Hoy es otro día triste para el
periodismo. Para ser sinceros, no recuerdo el último que no lo fue. Hoy, cuando
aún resuena el eco de los gritos a favor de la igualdad de género, el derecho a
la información recibe otra dentellada, la enésima. Hoy, domingo 10 de marzo, el
periódico El Día sale por última vez a los quioscos. A partir de hoy, por
tanto, los manchegos serán un poco menos libres.
Resulta curioso, más un día como
hoy, que la profesión periodística sea una de las peor valoradas por los
españoles, por esos mismos ciudadanos que también se muestran hastiados, y con
razón, de la clase política que gobierna en este país, en todas y cada una de las
administraciones. Resulta curioso, decía, porque en raras ocasiones son los
jueces los que destapan las corruptelas políticas, sino que son los medios de
comunicación –más en prensa que en radio, y rara vez en la televisión– quienes
denuncian públicamente las actitudes corruptas de los gobernantes, provocando a
veces dimisiones y cuanto menos pintando la cara de los infaustos
representantes públicos. Y con todo, los periodistas formamos uno de los
colectivos peor vistos en el actual tablero profesional. Nos lo podríamos hacer
mirar, pero nunca tenemos tiempo. Nunca hay tiempo para la autocrítica, ni de los
propios periodistas ni mucho menos de los editores, los que ponen la pasta en
un negocio herido y que sólo atienden a razones cortoplacistas para gestionar
las empresas. No piensan en mañana, sino en el ayer, y así nos va…
Me viene a la cabeza, imposible
borrar esa imagen, cuando recientemente los corresponsales en Nueva York dieron la espalda a la ministra Ana Mato, tras anunciarse que no habría preguntas en
su comparecencia y sí una lectura pública de un comunicado. Como no somos
tontos, aunque a veces nos mostremos incapaces de disimularlo, los compañeros
debieron recordar que todavía saben leer y que no necesitan que venga ninguna
pseudogobernante salpicada por los tentáculos de la corrupción para leerles un
texto. Esas palabras, todavía, iban a ser capaces de hacerlas. Así, por primera
vez que recuerde, los periodistas españoles dejaban con la palabra en la boca a
un político que no admitía preguntas. Tuvo que ser a miles de kilómetros, allá
por la Gran Manzana. Porque aquí, en nuestra cada vez menos querida España,
nadie se ha atrevido a secundar esa iniciativa. Muchas veces se habla, pero sin
alcanzar el consenso necesario. Nunca es tarde para tomar ejemplo aquí, pero
dudo que lo veamos. También dudo, en mi caso, que pueda protagonizar un acto tan digno como no participar en una tomadura de pelo a la altura de una rueda
de prensa sin preguntas. Sin consenso y sin la valentía de aquellos que mandan seguiremos
matando al periodismo, sin necesidad de intermediarios.
Pero como todos los días, dice el
refrán, sale el Sol… Así que existen motivos para la esperanza. Como dijo
Zapatero años ha: "Todavía hay motivos para creer". El creía en el pleno empleo.
Espero que estos rayitos de esperanza en la profesión periodística lleguen a
mejor puerto. Recordaba que hoy El Día pisaba por última vez los quioscos de La
Mancha. Por el contrario, estos últimos meses estamos asistiendo al nacimiento
de varios medios de comunicación, que tienen en común el soporte digital, una
línea editorial de marcado carácter progresista y una base de profesionales
rebotados tras los recortes de personal en las principales cabeceras. Tres son
los nombres que me vienen a la cabeza, aunque seguro que hay más: Eldiario.es,
Lamarea.com e Infolibre.es. El último en «pisar» la red ha sido Infolibre, que se
estrenó el pasado jueves. El proyecto, dirigido por el exdirector de Público Jesús Maraña, llega acompañado de TintaLibre, una revista mensual en papel que está a
la venta desde este viernes y que tiene al mando a otro histórico del
periodismo, Javier Valenzuela, exdirector adjunto de El País.
Estos nuevos medios que redibujan
el espacio mediático actual se enfrentan a muchos retos, pero sobre todo al de
la supervivencia. Por ahora, nadie ha dado con la tecla correcta para la
financiación de los medios digitales, mientras los tradicionales intentan
evitar morir por inanición tras el brutal descenso de los ingresos publicitarios.
Sin embargo, alguna fórmula debe existir.
Sea como fuere, se agradece
comprobar que los periodistas no están muertos. Tampoco los veteranos, los más
perjudicados con esta sangría de despidos en prensa, radio y televisión que no da respiro. Da gusto
ver cómo, pese a todo, los periodistas aún conservan la ilusión por embarcarse en
arriesgados proyectos que buscan ampliar el actual entramado de medios de
comunicación. Tal vez se arriesgan porque no saben otra cosa que contar
historias. Da igual dónde. Lo importante es contarlas. Que los buenos las
disfruten. Y que los malos tiemblen al leerlas.
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