. Me acerco al mostrador. Le pregunto si para rellenar una hoja de reclamación debo esperar mi turno. Con exquisita amabilidad, me dice que no. Me entrega el impreso y un bolígrafo, “por si no tienes”. Se lo agradezco. Lo cumplimento. Se lo entrego, el boli también. Ahora sí que me voy. Casi dos horas después, regreso al coche. Balance: Pienso en esas tres mujeres en paradero desconocido (doctora, enfermera y administrativa) durante casi dos horas de su jornada laboral. Me hierve la sangre. Intento salir de mi incredulidad, pero me resulta imposible. Llego a casa. Veo que en Twitter la Sanidad Pública ocupa uno de los puestos destacados de la jornada, en una defensa común y necesaria de otro servicio amputado por Rajoy y sus políticas al dictamen de Europa. Otro día me alegraría me alegraría de esa iniciativa. Hoy no. Balance: mañana perdida. Conclusión: cuanta escoria deshonra a diario el buen trabajo de tantos y tantos profesionales.