19 de diciembre de 2010

Donde nos gusta estar

Vuelvo por estos fueros… 53 días después de mi última visita. A decir verdad, durante estos dos meses, me he dejado caer por esta isla en varias ocasiones, aunque no haya prueba gráfica de ello. El escaso margen que me deja el trabajo en la redacción y las actividades del máster me ha impedido dedicarle el tiempo necesario a este espacio que tanto sirve para relajar la mente y dar salida a algunos de esos pensamientos que circulan por la cabeza. La falta de motivación (¿?) tampoco ha ayudado cuando me enfrentaba al folio en blanco. Y de la atención que requiere mi última adquisición... ¡para qué hablar!

En esta ausencia física poco ha cambiado el panorama. La crisis sigue abriendo los informativos, el Barcelona abruma en las competiciones oficiales, Zapatero navega hacia la deriva sin ningún rubor, los sindicatos amenazan con otra jornada de paro global, la violencia de género se desboca sin solución a la vista, los coreanos de sur y norte no se caen bien y se esfuerzan por demostrarlo, el Hércules es más noticia por las polémicas extradeportivas que por su aseado regreso a Primera y la ‘i griega’ se puede seguir llamando así…

Tampoco sorprende la temporalidad de las noticias en los medios. El conflicto del Sáhara ya pasó a mejor vida, los muertos por cólera de Haití valen menos que otros y a Wikileaks le queda poco más de tres telediarios. Eso sí, a buen seguro, no serán en CNN+. La fusión Telecinco-Cuatro ya conoce su primera víctima: uno de los canales de referencia, una apuesta segura para aquéllos que solemos llegar a casa a últimas horas de la noche.

Ver cómo los productos de calidad desaparecen del espectro mediático resulta desalentador. Estos golpes en poco ayudan a una profesión herida tras los traspiés sufridos en el tránsito por una ruta minada. El obligado adiós de la cadena tan sólo confirma la teoría que sostienen los menos románticos del oficio. Ellos defienden que los beneficios empresariales son las únicas piezas válidas de un tablero de juego donde los contenidos se convierten en meros objetos decorativos. Quiero creer lo contrario, aunque cada vez resulta más complejo dar con argumentos que refuten esta asentada hipótesis. En el intento seguiremos… mientras nos dejen.

No obstante, estos pensamientos de cierto regusto melancólico llegan en tiempos de nostalgia. Con la Navidad y la inminente despedida del 2010 al acecho. Antes, suele ser tiempo de la cena de empresa y del villancico de los ‘locos’ de Tiempo de Juego. Ambos hechos ya han tenido lugar. Y los buenos recuerdos se amontonan en la cabeza. La velada se celebró anoche, en La Cantera, y allí nos reunimos casi un centenar de compañeros. Aunque no se recordará por las desorbitadas ganas de fiesta de los presentes, al menos sí que logró tomar distancia del ambiente que se vive día tras día en la redacción. En lo personal, olvidada la frase de uno que se presentó como redactor ("Yo a ti te conozco porque no hiciste huelga", me espetó), conservo el reencuentro con colegas que el trajín aleja más de lo deseado. También, conversaciones de esas que se prolongan más allá de las palabras y miradas cómplices, que tanto ayudan para seguir en la pelea.

Con todo, ojalá la siniestra teoría que abanderan los más realistas se quede en papel mojado y todos volvamos a ser partícipes de las sonrisas, las bromas y el compañerismo que tan bien se recordó en el mordaz monólogo.

Da envidia, para qué negarlo, ver lo bien que se lo pasan los ‘individuos’ de Tiempo de Juego. Su villancico irradia 'buen rollo'... Aunque ellos no son los únicos que están donde les gusta estar.


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