10 de agosto de 2009

Con resignación

No sé si corresponde decirlo. Y, de serlo, si éste es el atril adecuado. Supongo que sí, ya que parece idóneo para elevar esos pensamientos que nos alteran en esta época veraniega, en la que el relax debería anestesiarnos. Juan José Millás recurriría a los preceptos recomendados por su psicoanalista de cabecera para traer hasta aquí dos especímenes que, más de uno, desearía verlos extinguidos. Y no hace falta enarbolar la bandera anarquista con pasión, tan sólo hacer gala de cierto sentido común. Que no es poco...

Lo dicho. Comienzo la terapia. Me siento en una cómoda butaca; fijo la mirada al frente, en un espejo que me observa desconfiado; y doy forma a la frase inicial, esencial según los expertos en todo soliloquio... Y allá voy: Me superan las facturas y detesto los trajes. ¡Qué le vamos a hacer! Pero hay algo peor: Me aburre la Justicia. No es desconfianza ni incredulidad ante sus últimas actuaciones, sino una sensación de hastío que se acrecienta cada vez que se presentan personajes relevantes del panorama socio-político ante el supuesto «Ojo de la Ley». Dice verlo todo. Yo disiento.

Podemos decir, sin ánimo a equivocarnos, que todo es un «deja vu» continuo. Cualquiera, mínimamente informado, tiene la capacidad de comentar: «Este final me resulta conocido, si no familiar». ¿A qué me refiero? Vean. ¿Muchos de ustedes dudaban de la inocencia del Molt Honorable? O al menos, de que el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana iba a encontrar alguna interpretación legal para desligar su cargo de su capacidad de favorecer a empresas y/o personas de las que pudiera o pudiese recibir dádivas...

Y qué les parece si, para escapar de la acusación de sectarios, echamos la vista atrás apenas unas semanas: ¿Alguien aventuraba un final distinto al archivo en la querella interpuesta contra el alcalde Soler? Iluso de aquél que desligara la responsabilidad en el pago de unas facturas de los funcionarios. En este caso, y sin que sirva de precedente, los más indefensos de la película.

La resolución de ambas causas se presuponía. Pero aquí no pasa nada. Ambos mintieron: uno negó en un principio el pago con dinero público de facturas del Grupo Socialista y el otro renegó de su íntima amistad con «El Bigotes». Y todo sigue igual. Al primero le salvó el dolo, o mejor dicho la ausencia de esa voluntad deliberada de cometer un delito a sabiendas de su ilicitud, según «palabras» de la Audiencia Provincial. Al segundo le ha puesto a buen recaudo -por el momento- su «amigo del alma», quien ejerce a la vez de presidente del TSJ. Un dato tal vez reiterativo, pero que conviene recordar.

Los dos fueron imputados, y ambos siguen en sus despachos. Sin inmutarse. A Soler se le acusó de prevaricación y malversación de caudales públicos. Al final, todo quedó en un simple fallo administrativo. A Camps, de cohecho. Y el Tribunal Supremo tendrá la última palabra, pero el Superior de Justicia de Valencia ya se ha encargado de recurrir a cierta inexistencia (¿?) de competencias para dar carpetazo al asunto. ¿Curioso? Bueno, alguna tecla debían tocar.

Y qué decir de las reacciones a tales decisiones judiciales. Las de índole político dan la impresión de estar cortadas bajo el mismo patrón. Tan sólo cambia el titular de la frase, ya que los vencidos de ahora disfrutaron de su fiesta allá por finales de junio. Y viceversa. El alcalde opinó tras el auto de la Audiencia: «Se ha hecho justicia al clarificar la verdad. Durante cuatro meses he tenido que soportar todo tipo de calumnias e injurias». Apenas cinco semanas después, le ha llegado el turno al Molt Honorable. ¿Y qué ha dicho? Aún lo recordarán. Pero, si no es así, no se angustien, lean: «Por fin ha terminado todo», se limitó a decir. Para qué más.

A estas alturas, me rindo. Diga lo que diga la psicoanalista, sólo queda adoptar los preceptos de todo un experto en la materia. Sí, Carlos Fabra. Apunten. Recomienda «aguantarse». Cometido del ciudadano, que ve -ya sin incredulidad, por desgracia- cómo hace falta ostentar (y también vale detentar) cierta posición social para contar con ese amparo judicial. También aconseja «joderse». Algo que toca muy de lejos a los políticos, que se jactan de un sistema judicial que, si hoy les perjudica, mañana les sonreirá. Y, por último, sugiere «resignarse». A ello voy, si me lo permiten.

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