26 de febrero de 2011

Dejarse ver entre la multitud

Con la intención de reconciliarme con el mundo. Así encaré la jornada del pasado jueves, aprovechando unos de mis días de asueto laboral. La empresa no era baladí, sin duda. De plazo, sólo tenía la mañana, por la tarde tocaba feria de las vanidades.

Un sol radiante y unas temperaturas impropias de febrero me llevaron hasta la Playa de San Juan. Un paseo por la arena, solitaria en esta época del año, debería ser suficiente para tomar energía y volver a mirar al frente. Pero hacía falta algo más. Y no es que pretendiese digerir la revolución social en Oriente que tantos motivos de reflexión da, ni pensar qué quieren los ciudadanos occidentales ni qué precio están dispuestos a pagar. No, era más sencillo. Y eso que a esas alturas de la semana el desgobierno socialista aún no había anunciado la rediucción de la velocidad en autovías y autopistas. Otra nueva prohibición, que se suma a una lista que ya debería inquietar. Quiere argumentar el Ejecutivo de Zapatero, sin sólidos argumentos, que esta medida supondrá un descenso en el consumo del carburante. Eureka! Ya en línea demagógica, a qué espera la sociedad para exigir una reducción de los vehículos oficiales y el cumplimiento, por parte de éstos, de las actuales normas de tráfico (límite de velocidad, incluido)… Y para qué hablar del uso indiscriminado del avión oficial que realiza el presidente Zapatero para acudir a actos de precampaña electoral. Puestos a ahorrar, ahorremos todos.

Total, una caminata desde el Cabo de las Huertas hasta el Rincón de la Zofra, y vuelta, no sirvió para volver a creer, pero sí para agotar a las piernas. Craso error. Apenas unas horas después, estaba prevista la inauguración (matizando, puesta de largo) del Auditorio de Campoamor. Será el cansancio, seguro, pero me vienen recuerdos del reciente acto de presentación de la Vuelta Ciclista a España 2011 y el recinto si no era el mismo… se parecía una jartá. Ya digo, si no fuera por mi total confianza en Ripoll, diría que la entrega de los Premios Importantes no supuso la apertura de las puertas de la nueva instalación provincial. Pero será cosa de la fatiga.

Dado por hecho que la cinta roja ya estaba cortada, los invitados a la gala fueron llegando, de manera escalonada, al edificio idea de Juan Antonio García Solera. Como es habitual, todos los sectores de la sociedad alicantina se dejaron ver. Los políticos, por eso de que las elecciones están a la vuelta de la esquina, hicieron un desembarco mayor de lo habitual, incluso asistió el ministro de Fomento, José Blanco, que estuvo acompañado por la troupe que mejor representa el actual estado de ánimo socialista (Jorge Alarte, Elena Martín…). También acudió fiel a la cita la titular de Sanidad, Leire Pajín, quien compartió uno de los focos de atención con la alcaldesa de Alicante Sonia Castedo. Ambas, que vistieron de llamativas tonalidades, se mostraron especialmente cercanas a uno de los anfitriones de la noche, el presidente de la Diputación de Alicante, Joaquín Ripoll. Puede que una obviara su diferencia ideológica y la otra sus confrontados intereses electoralistas. Tal vez, yendo más allá, la candidata a repetir bastón de mando aprovechara la ocasión para que los verdaderos anfitriones de la velada le despejaran una duda que ronda por su cabeza y que, días atrás, hizo pública en su perfil de una red social. Puede que buscara una explicación, aunque da la impresión de ya tenerla. Puede que no le falte razón, aunque de sutileza parece andar más escasa. “Algún medio tiene un especial interés en el número dos de la lista. La pregunta sería: ¿por qué?”, tecleó Castedo hace apenas seis días en su muro de Facebook, donde la polémica no se hizo esperar. Una nueva constatación de que tirar la piedra (y salir pitando) demuestra tanta simpleza de ideas como cobardía en la defensa del ideario de rigor.

De vuelta a la gala, frente al desembarco político, menos numerosa significó la representación del Hércules. En una pataleta de pobre niño rico, Enrique Ortiz volvió a mostrar su cara menos amable y decidió borrar de su agenda (y de la de jugadores, técnicos y buena parte de los directivos) la cita anual con el acto de entrega de premios. La noche discurrió por los cauces previstos. Tanta fue la normalidad, que el Hércules volvió, como repite cada cierto tiempo, a manchar su nombre, cada vez más deteriorado por la reprochable campaña de comunicación de la institución. No hubo ganadores, pero sí un claro perdedor.

Sin embargo, como cada año, lo más divertido de la noche estaba por llegar. Superada la entrega de premios y con el cóctel ya en marcha, observar desde la distancia las tretas de unos y otros para introducirse en según qué corrillos resulta de lo más saludable. Mientras, los chascarrillos crecen en proporción a las copas que pasan por las manos. Así que el irremediable transcurrir de la noche resultó todo un aliciente. Tampoco escapó a nadie la crítica de los modelos más atrevidos. Se pudieron ver desfilar por la pasarela y también escaleras arriba y abajo. Sucede, por norma, que los extravagantes tienen querencia a moverse como culebras entre los asistentes. Debe ser la prolongación de unos trajes con vida propia. Entre los de la "casa", mucha sobriedad. Demasiada para las lenguas más viperinas. No obstante, rascando un poco… se pudo ver algún elemento extraño, que monopolizó buena parte de esas conversaciones escasas de inocencia. La voz de alarma llegó a mi entorno con un comentario: “Si ya acojona de normal, imagínate de esta guisa…”. Me di la vuelta y crucé la mirada con un personaje al que deseché y con otro al que nunca tuve en cuenta. Busqué y rebusqué, pero nada. Mucha clase media, yo buscaba la clase acomodada. Tras varios intentos, crucé conversación con un proyecto de Inocencio Arias y con un seudoartista que había convertido una bandera de la libertad sexual en una colorista corbata. Pero nada fuera de lo normal.

Con la curiosidad revoloteando por mi cabeza (las cuestiones maliciosas son coto de las altas instancias del Gobierno local), me dispuse a abandonar el Auditorio Provincial para recorrer el último tramo de la avenida Novelda con dirección a Calderón de la Barca. Junto a una compañera aupada a unos tacones de vértigo que ya le habían dejado huella y a un compañero hambriento (a la par que aburrido) crucé el entonces desierto vestíbulo cuando al fondo quise adivinar al doctor House. ¡No era posible! ¿Hugh Laurie en los Importantes? Pero nada, otra falsa alarma. Como dicen que el hábito no hace al monje, tampoco le di mayor importancia cuando me quise cruzar con Tony Soprano a las puertas de la majestuosa construcción. De nuevo, pese al olor a humo, más ficción que realidad, aunque esta vez un amago de escalofrío recorrió mi cuerpo. Al tiempo recordé unas palabras (nueve, en concreto) y le di sentido a todo.

A la postre, sonrisas por doquier, pocas forzadas. Interesantes conversaciones, contadas confesiones. La noche pasó a velocidad de crucero... Aunque los límites se respetaron.

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