Ya llegó. Y pronto pasará. El «Día de los Enamorados» nos atrapa hoy a todos. Estemos o no enamorados. Podamos o no celebrarlo. Eso da igual. El amor se siente, se nota, se percibe, algunos hasta juran que lo ven. Las emisoras, los periódicos, las televisiones, los centros comerciales… Nadie escapa a la fuerza de atracción del santo del amor.
El pasado agosto, en 2007, leí un artículo de opinión que me cautivó. No sé muy bien por qué. Pero, cuando concluí su lectura, me quedé con una sensación extraña. Me hizo pensar. Opté por conservarlo y recuperarlo hoy, medio año después, en el «Día de los Enamorados».
«Amor mío que estás en los cielos», a primera vista, parece un alegato femenino, pero hay algo más. O un manual de uso, pero tampoco. Habla de los hombres, de lo que buscamos las mujeres en ellos hoy, que no ayer. Y finaliza con una plegaria tan directa, romántica como universal. Allá va.
[...]Amor mío que estás en los cielos, baja de la nube y entérate de una vez de que te he escogido para que los días sean mejores contigo que sin ti, para que construyamos no tu reino ni el mío, sino un espacio compartido en el que refugiarnos juntos. No me permitas caer en la tentación de soñar con el cuento de hadas y, a cambio, ayúdame a sentir que un minuto puede contener la eternidad. Dame alegría para que el aliento de la risa nos libre del maldito miedo que paraliza. Y no te limites a quererme, dímelo. Dímelo hasta que te quedes sin voz, porque lo que se calla acaba por desvanecerse.[...]
Todos sabemos que hoy es San Valentín, que estamos a 14 de febrero y que los enamorados lo están (o lo demuestran) durante esta jornada más aún. Pero, ¿por qué todos los 14 de febrero se celebra «San Valentín, el Día de los Enamorados»? Hay muchas teorías… Aunque ésta es, parece ser, la que cuenta con más adeptos. Nos situamos en Roma, año 270 d.C. Por aquel entonces, el emperador Claudio II emitió un edicto que prohibía el matrimonio. Se pensaba que los hombres casados eran peores soldados. El obispo Valentín comenzó a casar a los enamorados en secreto, hasta que el emperador tuvo noticia de este hecho. Claudio trató de convertir a Valentín a la religión de los dioses romanos, pero el religioso se negó, lo que le costó la condena a muerte. Dicha sentencia tuvo que ejecutarla el oficial Asterius. Éste quiso poner a prueba a Valentín y le preguntó si sería capaz de devolver la vista a una de sus hijas (ciega de nacimiento). El sacerdote aceptó y obró el milagro. Valentín, posteriormente, se enamoró de la chica y, la víspera de su ejecución, envió a su enamorada una carta de despedida. San Valentín fue condenado y su pena se llevó a cabo en tres fases: maltrato físico, lapidación y decapitación. Murió ejecutado el 14 de febrero. Y hasta hoy, «Día de los Enamorados».
La prensa, hoy, muy dada a festejar estas fechas y hacer periodismo de sociedad, recoge informaciones tan variadas como curiosas. He aquí un breve resumen.
El amor no es sólo bioquímica, por José Antonio Marina
Las emociones arrolladoras del amor, por Eduard Punset
El día de los (otros) enamorados, por Antonio Burgos
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