Así me siento. Y todo por corroborar, una vez más, lo incívicos que somos en Alicante. Me duele reconocerlo, pero es la verdad. Y, ¿de quién es la culpa? Pues de nosotros, de todos los alicantinos, sin excepciones. Unos por bárbaros y otros por permisivos.
¿Dónde está el germen del problema? En una máxima: la educación. Una norma básica que, por estos lares, apenas tiene presencia. Para constatar esta realidad, sólo hay que ver cómo está la avenida Alfonso El Sabio apenas unos días después del «lavado de cara» con vistas a Navidad que hizo el Ayuntamiento. La campaña «Alicante, ¡guapa, guapa y guapa!» es un proyecto demasiado ambicioso para una ciudad donde los borregos acampan a sus anchas.
En Alicante, los perros viven libres, en un paraíso propio; los papeles inundan las aceras, mientras las papeleras, vacías, se mueren del asco; las paredes son perfectos murales para los «artistas» del grafiti… Mientras, la Ordenanza Municipal de Limpieza, cuya aprobación tanta polémica levantó, debe ahora reposar en algún cajón del Ayuntamiento, porque su aplicación es una quimera.
Aquí, el tiempo ha demostrado que los alicantinos sólo atendemos al castigo. Hace unos años, cuando se recomendaba el casco… nadie se lo ponía. El calor, se excusaba la mayoría, era un inconveniente para utilizar esta protección. Pero, policías bien repartidos por la ciudad, buenas multas y… ¡ualá!... el uso del casco es ya común. Así debería ser todo. A falta de atender argumentos, la «ley del palo».
Se puede culpar al Ayuntamiento de una mala elección a la hora de colocar las flores de Pascua. Y, sí, seguramente, situar plantas en el suelo, en unas avenidas con tanto trasiego no es lo más recomendable. Pero quedarse así, pienso, es no querer a la ciudad. No mirar por Alicante.
Y es una pena, porque existe materia prima… Contrasta, estos días, pasear por Alfonso El Sabio, con plantas marchitas a los pies de las palmeras, con una imagen superlativa: ver Luceros irradiando luz blanca. Qué gusto. O edificios del Corazón de Alicante iluminados de manera apropiada. O bajar por Óscar Esplá y Federico Soto, con una sonrisa al ver los árboles salpicados de pequeñas esferas luminosas. O la imponente y recién estrenada avenida de la Estación, cuidada hasta el último detalle. O, cómo no, la Plaza del Ayuntamiento que viste señorial, sin excesos horteras propios de estas fechas.
Alicante, si se cuida y se respeta, es magnífica. Y ahí, en este barco, debemos estar todos: instituciones y ciudadanos. Si fallan unos u otros… nos hundimos. Y vaya ganas de mojarnos el… trasero.
¿Dónde está el germen del problema? En una máxima: la educación. Una norma básica que, por estos lares, apenas tiene presencia. Para constatar esta realidad, sólo hay que ver cómo está la avenida Alfonso El Sabio apenas unos días después del «lavado de cara» con vistas a Navidad que hizo el Ayuntamiento. La campaña «Alicante, ¡guapa, guapa y guapa!» es un proyecto demasiado ambicioso para una ciudad donde los borregos acampan a sus anchas.
En Alicante, los perros viven libres, en un paraíso propio; los papeles inundan las aceras, mientras las papeleras, vacías, se mueren del asco; las paredes son perfectos murales para los «artistas» del grafiti… Mientras, la Ordenanza Municipal de Limpieza, cuya aprobación tanta polémica levantó, debe ahora reposar en algún cajón del Ayuntamiento, porque su aplicación es una quimera.
Aquí, el tiempo ha demostrado que los alicantinos sólo atendemos al castigo. Hace unos años, cuando se recomendaba el casco… nadie se lo ponía. El calor, se excusaba la mayoría, era un inconveniente para utilizar esta protección. Pero, policías bien repartidos por la ciudad, buenas multas y… ¡ualá!... el uso del casco es ya común. Así debería ser todo. A falta de atender argumentos, la «ley del palo».
Se puede culpar al Ayuntamiento de una mala elección a la hora de colocar las flores de Pascua. Y, sí, seguramente, situar plantas en el suelo, en unas avenidas con tanto trasiego no es lo más recomendable. Pero quedarse así, pienso, es no querer a la ciudad. No mirar por Alicante.
Y es una pena, porque existe materia prima… Contrasta, estos días, pasear por Alfonso El Sabio, con plantas marchitas a los pies de las palmeras, con una imagen superlativa: ver Luceros irradiando luz blanca. Qué gusto. O edificios del Corazón de Alicante iluminados de manera apropiada. O bajar por Óscar Esplá y Federico Soto, con una sonrisa al ver los árboles salpicados de pequeñas esferas luminosas. O la imponente y recién estrenada avenida de la Estación, cuidada hasta el último detalle. O, cómo no, la Plaza del Ayuntamiento que viste señorial, sin excesos horteras propios de estas fechas.
Alicante, si se cuida y se respeta, es magnífica. Y ahí, en este barco, debemos estar todos: instituciones y ciudadanos. Si fallan unos u otros… nos hundimos. Y vaya ganas de mojarnos el… trasero.
1 comentario:
Pues sí. Que impensable es aquí muchas de las cosas que se ven en el extranjero. Hechos tan simples como respetar los pasos de cebra o el mal uso de lo gratuito con la excusa del "es que es gratis" son algunos de los ejemplos. Una pena!!
Por cierto, las luces de La Plaza de los Luceros, pueden ser un presagio. El blanquiazul empieza a adueñarse de la ciudad. En mayo, o por qué no antes, del Rico Pérez a Luceros. La pena será que las plantas de la plaza volverán a ser destrozadas.
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