Muchas ilusiones y demasiadas corazonadas… Aún así, y pese a desconfiar de la “reglas” del COI, todos albergábamos alguna esperanza. Seamos sinceros. Sobre todo, cuando Chicago –del, hasta hoy, siempre vencedor: Barack Obama– y Tokio se caían de la lista en las primeras rondas de votaciones... Llegaba la final, y ahí estábamos, en un mano a mano con la favorita: la ciudad de la samba y las favelas. Sin embargo, la realidad nos ha dado un buen revés y nos ha dejado de nuevo en tierra. Con un sueño roto y un soñador, muy tocado.
La expectación era máxima en la redacción, aunque el ambiente denotaba que Madrid llevaba colgado el cartel de “perdedora”… Todos miraban al monitor, donde Jacques Rogge presumía de conocer el deseado nombre: Rio de Janeiro. Eran las siete de la tarde, y el mundo se giraba hacia Copenhague.
Pero Madrid, hoy era algo más. Era, y es, la ciudad que vio nacer hace cuatro décadas a todo un ser admirable: tanto en su faceta profesional, como en su visión más íntima. Hoy, Madrid decía adiós (o, tal vez, hasta luego) a un sueño. Hoy, él también se despedía. Lo hacía de la que ha sido su casa durante los últimos 22 años. Toda una vida.
Reconozco que no me gustan las despedidas. Las esquivo tanto como sé. Y por ello he intentado estar al margen. Pero no lo he logrado. Aunque la verdad más honesta la dejo aquí. Lejos de la vista de la amplia mayoría. Incluso de la suya. Los sentimientos deben huir de los altavoces, de lo contrario pierden naturalidad y pasan a ser mensajes cuasi propagandísticos. Decía que pasada la medianoche, cuando apenas un puñado de compañeros sobrevivíamos en la redacción… ha llegado la hora de decir “hasta luego”. Una despedida con sabor añejo, para muchos; y con una sensación muy novel, para mí. Cuando escuchaba cómo sus pasos se dirigían hacia mi sección, con ese soniquete tan característico, he tenido que respirar hondo, forzar una sonrisa y buscar alguna frase socorrida en el disco duro de las despedidas. No quería improvisar. Era consciente de mis limitaciones.
Lo conocí en julio de 2007. Hace poco, demasiado poco. Aunque estos dos años largos han dado mucho de sí. El primer verano lo veía desde lejos. No fue hasta agosto de 2008 cuando me aproximé a él. Fue por gajes de oficio. Ese mes –ese recordado mes– él estaba al frente de la sección de Local. Y yo, yo me defendía entre noticias municipales, lúdico-festivas y demás actualidad informativa. Recuerdo que me dejó al cargo de Turismo, cuando Benito se cogió las vacaciones; y al mando de Educación, a la marcha de Victoria. Al final, como era de esperar, tocamos todos los palos. Desde presos españoles en cárceles extranjeras hasta el cumplimiento de la Ley de Igualdad en las instituciones más representativas de la provincia.
Recuerdo que hace apenas unas horas, al leer una información sobre la puesta en marcha de radares para detectar la presencia de pateras en la costa alicantina… no pude hacer otras cosa –ya con el corazón tocado, tras conocer su adiós– que acordarme de él. Me vino una imagen a la cabeza. Uno de esos detalles que le hacen grande, que le llevan al altar de los mejores. Un ejemplo para los nuevos. Y para muchos veteranos, todo sea dicho.
Una tarde nos llegó una información. Parecía ser que las promesas del Gobierno central sobre la implantación de esos radares no eran más que cantos de sirena. Me puse al tema. Y el tema salió adelante. Al día siguiente, nada más llegar, me llamó al despacho. Abrió el periódico por la página siete, me enseñó la imagen que ilustraba mi noticia y me señaló al tipo que aparecía en ella. Mi expresión cambiaba, supongo, por momentos. De la incertidumbre a la incredulidad. En la fotografía se veía a un personaje que nada tenía que ver con el delegado del Gobierno en la Comunidad, quien debía aparecer en dicha página. Me preguntó qué había pasado… Le perjuré que esa imagen era la primera vez que la veía. Me creyó. A los pocos segundos encendí el ordenador, comprobé que estaba en lo cierto y se lo mostré. No hizo falta. Él, sin tener por qué, ya volvía de otro despacho. Venía de “salvar” mi nombre ante un superior suyo (y mío, por tanto). No necesitó pruebas… confió en mi palabra. Yo le juré amor eterno.
Y hoy, cuando su ciudad tenía que dar un paso atrás para dejar sitio a Rio de Janeiro… Él ha dado un paso adelante. Valiente. Hoy ha dicho adiós a más de media vida dedicada a su periódico. Jorge se va. Los compañeros le recuerdan (y lloran en silencio). Al periódico… le toca reflexionar.
