No éramos favoritos, más bien víctimas de una inoportuna lesión. Llegamos a Argentina con el cartel de perdedores... pero el deporte es caprichoso y más aún cuando juegas sin ningún complejo de los de antaño.
Con todo esto, quiero hacer una reflexión tal vez inoportuna, pero auténtica.
Este domingo, 23 de noviembre, se despertaba con la mirada puesta en Mar del Plata. Un punto nos bastaba para alcanzar, de nuevo, la victoria en la Davis. Un punto y un dilema. ¿Quién iba a saltar a la pista por el bando español para disputarle a Acasuso la gloria: Ferrer o Verdasco? El alicantino demostró el viernes que no está para estos toros, que su físico (y, por extensión, su cabeza) le impedía rendir a un nivel óptimo. El madrileño, sin embargo, era todo ambición, tras la victoria en el doble de ayer junto a Feciliano. ¿Dónde radicaba el problema? En la experiencia en grandes citas y en los méritos demostrados hasta la fecha (mínimos en el currículo de Fer).
La «demostración» de Ferrer ante Nalbaldian nos hacía a todos pensar en Verdasco, pero tampoco apostábamos ciegamente. Y, visto lo visto, era normal. ¡Vaya partido que ha hecho Fer! Bueno, para ser más exactos, ¡qué partido más lamentable nos han ofrecido Acasuso y Verdasco! En estas ocasiones se recurre al tópico que dice: «Ha ganado el menos malo». ¿El menos malo?
Por momentos daba vergüenza ajena ver cómo el punto decisivo de la Copa Davis lo disputaban dos tenistas tan limitados (uno –el argentino- por no llegar a más y otro –el español- por no querer ser mejor). Fallaba uno, y el otro le imitaba e intentaba que el error fuera más clamoroso. Así cinco sets…
No sé cómo tratarán a Acasuso en Argentina, ni me inquieta en exceso, pero sí sé algo: si llega a perder Verdasco hoy… le hubieran llovido palos y palos (merecidos por otra parte). ¿Por qué? Fácil. Sólo había que echarle el ojo a un par de juegos para descubrir el camino hacia la victoria: bolas al revés de Acasuso. Un golpe impropio de un tenista profesional. Sin embargo, Verdasco optaba por dejar al argentino entrar con la derecha una y otra vez… ¿Falta de visión? No, porque tenía al capitán español diciéndoselo continuamente.
Lo dicho, ahora Fernando Verdasco es ídolo nacional, pero si los titulares fueran justos le darían importancia relativa a su victoria. La «ensaladera» se cimentó el viernes con un magnífico partido de Feliciano ante Del Potro («A Nadal le sacaremos los calzones del orto», dixit) y ayer en un alocado choque entre dos «parejas» donde la compenetración entre sus miembros tampoco fue lo más destacado.
Y, por último, otro punto lo ganó España con la lesión de Nadal. Ahí los argentinos se confiaron. Y ya sabemos, la confianza en el deporte es una forma rápida (y casi infalible) de abrazar la derrota. Si a esa circunstancia le sumamos la inapropiada elección de la superficie cuando tienes enfrente a jugadores que sólo saben jugar en pista rápida, como Fer o Feli… La resolución se ve venir: la ensaladera es, por tercera vez, rojigualda. Y, sí, gracias también a Verdasco. Y, también, aunque parezca mentira, me cae bien el chaval, pero nunca entenderé el talento desaprovechado ni a los desagradecidos deportistas que no aprovechan una virtud innata.
Con todo esto, quiero hacer una reflexión tal vez inoportuna, pero auténtica.
Este domingo, 23 de noviembre, se despertaba con la mirada puesta en Mar del Plata. Un punto nos bastaba para alcanzar, de nuevo, la victoria en la Davis. Un punto y un dilema. ¿Quién iba a saltar a la pista por el bando español para disputarle a Acasuso la gloria: Ferrer o Verdasco? El alicantino demostró el viernes que no está para estos toros, que su físico (y, por extensión, su cabeza) le impedía rendir a un nivel óptimo. El madrileño, sin embargo, era todo ambición, tras la victoria en el doble de ayer junto a Feciliano. ¿Dónde radicaba el problema? En la experiencia en grandes citas y en los méritos demostrados hasta la fecha (mínimos en el currículo de Fer).
La «demostración» de Ferrer ante Nalbaldian nos hacía a todos pensar en Verdasco, pero tampoco apostábamos ciegamente. Y, visto lo visto, era normal. ¡Vaya partido que ha hecho Fer! Bueno, para ser más exactos, ¡qué partido más lamentable nos han ofrecido Acasuso y Verdasco! En estas ocasiones se recurre al tópico que dice: «Ha ganado el menos malo». ¿El menos malo?
Por momentos daba vergüenza ajena ver cómo el punto decisivo de la Copa Davis lo disputaban dos tenistas tan limitados (uno –el argentino- por no llegar a más y otro –el español- por no querer ser mejor). Fallaba uno, y el otro le imitaba e intentaba que el error fuera más clamoroso. Así cinco sets…
No sé cómo tratarán a Acasuso en Argentina, ni me inquieta en exceso, pero sí sé algo: si llega a perder Verdasco hoy… le hubieran llovido palos y palos (merecidos por otra parte). ¿Por qué? Fácil. Sólo había que echarle el ojo a un par de juegos para descubrir el camino hacia la victoria: bolas al revés de Acasuso. Un golpe impropio de un tenista profesional. Sin embargo, Verdasco optaba por dejar al argentino entrar con la derecha una y otra vez… ¿Falta de visión? No, porque tenía al capitán español diciéndoselo continuamente.
Lo dicho, ahora Fernando Verdasco es ídolo nacional, pero si los titulares fueran justos le darían importancia relativa a su victoria. La «ensaladera» se cimentó el viernes con un magnífico partido de Feliciano ante Del Potro («A Nadal le sacaremos los calzones del orto», dixit) y ayer en un alocado choque entre dos «parejas» donde la compenetración entre sus miembros tampoco fue lo más destacado.
Y, por último, otro punto lo ganó España con la lesión de Nadal. Ahí los argentinos se confiaron. Y ya sabemos, la confianza en el deporte es una forma rápida (y casi infalible) de abrazar la derrota. Si a esa circunstancia le sumamos la inapropiada elección de la superficie cuando tienes enfrente a jugadores que sólo saben jugar en pista rápida, como Fer o Feli… La resolución se ve venir: la ensaladera es, por tercera vez, rojigualda. Y, sí, gracias también a Verdasco. Y, también, aunque parezca mentira, me cae bien el chaval, pero nunca entenderé el talento desaprovechado ni a los desagradecidos deportistas que no aprovechan una virtud innata.
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