Una historia que se repite. Es público que la Universidad Miguel Hernández presume de los miles de convenios firmados con empresas en los últimos años. Con esta iniciativa, que ya supera las 4.500 adhesiones, se pretende fomentar las prácticas de sus estudiantes durante el periplo universitario. ¡Perfecto! Aunque la imagen que se proyecta dista de la realidad. Como siempre.
Hace unos meses, ya caté las intenciones del Observatorio Ocupacional de la UMH, encargado de gestionar las prácticas en empresas. Constanté mis impresiones: Su única intención es vender un producto (los miles de convenios del los que presume) y de ahí no los saques. Y yendo más allá, si el estudiante se busca sus propios contactos y luego se las cede a la universidad… ¡miel sobre hojuelas!
A lo que vamos. Por puro interés (deshacerme de optativas cuyo vínculo con el Periodismo está por descubrir), me acogí a unas prácticas ofertadas por una empresa a través del Observatorio. Una vez superado el proceso de selección… llegó el turno para la cuestión administrativa. Un obstáculo que, por esperado, me ha confirmado la ineficacia de los órganos gestores de la Universidad. Entre los apartados a rellenar (ni uno, ni dos ni tres), el referente al horario se ha erigido como el más controvertido.
El programa ofrecía dos opciones: horario regular o irregular. El primero recuerda al “típico” horario de oficina, de 9 a 13 horas, por ejemplo. Mi caso, al tratarse de un trabajo unipersonal y realizado en casa, no se ajustaba a esa propuesta, por lo que me decidí a elegir “horario irregular”. Pensé que era lo correcto. Ilusa de mí. A continuación, al no tratarse de un horario cerrado, el programa informático me dio la opción de indicar el número de horas que emplearía en dicha tarea. Eché cuentas y apunté: “Unas 200 aproximadamente”. Era un cálculo relativo, ya que me resultada imposible aventurar cuántas horas emplearé en el trabajo acordado. Pues bien. Cerré el convenio, lo firmó el presidente de la empresa, una servidora y lo mandé al Observatorio. Creía que la barrera administrativa ya era pasado. Pero no.
Ante mi sorpresa, ayer recibí una llamada. Procedía del Observatorio. “Mala cosa”, pensé. Con una voz dulce y muy buenas formas, me indicaron que la palabra “aproximadamente” invalidaba el convenio. ¡Vaya, qué sorpresa!, ironicé. Y todo porque no sirve “aproximar” las horas. No. Se deben “clavar”. Vamos, una estupidez en toda regla, tanto en cuando, te ofrecen la opción de elegir un horario irregular. Pura incompetencia.
Compruebo, por enésima ocasión, que la predisposición a facilitar los trámites no va de la mano con la política de esta Universidad. Y no hablo de la explotación a la que someten las propias empresas a los alumnos en prácticas, bajo el amparo universitario. Horarios demoledores, sin ninguna retribución económica en parte de los casos. Y, para más Inri, esta aberración se permite durante el curso académico. Una manera idónea (di que sí) para distraer al alumno de su verdadera tarea (el desarrollo de la titulación) con supuestas oportunidades profesionales. Las empresas, encantadas: Publicidad gratuita a través del convenio con la Universidad. ¡Cómo confían en los jóvenes! Las mismas empresas (sobre todo, en el sector de la comunicación) que se valen para sacar adelante productor informativos de dudosa calidad, pero suficientes para presumir de medio de comunicación. La Universidad, si de verdad mirase por sus estudiantes, debería poner coto a estas prácticas.
En resumen. Estos convenios permiten que los empresarios mantengan en pie sus negocios gracias a la labor “desinteresada” de los estudiantes en prácticas. Estos convenios permiten que los empresarios se ahorren miles de euros por la gratuidad de los becarios. Estos convenios permiten que los empresarios impidan el aprendizaje propio de los estudiantes en prácticas, al no rodearlos de profesionales de contrastada experiencia. Estos convenios permiten que los empresarios dificulten el desarrollo del curso académico de los becarios, dado que los horarios interfieren en el horario universitario.
Estos son algunos de los puntos negros de la política de la Universidad en su relación con las empresas. Pero soluciones también las hay. Empecemos. La UMH debería obligar a los empresarios a pagar un mínimo a los estudiantes por la realización de las prácticas, dado el beneficio que obtienen. La UMH debería obligar a los empresarios a rodear a los becarios de un mínimo de profesionales. La UMH debería obligar a los empresarios a tener a tutores (de verdad) al lado de los estudiantes que les enseñen los entresijos de la profesión. La UMH debería prohibir el desarrollo de estas prácticas durante el periodo académico. De lo contrario, un flaco favor se hace la institución universitaria.
