18 de octubre de 2012

El precio de la dignidad



Llego a casa (casi) directa de la manifestación en protesta por los recortes en Educación y me topo con la salida de Enric González de El País. Así, de repente. Sin avisar... En ambos frentes percibo buenas y malas sensaciones, aunque no sé si a partes iguales. Veamos.

En Alicante, bastante menos de un millar de personas se habrán concentrado esta tarde en las escalinatas del instituto Jorge Juan para iniciar una marcha por las calles de la ciudad como gesto de rebeldía democrática por el gravísimo deterioro del sistema educativo en la Comunidad Valenciana (y por extensión, en España). Una marcha por las calles de siempre. Hoy, casi vacías. ¿Qué pasa con estas movilizaciones que no movilizan? Son peligrosas, contraproducentes, ya que proyectan una imagen desvirtualizada del sentir general. Pero claro, nadie –los agentes sociales, tampoco– puede pretender que los ciudadanos, hastiados de todo y de todos, salgan día sí y día también a la calle. Pueden estar hastiados, sí, pero todos, incluso los ciudadanos más indignados, tienen derecho a vivir, como les dejan, cargando con sus obligaciones diarias y disfrutando sus cada vez más escasos instantes de desconexión. Y menos aún podemos esperar una respuesta masiva (en Alicante, subrayo) si la concentración no está convocada por los sindicatos… Con lo que ello genera. Aquí, echando la vista atrás, el 15M no arrastra; Toma la Plaza, tampoco… Las manifestaciones multitudinarias –de carácter general o sectorial– siempre han contando con el sustento de las organizaciones sindicales. Ésta no. Y se ha notado. Era lo previsible. Aunque la imagen ha sido, de nada sirven las tiritas a estas alturas, bastante lamentable. Con poco esfuerzo y bastante voluntad, se podía contar a los asistentes, uno a uno. Y eso dice mucho. Demasiado. 

Llego a casa, decía, con cierto regusto agridulce y me encuentro con la salida de EnricGonzález de El País. Toma dos tazas, Tomás. Pero lo explico. No lo siento por él. Él puede dar ese paso y tropecientos de ese calado. Igual que Maruja Torres pudo llamar “sardinita” o “cateto” al infame Cebrián. Tampoco lo siento por mí. Ahora podré (podremos) leer al genial Enric en algún otro medio donde aún los periodistas tengan la libertad necesaria (y cuasi extinguida) para escribir lo que quieran, como les apetezca y cuando les precie. ¿Libertad? ¿Censura? Basta con recordar aquella columna (hoy más de actualidad que nunca) que El País  censuró al periodista catalán. Entonces, Enric quiso cerrar su columna con una frase lapidaria, dirigida a los directivos del periódico: “Cualquier día, en cualquier empresa, van a rebajar el sueldo a los obreros para financiar la ludopatía bursátil de los dueños”. Hablamos de 2009. ¿A que parece más reciente? De ayer, por ejemplo. El País no permitió su publicación. Así que no lo siento por él, tampoco por mí… Lo siento por El País, un diario de referencia para todos aquellos que un día soñamos ser periodistas. Hoy, aún con ese sueño latente, esa cabecera es cada día menos referencia. Y puede, Cebrián es capaz de todo, dejar de ser. No dejar de ser una referencia, no, dejar de ser. Hablo de desaparecer. Sin más, vamos. Y lo siento por aquellos, también en nómina de El País, que no se llaman Enric, ni Maruja ni… Esos que no se atreven a alzar la voz en público. No pueden porque la entidad bancaria de turno (menos el Sabadell, ¡eh! Mis respetos...) cuando les pase la mensualidad de la hipoteca no sabrá de dignidad. Y sí de desahucios, claro.



**«Rodeados» de Enric González (mayo de 2009. No se imprimió. Ni falta que hizo)**

No he visto aún el arranque de Operación Triunfo, en Telecinco. En realidad, a la hora de escribir estas líneas (19.30 del miércoles), el cuerpo me pide que me abstenga. Pero cuando el hipotético lector tenga este periódico en las manos, o en la pantalla, las cosas habrán empeorado. Y yo, con toda probabilidad, me habré autolesionado con un electrodoméstico, con un televisor, concretamente. O sea, habré visto OT. Y habré asistido a la presentación de Ramoncín, paladín de la propiedad intelectual y de los derechos de autor, como miembro del ilustre jurado. Es de suponer que para entonces, mi mañana y su hoy, andaré aún peor de ánimo. Quién iba a decirle a uno que acabaría añorando a Risto Mejide.

Lo que puede ir mal, va mal. Eso ya lo sabíamos. Aun así, resulta difícil no apenarse ante el presunto fichaje de Francisco Rivera, también conocido como Kiko o como Paquirrín, por parte de Sé lo que hicisteis (La Sexta). La gracia de ese programa solía consistir en la aparente distancia con que se abordaban las monstruosidades televisivas: emitían trocitos de basura, pero era basura ajena, fenómenos frikis de otros espacios, de otras cadenas, y envolvían el producto con una ironía sarcástica. La incorporación del señor Rivera, como monologuista, aprendiz de monologuista o lo que sea, constituye un cambio cualitativo: Sé lo que hicisteis incorpora su propio monstruito. Si Ana Rosa Quintana tiene a Belén Esteban, ellos tienen al señor Rivera. Francamente, no creo que puedan reírse los unos de los otros. Si acaso, podrán comparar la magnitud de sus respectivas tragedias. Todo esto induce al pesimismo.

Uno lo ve todo negro. No quiero ponerme en lo peor, pero cualquier día, en cualquier empresa, van a rebajar el sueldo a los obreros para financiar la ludopatía bursátil de los dueños. Ya sé que exagero, que esas cosas no pasan. Pero antes tampoco pasaban cosas como la de Ramoncín y Paquirrín, y ya ven. Como decía Manolo Vázquez Montalbán, estamos rodeados.

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