Una efeméride menos. Y ahora, de vuelta a la actualidad. Esta vez, la repercusión mediática de la fecha en cuestión nos ha retrotraído veinte años, a una Europa que en nada se parece a la actual. Aunque, desde otro prisma, esta Europa en poco se asemeja a la que se imaginó a finales de los años ochenta, a partir de los deseos más ambiciosos de la época. Todo un sueño a medio construir.
Por cuestiones obvias, la caída del Muro de Berlín pasó por mi vida sin dejar ninguna huella. Ni pena ni gloria, ni todo lo contrario. Entonces me preocupaba más saber a qué hora emitían Oliver y Benji, qué tocaba de merienda o cómo apurar los minutos en el parque con los amigos.
Veinte años después, los detalles de aquella histórica fecha nos han invadido: Que si las decisiones de los políticos, la influencia de los medios, el carácter de los alemanes... Todo. Y así nos hemos erigido, durante unos días, en verdaderos especialistas de la cuestión germánica. ¿La pena? Que esta “especialidad” nos durará hasta que se presente la próxima efeméride, que no tardará mucho. Y, entonces, no quedará ni rastro de todo “lo aprendido”. Por tanto, ¿para qué “celebramos” estas fechas si poco, o nada, suponen en nosotros?
A ver, ¿qué nos ha dejado veinte años después la revolucionaria caída del Muro de Berlín? Veamos. Hoy ya no existen muros en Europa que separen estados por sus regímenes políticos. Pero, a escasos kilómetros, existen otros tan vergonzosos, que dan fe de la escasa memoria del ser humano. Derribamos unos para levantar otros. No pongo en cuestión si estas barreras se convierten en necesarias, pero ahí está Israel, México, Ceuta, Corea del Norte, el Sáhara... y así un lista tan vasta como rechazable.
Desde hace años fraguo una idea, que el paso del tiempo no hace otra cosa que reafirmármela. Las efemérides son un traje a medida para los políticos, una buena clase de historia para los ciudadanos y una oportunidad perdida por el ser humano. No hay mejor efeméride, que la inexistencia de un motivo de celebración. ¿O no?
Por cuestiones obvias, la caída del Muro de Berlín pasó por mi vida sin dejar ninguna huella. Ni pena ni gloria, ni todo lo contrario. Entonces me preocupaba más saber a qué hora emitían Oliver y Benji, qué tocaba de merienda o cómo apurar los minutos en el parque con los amigos.
Veinte años después, los detalles de aquella histórica fecha nos han invadido: Que si las decisiones de los políticos, la influencia de los medios, el carácter de los alemanes... Todo. Y así nos hemos erigido, durante unos días, en verdaderos especialistas de la cuestión germánica. ¿La pena? Que esta “especialidad” nos durará hasta que se presente la próxima efeméride, que no tardará mucho. Y, entonces, no quedará ni rastro de todo “lo aprendido”. Por tanto, ¿para qué “celebramos” estas fechas si poco, o nada, suponen en nosotros?
A ver, ¿qué nos ha dejado veinte años después la revolucionaria caída del Muro de Berlín? Veamos. Hoy ya no existen muros en Europa que separen estados por sus regímenes políticos. Pero, a escasos kilómetros, existen otros tan vergonzosos, que dan fe de la escasa memoria del ser humano. Derribamos unos para levantar otros. No pongo en cuestión si estas barreras se convierten en necesarias, pero ahí está Israel, México, Ceuta, Corea del Norte, el Sáhara... y así un lista tan vasta como rechazable.
Desde hace años fraguo una idea, que el paso del tiempo no hace otra cosa que reafirmármela. Las efemérides son un traje a medida para los políticos, una buena clase de historia para los ciudadanos y una oportunidad perdida por el ser humano. No hay mejor efeméride, que la inexistencia de un motivo de celebración. ¿O no?
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