A las doce de la noche, el cielo de Alicante se iluminó. La blanca palmera, que disparó la pirotecnia Fernández desde el Monte Benacantil, marcaba el inicio de la cremà de los 184 monumentos repartidos por toda la ciudad. En mi caso, la curiosidad, el peligro y la perfecta ubicación me llevaron hasta Hernán Cortés. Quería ver cómo el caballo caía pasto de las llamas. Su estructura –íntegramente de madera– era un aliciente muy jugoso. Así que allí me planté, dejando la Hoguera del Ayuntamiento para otra ocasión. Pero, al final, todas las esperanzas puestas en la obra de Manolo García me supieron a poco. Sin obviar, claro está, que la valoración se sostiene sobre esa exigencia que se le debe imprimir al, para mí, monumento más notable y representativo de las Hogueras 2009.
Así que, al filo de la una de la madrugada, me fui con un sentimiento agridulce. Y eso que asistí a una cremà digna de recordar, de mantener en la retina durante mucho tiempo. Excitante fue, por ejemplo, comprobar cómo el caballo de Hernán Cortés se consumía entre una imponente lengua de fuego que hacía relinchar al noble animal. El incesante crujido de la madera que conformaba el cuerpo central aumentó la dosis, ya en sí emotiva, del acto. Sin embargo, la gran columna de un denso humo negro que centró la atención durante los primeros instantes de la cremà, cuando el fuego aún se concentraba en las piezas perimetrales, dejó su pertinente huella. Una imagen impropia, y que en nada casa con una cremà soberbia. No sé quién ni cómo. Aunque lo intuyo. Sólo sé que se debe poner coto al uso de materiales que en poco ayudan a ver una cremà de manual. Ese colofón soñado a las Hogueras.
Pero hubo más. No sólo la instantánea resultó poco estética, sino que también se debe citar ese componente que daba forma a las manos que movían los innumerables peones de la base de la hoguera. Desconozco cuál era su procedencia, sólo doy fe de que cientos de pavesas prendidas volaron sobre las cabezas de los allí congregados. O, más bien, sobre aquéllos que eligieron la zona más cercana a la Subdelegación del Gobierno, hacia donde soplaba la ligera brisa que acompañó a la Nit de la Cremà. Así, el peligro sobrevoló la plaza de la Muntanyeta durante unos eternos minutos. Aunque, parece ser, la diosa fortuna evitó cualquier tipo de incidente… Sólo aquel día en que los miedos se conviertan en graves consecuencias se tomarán medidas. Como de costumbre. Y, claro está, esta situación no ocurrió únicamente en el monumento de Hernán Cortés, sino que fue una tónica demasiado habitual. En Calvo Sotelo, por no desplazarnos mucho, se vivió algo similar, si no peor.
Volviendo a la Muntanyeta, las estrictas medidas de seguridad planteadas por los Bomberos y deficientemente diseñadas por los Cuerpos de Seguridad dan para muchas más reflexiones, pero voy a respetar la intención inicial de este comentario, la cual distaba mucho de extraer todos los aspectos negativos que envolvieron a la noche más mágica del año. Ahora, les toca a los responsables ponerse manos a la obra para que en las próximas Hogueras todos los monumentos se quemen como estipulan los cánones más tradicionales. Evitando cualquier atisbo de nube tenebrosa alrededor de las figuras de ¿cartón-piedra?
Así que, al filo de la una de la madrugada, me fui con un sentimiento agridulce. Y eso que asistí a una cremà digna de recordar, de mantener en la retina durante mucho tiempo. Excitante fue, por ejemplo, comprobar cómo el caballo de Hernán Cortés se consumía entre una imponente lengua de fuego que hacía relinchar al noble animal. El incesante crujido de la madera que conformaba el cuerpo central aumentó la dosis, ya en sí emotiva, del acto. Sin embargo, la gran columna de un denso humo negro que centró la atención durante los primeros instantes de la cremà, cuando el fuego aún se concentraba en las piezas perimetrales, dejó su pertinente huella. Una imagen impropia, y que en nada casa con una cremà soberbia. No sé quién ni cómo. Aunque lo intuyo. Sólo sé que se debe poner coto al uso de materiales que en poco ayudan a ver una cremà de manual. Ese colofón soñado a las Hogueras.
Pero hubo más. No sólo la instantánea resultó poco estética, sino que también se debe citar ese componente que daba forma a las manos que movían los innumerables peones de la base de la hoguera. Desconozco cuál era su procedencia, sólo doy fe de que cientos de pavesas prendidas volaron sobre las cabezas de los allí congregados. O, más bien, sobre aquéllos que eligieron la zona más cercana a la Subdelegación del Gobierno, hacia donde soplaba la ligera brisa que acompañó a la Nit de la Cremà. Así, el peligro sobrevoló la plaza de la Muntanyeta durante unos eternos minutos. Aunque, parece ser, la diosa fortuna evitó cualquier tipo de incidente… Sólo aquel día en que los miedos se conviertan en graves consecuencias se tomarán medidas. Como de costumbre. Y, claro está, esta situación no ocurrió únicamente en el monumento de Hernán Cortés, sino que fue una tónica demasiado habitual. En Calvo Sotelo, por no desplazarnos mucho, se vivió algo similar, si no peor.
Volviendo a la Muntanyeta, las estrictas medidas de seguridad planteadas por los Bomberos y deficientemente diseñadas por los Cuerpos de Seguridad dan para muchas más reflexiones, pero voy a respetar la intención inicial de este comentario, la cual distaba mucho de extraer todos los aspectos negativos que envolvieron a la noche más mágica del año. Ahora, les toca a los responsables ponerse manos a la obra para que en las próximas Hogueras todos los monumentos se quemen como estipulan los cánones más tradicionales. Evitando cualquier atisbo de nube tenebrosa alrededor de las figuras de ¿cartón-piedra?
No hay comentarios:
Publicar un comentario