En Alicante, bastante menos de un millar de personas se habrán concentrado esta tarde en las
escalinatas del instituto Jorge Juan para iniciar una marcha por las calles de
la ciudad como gesto de rebeldía democrática por el gravísimo deterioro del sistema educativo en la
Comunidad Valenciana (y por extensión, en España). Una marcha por las calles de
siempre. Hoy, casi vacías. ¿Qué pasa con estas movilizaciones que no movilizan?
Son peligrosas, contraproducentes, ya que proyectan una imagen desvirtualizada
del sentir general. Pero claro, nadie –los agentes sociales, tampoco– puede
pretender que los ciudadanos, hastiados de todo y de todos, salgan día sí y día
también a la calle. Pueden estar hastiados, sí, pero todos, incluso los
ciudadanos más indignados, tienen derecho a vivir, como les dejan, cargando con
sus obligaciones diarias y disfrutando sus cada vez más escasos instantes de
desconexión. Y menos aún podemos esperar una respuesta masiva (en Alicante,
subrayo) si la concentración no está convocada por los sindicatos… Con lo que
ello genera. Aquí, echando la vista atrás, el 15M no arrastra; Toma la Plaza,
tampoco… Las manifestaciones multitudinarias –de carácter general o sectorial– siempre han contando
con el sustento de las organizaciones sindicales. Ésta no. Y se ha notado. Era lo
previsible. Aunque la imagen ha sido, de nada sirven las tiritas a estas
alturas, bastante lamentable. Con poco esfuerzo y bastante voluntad, se podía contar a los
asistentes, uno a uno. Y eso dice mucho. Demasiado.
Llego a casa,
decía, con cierto regusto agridulce y me encuentro con la salida de EnricGonzález de El País. Toma dos tazas, Tomás. Pero lo explico. No lo siento por
él. Él puede dar ese paso y tropecientos de ese calado. Igual que Maruja Torres pudo llamar “sardinita” o “cateto” al infame Cebrián. Tampoco lo siento por mí.
Ahora podré (podremos) leer al genial Enric en algún otro medio donde aún los
periodistas tengan la libertad necesaria (y cuasi extinguida) para escribir lo
que quieran, como les apetezca y cuando les precie. ¿Libertad? ¿Censura? Basta con recordar aquella
columna (hoy más de actualidad que nunca) que El País censuró al periodista catalán. Entonces, Enric
quiso cerrar su columna con una frase lapidaria, dirigida a los directivos del
periódico: “Cualquier día, en cualquier empresa, van a rebajar el sueldo a los
obreros para financiar la ludopatía bursátil de los dueños”. Hablamos de 2009.
¿A que parece más reciente? De ayer, por ejemplo. El País no permitió su publicación. Así
que no lo siento por él, tampoco por mí… Lo siento por El País, un diario de
referencia para todos aquellos que un día soñamos ser periodistas. Hoy, aún con
ese sueño latente, esa cabecera es cada día menos referencia. Y puede, Cebrián es capaz de todo,
dejar de ser. No dejar de ser una referencia, no, dejar de ser. Hablo de desaparecer. Sin más, vamos. Y lo siento por aquellos,
también en nómina de El País, que no se llaman Enric, ni Maruja ni… Esos que no se
atreven a alzar la voz en público. No pueden porque la entidad bancaria de turno (menos el Sabadell, ¡eh! Mis respetos...) cuando les pase la mensualidad de
la hipoteca no sabrá de dignidad. Y sí de desahucios, claro.
**«Rodeados» de Enric
González (mayo de 2009. No se imprimió. Ni falta que hizo)**
No he visto
aún el arranque de Operación Triunfo, en Telecinco. En realidad, a la hora de
escribir estas líneas (19.30 del miércoles), el cuerpo me pide que me abstenga.
Pero cuando el hipotético lector tenga este periódico en las manos, o en la
pantalla, las cosas habrán empeorado. Y yo, con toda probabilidad, me habré
autolesionado con un electrodoméstico, con un televisor, concretamente. O sea,
habré visto OT. Y habré asistido a la presentación de Ramoncín, paladín de la
propiedad intelectual y de los derechos de autor, como miembro del ilustre
jurado. Es de suponer que para entonces, mi mañana y su hoy, andaré aún peor de
ánimo. Quién iba a decirle a uno que acabaría añorando a Risto Mejide.
Lo que puede
ir mal, va mal. Eso ya lo sabíamos. Aun así, resulta difícil no apenarse ante
el presunto fichaje de Francisco Rivera, también conocido como Kiko o como
Paquirrín, por parte de Sé lo que hicisteis (La Sexta). La gracia de ese
programa solía consistir en la aparente distancia con que se abordaban las
monstruosidades televisivas: emitían trocitos de basura, pero era basura ajena,
fenómenos frikis de otros espacios, de otras cadenas, y envolvían el producto
con una ironía sarcástica. La incorporación del señor Rivera, como
monologuista, aprendiz de monologuista o lo que sea, constituye un cambio
cualitativo: Sé lo que hicisteis incorpora su propio monstruito. Si Ana Rosa
Quintana tiene a Belén Esteban, ellos tienen al señor Rivera. Francamente, no creo
que puedan reírse los unos de los otros. Si acaso, podrán comparar la magnitud
de sus respectivas tragedias. Todo esto induce al pesimismo.
Uno lo ve todo
negro. No quiero ponerme en lo peor, pero cualquier día, en cualquier empresa,
van a rebajar el sueldo a los obreros para financiar la ludopatía bursátil de
los dueños. Ya sé que exagero, que esas cosas no pasan. Pero antes tampoco
pasaban cosas como la de Ramoncín y Paquirrín, y ya ven. Como decía Manolo
Vázquez Montalbán, estamos rodeados.