12 de agosto de 2009

Un adiós prematuro

Cuando ayer me informaron de la muerte de José Ramón García Antón no pude creérmelo. Hacía pocos minutos que había sucedido el fatal desenlace, y aún los medios de comunicación digitales no se habían hecho eco de la noticia… Así que, pese a confiar en mi informador, mantuve le esperanza de que todo fuera un mal entendido. Como es obvio: era verdad. O, una putada, según se vea.

Entre los muchos artículos que destacan hoy el cariz humano de este atípico conseller, me quedo con estas líneas del director de Información, que para mí reflejan lo que ha sido José Ramón en sus apenas seis décadas de vida. Desde aquí, un pequeño recuerdo a una persona sencilla, hecho del que puedo dar fe en todas las ocasiones en las que nuestras respectivas profesiones nos han unido. Hay otro texto, éste más íntimo, que escribe un buen colega de José Ramón, y un excelente periodista, que ha hecho un alto en su periodo vacacional para hacer un homenaje a «su amigo», que también recomiendo. En fin, como decía, aquí «Un político, un caballero», de JR Gil.

Decían que era un técnico. Lo decían cuando querían ningunearle. Pero el que murió ayer fue el hombre que durante más de veinte años ejerció de actor principal en un debate tan agrio como el del agua sin perder jamás la compostura y también el que ideó, programó y ejecutó algunas de las infraestructuras que han cambiado, para bien, esta Comunidad, que era una y ahora es otra, mejor vertebrada. Así que ayer no murió un técnico, sino un político de amplias miras. Lo que ocurre es que, además, era un caballero, y eso sí que es verdad que no se estila.

José Ramón García Antón, conseller de tantas cosas y tan importantes que le robarían espacio a esta columna, murió ayer con las botas puestas. A él, que siempre estaba en trance de dejarlo todo y retirarse a disfrutar de su familia y sus amigos, fue la vida quien le dejó. Pero lo que no se puede negar es que falleció como había vivido: trabajando. Porque era, sobre todo, un trabajador infatigable. Y leal hasta las últimas consecuencias. Lo fue con los primeros alcaldes de la transición, cuando asumió la responsabilidad de las obras hidráulicas en una comarca como la Marina Baixa y un ayuntamiento como el de Benidorm, que había visto cómo la falta de recursos había estado a punto de enterrar la ciudad y sus rascacielos para siempre. Lo fue luego con el PSOE, que le encargó ese mismo trabajo a escala provincial. Y con el PP, tanto con el PP de Zaplana como con el de Camps, los presidentes que definitivamente le obligaron a ponerse en primera fila haciéndole miembro, insustituible, de sus gobiernos. A ambos les pagó no sólo con compromiso, sino sobre todo con efectividad. Fue, y me da igual lo polémica que pueda resultar la afirmación, el conseller más eficiente que ha tenido la Generalitat Valenciana en los últimos doce años. Y lo fue sin oropeles ni aspavientos.

Involuntariamente, se va prestando un último servicio: Camps ya no podrá eludir la imprescindible remodelación de su gabinete, paralizado casi desde su nacimiento y poblado de políticos quemados. Lo malo es que nos deja la triste sensación de que con su marcha, componga con quien componga el presidente de la Generalitat el nuevo gobierno, Alicante saldrá perdiendo.

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