No tenía por qué llegar. Y ni los más viejos del lugar podían prever un tropiezo tras otro durante seis jornadas. Ni los cenizos crónicos. Nadie. Pero los números están ahí y son implacables. No dan tregua.
Tan fuerte es el golpe, aunque no definitivo, que duele mirar la clasificación de Segunda División. Después de demasiadas semanas, el Hércules no aparece resaltado en la tabla provisional. Algo inimaginable cuando el conjunto de Esteban Vigo gobernaba la categoría de plata, cuando todos –seamos francos– hacíamos cálculos de la fecha que certificaría el esperado ascenso…
Ahora, sin embargo, los gestos languidecen y el optimismo ejerce de mero amigo pasajero. Más si cabe en una afición, digamos (con tal de no herir susceptibilidades), particular. Una masa social –tan fiel como manden los resultados– que a la mínima ejerce su vara de mando, saca a paseo las telas blancas y provoca sonidos tan agudos como injustos si el fútbol tuviera memoria histórica. Pero no la tiene. Como tampoco Luciano Varela.
A estas alturas, poco queda. Tan sólo generar confianza –ya que no hay motivos para que surja–, tragar orgullo –al estilo del empresario “de las galletas”– y tener paciencia para acceder al santuario de la Santa Faz –ya no es creer, pero ahora todo vale–. También creer en Farinós, Deli, Tote, Calata, Abraham, Kiko, Peña, Juanra, Tiago, Sergio... ¿Verdad que hay motivos para mantener la fe? Vale creer, incluso, en los incetivos menos éticos que se acercan al ritmo del paso de las jornadas. ¡Va bene tutto!
Tan fuerte es el golpe, aunque no definitivo, que duele mirar la clasificación de Segunda División. Después de demasiadas semanas, el Hércules no aparece resaltado en la tabla provisional. Algo inimaginable cuando el conjunto de Esteban Vigo gobernaba la categoría de plata, cuando todos –seamos francos– hacíamos cálculos de la fecha que certificaría el esperado ascenso…
Ahora, sin embargo, los gestos languidecen y el optimismo ejerce de mero amigo pasajero. Más si cabe en una afición, digamos (con tal de no herir susceptibilidades), particular. Una masa social –tan fiel como manden los resultados– que a la mínima ejerce su vara de mando, saca a paseo las telas blancas y provoca sonidos tan agudos como injustos si el fútbol tuviera memoria histórica. Pero no la tiene. Como tampoco Luciano Varela.
A estas alturas, poco queda. Tan sólo generar confianza –ya que no hay motivos para que surja–, tragar orgullo –al estilo del empresario “de las galletas”– y tener paciencia para acceder al santuario de la Santa Faz –ya no es creer, pero ahora todo vale–. También creer en Farinós, Deli, Tote, Calata, Abraham, Kiko, Peña, Juanra, Tiago, Sergio... ¿Verdad que hay motivos para mantener la fe? Vale creer, incluso, en los incetivos menos éticos que se acercan al ritmo del paso de las jornadas. ¡Va bene tutto!
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