27 de septiembre de 2010

Con argumentos para el 28-S

Toda la maquinaria ya está en marcha. Apenas faltan unas horas para que llegue la jornada que justifica la ‘función’ (llamarlo ‘trabajo’ es casi una provocación) de miles de sindicalistas. Aunque tan sólo sea por esa razón, bienvenida sea la huelga general.

En los diarios impresos, me cuentan, el paro se realiza un día antes, es decir, mañana. Y reconozco que tengo cierta curiosidad por conocer el impacto del paro. Valdrá, además, para testar su efecto en el resto de la sociedad.

Por lo que atañe al sector de la comunicación, la jornada sin sueldo resulta tardía (y, por tanto, ineficaz). Claro que la reforma laboral aprobada por el Gobierno socialista (¿?) retira de la circulación buena parte de los derechos que los trabajadores han conquistado durante una larga batalla. Sí. Lo hace y es criticable. Pero no ahora, sino hace meses (cuando no convenía al Gobierno y, por tanto, tampoco a los acomodados sindicatos). La jornada llega tarde porque, hasta la fecha, los 'representantes' de los trabajandores no han movido un dedo para plantar cara ante la oleada de despidos generalizada en los medios. Una afección más directa y dañina para la moral de los periodistas (y demás trabajadores de los medios) que la actual reforma laboral. Porque todos son fundamentales, pero siempre debe preponderar el derecho a un empleo.

Ahora, resulta muy cómodo apoyar la huelga general. La mancha en el expediente, si la hay, apenas dejará huella. Los comités de empresa tienen el escudo de una jornada de paro global, donde los periódicos, valgan de ejemplo, no dejan de ser un grano de arena dentro de un desierto. Es de común acuerdo que los transportes se sitúan en el centro de la diana mediática. Si éstos no funcionan, se pondrá el cartel de ‘éxito’ a la huelga. Y eso, ¡qué más da! ¿En qué nos afecta? ¿Va a dar marcha atrás el Gobierno de Zapatero dejando en papel mojado la reforma laboral? Sabemos que no. Ellos, nosotros. Todos. Son conscientes también los sindicatos, que no tuvieron valor (¿?) de movilizar a la sociedad antes de que transcurriese agosto. No fueran a molestar al 'jefe' y pudiesen sufrir recortes las transferencias a cuentas sindicales.

Me sondearon (con mala baba) la semana pasada. “¿Harás huelga, no?”, escuché. “No, y no cabe discusión”, apunté. La coletilla tenía su significado. Mi interlocutor formaba parte del Comité de Empresa y, por ende, venía con intenciones predefinidas. “Ah, claro, aquí [sección] vais en un ‘pack’”, me reprochó con toda la amabilidad que pudo. “Perdona, pero no”, sentencié. Ahí pretendía zanjar la conversación, pero ante rumores tan infundados como maliciosos… quise poner cierta cordura ante la intranquilidad de los representantes sindicales. “Voy a ser concisa, y sin ánimo de discutir te enumero las razones que manejo para no hacer huelga. Son las justas y, para mí, contundentes. En primer lugar, este comité de empresa miró hacia otro lado cuando debió dar un golpe sobre la mesa. Fue cobarde. ¿Ahora no querrá el apoyo unánime de los compañeros, verdad? Y por último, no apoyo una huelga convocada por un sector degradado como el sindical y menos si tiene la complicidad del Gobierno. Me parece una tomadura de pelo. Y, a modo de posdata: si quiero ser solidaria, entrego mi ‘jornal’ a una buena causa…

Al fin y al cabo, estamos ante una huelga ficticia, en la que sindicatos y Gobierno acuerdan (¡!) los servicios mínimos. Sólo me falta por ver a Zapatero ejercer de piquete. Aunque no es descartable, todo sea dicho.

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