18 de octubre de 2011

Fábula de vinagre y rosas



Termino de ordenar los últimos recuerdos del viaje a Madrid. Recupero las sonrisas que me dejé olvidadas en la Gran Vía la noche del pasado jueves. Casi tres horas de un espectáculo muy sabinero. Todos los ingredientes que han dado vida al personaje están presentes en el guión de David Serrano, nada falta. Pero no es un musical para recordar las canciones más emblemáticas de la discografía de El Flaco. O sí, pero olvídense de escuchar los ritmos acompasados por las guitarras de Pancho Varona y Antonio García De Diego. Ni están ni se les espera. Sólo al final, en la despedida, se intuye el sonido Sabina. No es una experiencia para escuchar esos compases ya legendarios, pero sí para disfrutar con la poesía que da forma a sus excelsas letras.


Cada escena tiene su magia, ninguna pasa desapercibida en una función, impregnada por el espíritu Sabina, que cumple los estándares del éxito: crecer al paso del tiempo. Desde el arranque, verbalizado por un muerto muy vivo que rememora al desdichado Colate de ‘Hoy no me puedo levantar’, te sumerges en las tascas más canallas de la capital. Sin olvidar ese sentido del humor tan de barrio, tan de Lavapiés. “En el mundo de Sabina está prohibido prohibir. Por ello, les sugerimos que dejen sus móviles en reposo hasta los saludos finales, momento en el que podrán hacer todas las fotos y mandar todos los ‘what’s app’ que les pida la emoción. Esperemos que lo disfruten. Comienza ‘Más de 100 Mentiras’”.


La narración, aunque resulte complejo, se compone de versos firmados por Sabina, un constante ensamblaje de frases extraídas de sus canciones más hermosas. Parece imposible de imaginar. Pero más difícil todavía debe ser alcanzar tal grado de excelencia. La historia que cuentan, parafraseando a Sabina, no es una historia de princesas y de romanos, ni de dieguitos y mafaldas. Nada de eso. Más bien es una fábula de vinagre y rosas con la que reír como locos de atar y llorar lágrimas de plástico azul. La presentación del musical, cómo no, ya se muestra como una declaración de intenciones: “No tan damas y no menos caballeros, héroes y canallas, mujeres fatales y barbies superstars, comienza la cuenta atrás. No se pierdan por el bulevar de los sueños rotos y presten mucha atención a lo que les vamos a contar. Y es que aquí nos sobran los motivos para tirar la casa por la ventana como si fuera noche de bodas. Para bailar que es soñar con los pies y para cantarles las canciones más hermosas del mundo. Por aquí nos encontraremos con algunas aves de paso que nunca volverán, con un pirata cojo que navega por la calle Melancolía y con una espectacular chica con medias negras a la que le han robado su mes de abril. También nos cruzaremos con un hombre de traje gris adicto a las pastillas para no soñar… Y mucho más”.


En las dos horas y media (largas) que dura el musical, se bendice a los ceros de la izquierda y a la voz de los mineros, a los que esperan que amaine el temporal, a los tristes que se ríen de la tristeza y a los calvos que se quitan el sombrero ante la dignidad y la belleza. También a los mansos atrevidos, los castos pecadores jubilados y a los que pudieron ser y no han querido. Sin olvidar a los benditos malditos desarmados, los buenos aires, los malos maridos y los santos humillados. Corran, pero no a escuchar a Sabina, eso háganlo en la terraza de su casa, con la vista puesta en el cielo, un rubio en la derecha y una copa cargada en la izquierda, esperando que regrese a los escenario de la mano de su hermano, el noi del Poble. Vayan al Rialto a saborear esa poesía que habla de la calle. Ya saben, ésa que huye de los libros para anidar en extramuros, en el silencio, pero que nunca se cobija en el verbo de los subsecretarios.

1 comentario:

Marisol dijo...

Estuvimos juntas mano a mano y firmo todo lo que dices. Sólo que eché de menos la citada "Medias negras" , y "Peces de ciudad". Dos canciones que creo se merecían estar en ese mágico musical. Para mí, más mágico tras el descanso que en su primera parte. Aún así, siempre Sabina!!!