Estaba cantando. Más pronto que tarde, los concejales socialistas en el Ayuntamiento de Benidorm, con el apoyo de un amoral y traicionero personaje –que se hace llamar Bañuls–, iban a presentar una moción de censura contra el alcalde Fenoll, elegido democráticamente por los vecinos hace poco más de dos años. Esgrimen que la ciudad está sumida en el desgobierno, aunque todavía se esperan propuestas de cambio de los nuevos inquilinos de la Casa Consistorial. Han dicho hoy que «no va contra nadie y busca una solución a la gobernabilidad». Es decir, además de indignos, son tan sinvergüenzas de reírse, sin piedad, del electorado. Qué erótica tiene el poder. Tan irresistible como repartir la tarta más golosa...
A nadie le ha debido coger por sorpresa la decisión, por más que los dirigentes socialistas –en Blanquerías y Ferraz– hayan intentado convencer de lo contrario a los ciudadanos y, supongo, a sus compañeros de partido. Se puede convenir que es indigna la actitud del tránsfuga, pero tampoco se podía esperar mucho más de él. Aunque en este caso, los únicos culpables –políticamente hablando– son los representantes populares que lo incluyeron en los primeros puestos de la lista electoral conociendo su pasado. Una trayectoria nada fiel. Y, por tanto, sembrada de recelos. Sospechas que se confirmaron hace unas semanas cuando Bañuls abandonó las filas populares y pasó al grupo no adscrito. Un paso previo, como sospechaba cualquiera, a la moción de censura que se ha presentado esta mañana.
El desenlace se ha intentado demorar, enmascarar, pero a la postre es el que es. Por mucha palabrería de Alarte (¡pobre!) y frases vacías de Pajín (¡vaya familia!), el final se vislumbraba en un horizonte demasiado próximo. La maniobra urdida por los concejales socialistas de presentar su baja del partido (de esa rosa, deben quedar como mucho las espinas...) me lleva a dos animos: qué ruines, qué miserables. Nadie los merece, ni como la peor de las penitencias.
Eso sí, si alguna agrupación debía cargar con el castigo de esta moción de censura, ese grupo tiene nombre y apellidos: el Partido Popular de Benidorm, que accedió a la Alcaldía años ha cuando un joven –y prometedor– Eduardo Zaplana arrampló con la ética que se presuponía a los políticos (un pensamiento ya obviado) y se hizo con la vara de mando. Un poder que se ha extendido durante cinco legislaturas. Que años son.
Un periodo que le ha valido a varios alcaldes populares para disfrutar del despacho más lujoso del Consistorio. Una trayectoria impoluta desde las elecciones de 1995. Sin embargo, su llegada a principios de la década de los 90 se asemeja demasiado al actual proceso maquinado por la familia Pajín. Así que el PP, tal vez, se lo merecía. Benidorm, no. Pero con Leire al mando de las operaciones, ¡qué se podía esperar!
A nadie le ha debido coger por sorpresa la decisión, por más que los dirigentes socialistas –en Blanquerías y Ferraz– hayan intentado convencer de lo contrario a los ciudadanos y, supongo, a sus compañeros de partido. Se puede convenir que es indigna la actitud del tránsfuga, pero tampoco se podía esperar mucho más de él. Aunque en este caso, los únicos culpables –políticamente hablando– son los representantes populares que lo incluyeron en los primeros puestos de la lista electoral conociendo su pasado. Una trayectoria nada fiel. Y, por tanto, sembrada de recelos. Sospechas que se confirmaron hace unas semanas cuando Bañuls abandonó las filas populares y pasó al grupo no adscrito. Un paso previo, como sospechaba cualquiera, a la moción de censura que se ha presentado esta mañana.
El desenlace se ha intentado demorar, enmascarar, pero a la postre es el que es. Por mucha palabrería de Alarte (¡pobre!) y frases vacías de Pajín (¡vaya familia!), el final se vislumbraba en un horizonte demasiado próximo. La maniobra urdida por los concejales socialistas de presentar su baja del partido (de esa rosa, deben quedar como mucho las espinas...) me lleva a dos animos: qué ruines, qué miserables. Nadie los merece, ni como la peor de las penitencias.
Eso sí, si alguna agrupación debía cargar con el castigo de esta moción de censura, ese grupo tiene nombre y apellidos: el Partido Popular de Benidorm, que accedió a la Alcaldía años ha cuando un joven –y prometedor– Eduardo Zaplana arrampló con la ética que se presuponía a los políticos (un pensamiento ya obviado) y se hizo con la vara de mando. Un poder que se ha extendido durante cinco legislaturas. Que años son.
Un periodo que le ha valido a varios alcaldes populares para disfrutar del despacho más lujoso del Consistorio. Una trayectoria impoluta desde las elecciones de 1995. Sin embargo, su llegada a principios de la década de los 90 se asemeja demasiado al actual proceso maquinado por la familia Pajín. Así que el PP, tal vez, se lo merecía. Benidorm, no. Pero con Leire al mando de las operaciones, ¡qué se podía esperar!
1 comentario:
Esto será una estrategia encubierta, me refiero a lo de abandonar el PSOE para que el partido no padezca el posible daño de no predicar con el ejemplo que propugnan. En las próximas elecciones ya harán lo posible para presentarse como PSOE y no con la nueva formación que se han inventado. La política está hecha unos zorros, tanto por un lado, como por el otro.
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