27 de octubre de 2010

¿A qué estamos jugando?

Una jornada de asueto laboral te permite invertir el tiempo en tareas imposibles dentro de la vorágine diaria. Así que tras una mañana de llamadas (no ir a la redacción no impide trabajar en temas futuros), la tarde ha tenido un marcado tono periodístico. Muy recomendable para dejar de hablar durante un buen rato, escuchar a los que dicen saber de la vida y luego seleccionar lo realmente interesante.

A las 4 de la tarde, tocaba butaca en el salón de actos del Colegio Mayor de la Universidad de Alicante. La gira (¿?) de La Ventana por España tenía hoy parada en Alicante. No me ha sorprendido el trato a la noticia de la semana en la ciudad: la presunta implicación de Castedo en una de las ramificaciones del Caso Brugal. Pese a su carácter habitual en un sistema viciado, la presunción de inocencia ha brillado por su ausencia en la mayoría de las intervenciones de los periodistas de la casa y en los invitados. Con mayor o menor maldad, todos han dejado caer que se veía caer la noticia. Puede ser o no verdad, no seré yo quien caiga también en el error colectivo, aunque denunciar las irregularidades en la administración pública (o privada, si cabe) no debe ser incompatible con el respeto a los tiempos judiciales.

Otro asunto, aunque periodísticamente muy interesante, es el mercadeo que cada vez con mayor frecuencia se realiza con los folios de las investigaciones bajo secreto de sumario. Si para cualquier medio de comunicación es todo un premio tener en exclusiva un sumario, para un estado de derecho no deja de ser una perversión del sistema. Pero aquí no pasa nada. A todos, antes o después, les interesa participar en el juego. Viene a ser como el transfuguismo, a ver quién es el valiente que da el primer (y definitivo) paso para prohibir la compra-venta de escaños. Yo no creo que lo vea.

Con todo, lo realmente interesante ha llegado avanzado el día. En el Aula de Cultura de la CAM, de la mano de Gervasio Sánchez y su repetido "¿a qué estamos jugando?". Fotoperiodista, un profesional que te invita a abrir los ojos, cerrar la boca y despejar la mente. Al menos, mientras él habla. Toda una fuente de conocimiento y, sobre todo, todo un ejemplo de tipo legal, de los pocos que se hacen llamar periodistas y pueden presumir de ello. Durante sus dos horas de monólogo, las enseñanzas han sido continuas. Algunas, de interpretación instantánea; la mayoría, de asimilación largo placista. Su concepto de la ética, de la profesionalidad… Su incesante crítica a lo aceptado por la mayoría: como el tratamiento periodístico del Nobel de Literatura, la connivencia con el Gobierno de Uribe, la falta de contundencia en torno a la Ley de Memoria Histórica…

A mí me ha convencido. Sin carta blanca, pero siempre es agradecido que te hagan pensar.

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