Suerte compañero. No la necesitas, pero la mereces.
La expectación era máxima en la redacción, aunque el ambiente denotaba que Madrid llevaba colgado el cartel de “perdedora”… Todos miraban al monitor, donde Jacques Rogge presumía de conocer el deseado nombre: Rio de Janeiro. Eran las siete de la tarde, y el mundo se giraba hacia Copenhague.
Pero Madrid, hoy era algo más. Era, y es, la ciudad que vio nacer hace cuatro décadas a todo un ser admirable: tanto en su faceta profesional, como en su visión más íntima. Hoy, Madrid decía adiós (o, tal vez, hasta luego) a un sueño. Hoy, él también se despedía. Lo hacía de la que ha sido su casa durante los últimos 22 años. Toda una vida.
Reconozco que no me gustan las despedidas. Las esquivo tanto como sé. Y por ello he intentado estar al margen. Pero no lo he logrado. Aunque la verdad más honesta la dejo aquí. Lejos de la vista de la amplia mayoría. Incluso de la suya. Los sentimientos deben huir de los altavoces, de lo contrario pierden naturalidad y pasan a ser mensajes cuasi propagandísticos. Decía que pasada la medianoche, cuando apenas un puñado de compañeros sobrevivíamos en la redacción… ha llegado la hora de decir “hasta luego”. Una despedida con sabor añejo, para muchos; y con una sensación muy novel, para mí. Cuando escuchaba cómo sus pasos se dirigían hacia mi sección, con ese soniquete tan característico, he tenido que respirar hondo, forzar una sonrisa y buscar alguna frase socorrida en el disco duro de las despedidas. No quería improvisar. Era consciente de mis limitaciones.
Lo conocí en julio de 2007. Hace poco, demasiado poco. Aunque estos dos años largos han dado mucho de sí. El primer verano lo veía desde lejos. No fue hasta agosto de 2008 cuando me aproximé a él. Fue por gajes de oficio. Ese mes –ese recordado mes– él estaba al frente de la sección de Local. Y yo, yo me defendía entre noticias municipales, lúdico-festivas y demás actualidad informativa. Recuerdo que me dejó al cargo de Turismo, cuando Benito se cogió las vacaciones; y al mando de Educación, a la marcha de Victoria. Al final, como era de esperar, tocamos todos los palos. Desde presos españoles en cárceles extranjeras hasta el cumplimiento de la Ley de Igualdad en las instituciones más representativas de la provincia.
Recuerdo que hace apenas unas horas, al leer una información sobre la puesta en marcha de radares para detectar la presencia de pateras en la costa alicantina… no pude hacer otras cosa –ya con el corazón tocado, tras conocer su adiós– que acordarme de él. Me vino una imagen a la cabeza. Uno de esos detalles que le hacen grande, que le llevan al altar de los mejores. Un ejemplo para los nuevos. Y para muchos veteranos, todo sea dicho.
Una tarde nos llegó una información. Parecía ser que las promesas del Gobierno central sobre la implantación de esos radares no eran más que cantos de sirena. Me puse al tema. Y el tema salió adelante. Al día siguiente, nada más llegar, me llamó al despacho. Abrió el periódico por la página siete, me enseñó la imagen que ilustraba mi noticia y me señaló al tipo que aparecía en ella. Mi expresión cambiaba, supongo, por momentos. De la incertidumbre a la incredulidad. En la fotografía se veía a un personaje que nada tenía que ver con el delegado del Gobierno en la Comunidad, quien debía aparecer en dicha página. Me preguntó qué había pasado… Le perjuré que esa imagen era la primera vez que la veía. Me creyó. A los pocos segundos encendí el ordenador, comprobé que estaba en lo cierto y se lo mostré. No hizo falta. Él, sin tener por qué, ya volvía de otro despacho. Venía de “salvar” mi nombre ante un superior suyo (y mío, por tanto). No necesitó pruebas… confió en mi palabra. Yo le juré amor eterno.
Y hoy, cuando su ciudad tenía que dar un paso atrás para dejar sitio a Rio de Janeiro… Él ha dado un paso adelante. Valiente. Hoy ha dicho adiós a más de media vida dedicada a su periódico. Jorge se va. Los compañeros le recuerdan (y lloran en silencio). Al periódico… le toca reflexionar.
Suerte compañero. No la necesitas, pero la mereces.
1 comentario:
Chapeau, Carol!! Yo sólo lo he podido disfrutar dos meses, desde la distancia de ser un recién llegado, pero me dijeron que era un GRANDE y lo he corroborado.
Suerte Jorge.
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