Hace unos meses, ya caté las intenciones del Observatorio Ocupacional de la UMH, encargado de gestionar las prácticas en empresas. Constanté mis impresiones: Su única intención es vender un producto (los miles de convenios del los que presume) y de ahí no los saques. Y yendo más allá, si el estudiante se busca sus propios contactos y luego se las cede a la universidad… ¡miel sobre hojuelas!
A lo que vamos. Por puro interés (deshacerme de optativas cuyo vínculo con el Periodismo está por descubrir), me acogí a unas prácticas ofertadas por una empresa a través del Observatorio. Una vez superado el proceso de selección… llegó el turno para la cuestión administrativa. Un obstáculo que, por esperado, me ha confirmado la ineficacia de los órganos gestores de la Universidad. Entre los apartados a rellenar (ni uno, ni dos ni tres), el referente al horario se ha erigido como el más controvertido.
El programa ofrecía dos opciones: horario regular o irregular. El primero recuerda al “típico” horario de oficina, de 9 a 13 horas, por ejemplo. Mi caso, al tratarse de un trabajo unipersonal y realizado en casa, no se ajustaba a esa propuesta, por lo que me decidí a elegir “horario irregular”. Pensé que era lo correcto. Ilusa de mí. A continuación, al no tratarse de un horario cerrado, el programa informático me dio la opción de indicar el número de horas que emplearía en dicha tarea. Eché cuentas y apunté: “Unas 200 aproximadamente”. Era un cálculo relativo, ya que me resultada imposible aventurar cuántas horas emplearé en el trabajo acordado. Pues bien. Cerré el convenio, lo firmó el presidente de la empresa, una servidora y lo mandé al Observatorio. Creía que la barrera administrativa ya era pasado. Pero no.
Ante mi sorpresa, ayer recibí una llamada. Procedía del Observatorio. “Mala cosa”, pensé. Con una voz dulce y muy buenas formas, me indicaron que la palabra “aproximadamente” invalidaba el convenio. ¡Vaya, qué sorpresa!, ironicé. Y todo porque no sirve “aproximar” las horas. No. Se deben “clavar”. Vamos, una estupidez en toda regla, tanto en cuando, te ofrecen la opción de elegir un horario irregular. Pura incompetencia.
Compruebo, por enésima ocasión, que la predisposición a facilitar los trámites no va de la mano con la política de esta Universidad. Y no hablo de la explotación a la que someten las propias empresas a los alumnos en prácticas, bajo el amparo universitario. Horarios demoledores, sin ninguna retribución económica en parte de los casos. Y, para más Inri, esta aberración se permite durante el curso académico. Una manera idónea (di que sí) para distraer al alumno de su verdadera tarea (el desarrollo de la titulación) con supuestas oportunidades profesionales. Las empresas, encantadas: Publicidad gratuita a través del convenio con la Universidad. ¡Cómo confían en los jóvenes! Las mismas empresas (sobre todo, en el sector de la comunicación) que se valen para sacar adelante productor informativos de dudosa calidad, pero suficientes para presumir de medio de comunicación. La Universidad, si de verdad mirase por sus estudiantes, debería poner coto a estas prácticas.
En resumen. Estos convenios permiten que los empresarios mantengan en pie sus negocios gracias a la labor “desinteresada” de los estudiantes en prácticas. Estos convenios permiten que los empresarios se ahorren miles de euros por la gratuidad de los becarios. Estos convenios permiten que los empresarios impidan el aprendizaje propio de los estudiantes en prácticas, al no rodearlos de profesionales de contrastada experiencia. Estos convenios permiten que los empresarios dificulten el desarrollo del curso académico de los becarios, dado que los horarios interfieren en el horario universitario.
Estos son algunos de los puntos negros de la política de la Universidad en su relación con las empresas. Pero soluciones también las hay. Empecemos. La UMH debería obligar a los empresarios a pagar un mínimo a los estudiantes por la realización de las prácticas, dado el beneficio que obtienen. La UMH debería obligar a los empresarios a rodear a los becarios de un mínimo de profesionales. La UMH debería obligar a los empresarios a tener a tutores (de verdad) al lado de los estudiantes que les enseñen los entresijos de la profesión. La UMH debería prohibir el desarrollo de estas prácticas durante el periodo académico. De lo contrario, un flaco favor se hace la institución universitaria.