A estas horas de la noche, un
programa en el que madres buscan parejas para sus hijos y una teleserie sobre
la tonadillera (palabra rancia donde las haya) Isabel Pantoja monopolizan las
conversaciones… Parece que no hay vida más allá. Algunos, los más atrevidos, se
aventuran a debatir sobre la exigencia que se ha traído España de su última
visita a Bruselas: rebajar el déficit al 5,3 por ciento. Pero son pocos. Total,
con este escenario, sólo la maleta que tengo aquí a mi derecha, y que me mira
de reojo con cierto vértigo, consigue mantenerme una marcada sonrisa. Regreso a
este rincón para irme de nuevo. Esta vez, eso sí, la excusa no busca la
Universidad ni otras cuestiones accesorias, sino que tiene un recorrido más
largo, mucho más fascinante. Unos seis mil kilómetros, así a ojo, me separan
todavía de mi próximo destino, de un sueño. En apenas unas horas, de no
torcerse el gesto, la distancia equivaldrá a la nada. New York espera. En esta
experiencia, contradiciendo otras teorías, seguro que la primera vez supera
esas expectativas amasadas durante los últimos años. Mucho por ver, mucho por
vivir, mucho más por sentir… Y a mi lado, una cama vacía. Un espacio para
ordenar con calma, en el silencio de la noche, cada imagen de una ciudad
insomne.
Envío otra práctica más del
máster. Ya no sé cuántas van... Hace tiempo que perdí la cuenta. Apuro los
minutos para apagar el ordenador. Busco algún rincón más para visitar, apunto
la penúltima recomendación, ese garito con jazz
en directo, esa terraza con las mejores vistas… Aprovecho también para seguir
valorando las consecuencias inminentes del «no» que los trabajadores hemos
contestado a la empresa. Mucho hay para dejar por escrito, tiempo habrá...
Pienso en mi voto, nada decisivo ya que el comité ha conseguido un amplio
respaldo. Dudé hasta que introduje el papel en la urna. Dudé desde el primer
instante, y aún más después de escuchar durante horas (unas cuatro en apenas
tres días) los argumentos de unos (por duplicado) y de otros (que, por primera
vez, decidieron bajar al barro). Ninguna de las partes consiguió que me aliara
con sus argumentos, demasiadas lagunas en ambos idearios a estas alturas del
partido. Al final, me decanté por la postura defendida por el comité. Esta vez,
sí. No hay nada que esconder. Cierro el día como había previsto, con la lectura
reposada de “todo lo que siempre quiso saber” de El Padrino. Las noches especiales merecen una última página
diferente. Cuarenta años se cumplen de una obra maestra. No es otra más, fue
una de las elegidas. Y NY, más cerca.
PD: Prometo dar envidia cada noche con una instantánea neoyorkina. Será solo una, pero no será cualquiera. Hoy, a modo de aperitivo, un plano general de la ciudad... No pinta mal, sin duda.
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