Dicen que la función principal del periodista es contar la realidad, limitarse a hacerla accesible al público. Como mucho… interpretarla. Lo que no sé muy bien es cuál es la función principal de los medios de comunicación. Y menos aún cuando una cadena de televisión paga a un asesino para tener sus palabras en exclusiva. Da asco. La cadena, cómo no, es Telecinco. El asesino, el ‘popular’ Rafita, culpable de la muerte de Sandra Palo. Cuando ocurrieron los hechos, el susodicho tenía 14 años, ahora ya supera la veintena. Y sus primeras palabras en televisión le han reportado unos ingresos extras. ¿Su culpa? No, claro. ¡Qué podemos esperar de un asesino! Vergüenza debe sentir el responsable de la cadena que dio el visto bueno a la entrevista retribuida. Ya de por sí, darle voz a ese personaje es cuestionable, pero pagarle se aproxima peligrosamente a la repugnancia profesional.
A estas alturas del partido, nos debemos preguntar si todo vale con tal de cumplir esa función que se le atribuye al periodista. Creo que no. Llegados al extremo de la ética, ya en el filo, se podría aceptar que una persona muestre sus impresiones. De acuerdo. Pero en estos casos –como también sucedería con terroristas o personas de similar calaña– el periodista, cuanto menos, debería poner los pies en tierra, sin moverlos, como los buenos toreros… y enfrentarse al entrevistado. No basta con plantearle preguntas sencillas, básicas, sino que en este tipo de circunstancias hay que pisar terrenos más complicados, donde se juegue la verdad. Echarle un ojo a la trascripción de la entrevista a Rafita da ciertos escalofríos. Ni una pregunta comprometida. Ni una. Tan sólo cuestiones vagas, que no incomodan al asesino. Al revés, le dan la oportunidad de justificar su actitud. No vale con sentarse, darle al 'rec' a la grabadora... y dejar hablar. Ésa no es la realidad.
No lo entiendo. ¿Dónde está la profesionalidad? ¿Vale todo por una exclusiva? ¿La audiencia debe digerir cualquier producto ‘informativo’? ¿Todas las personas tienen derecho a ser entrevistados? ¿Debe tomar partido el periodista ante personajes de dudoso comportamiento? Demasiadas preguntas que no encuentran respuesta. O, bueno, sí. El morbo y los índices de audiencia (lectores, oyentes…) justifican cualquier actitud. Así nos va.
Ante esta situación, nada halagüeña, me quedo con la respuesta que le dio ayer la juez de la Audiencia Nacional Ángela Murillo a la abogada de Arnaldo Otegui, otro asesino, aunque en este caso de los que no se manchan las manos de sangre. La letrada preguntó si su defendido podía beber agua, ya que estaba en huelga de hambre. La juez le contestó tal y como se merecía: “Por mí, como si quiere beber vino”. Una frase cargada de desprecio. Como debe ser.
A estas alturas del partido, nos debemos preguntar si todo vale con tal de cumplir esa función que se le atribuye al periodista. Creo que no. Llegados al extremo de la ética, ya en el filo, se podría aceptar que una persona muestre sus impresiones. De acuerdo. Pero en estos casos –como también sucedería con terroristas o personas de similar calaña– el periodista, cuanto menos, debería poner los pies en tierra, sin moverlos, como los buenos toreros… y enfrentarse al entrevistado. No basta con plantearle preguntas sencillas, básicas, sino que en este tipo de circunstancias hay que pisar terrenos más complicados, donde se juegue la verdad. Echarle un ojo a la trascripción de la entrevista a Rafita da ciertos escalofríos. Ni una pregunta comprometida. Ni una. Tan sólo cuestiones vagas, que no incomodan al asesino. Al revés, le dan la oportunidad de justificar su actitud. No vale con sentarse, darle al 'rec' a la grabadora... y dejar hablar. Ésa no es la realidad.
No lo entiendo. ¿Dónde está la profesionalidad? ¿Vale todo por una exclusiva? ¿La audiencia debe digerir cualquier producto ‘informativo’? ¿Todas las personas tienen derecho a ser entrevistados? ¿Debe tomar partido el periodista ante personajes de dudoso comportamiento? Demasiadas preguntas que no encuentran respuesta. O, bueno, sí. El morbo y los índices de audiencia (lectores, oyentes…) justifican cualquier actitud. Así nos va.
Ante esta situación, nada halagüeña, me quedo con la respuesta que le dio ayer la juez de la Audiencia Nacional Ángela Murillo a la abogada de Arnaldo Otegui, otro asesino, aunque en este caso de los que no se manchan las manos de sangre. La letrada preguntó si su defendido podía beber agua, ya que estaba en huelga de hambre. La juez le contestó tal y como se merecía: “Por mí, como si quiere beber vino”. Una frase cargada de desprecio. Como debe ser.
1 comentario:
Asco de gente. La pobre Sandra: ¡enterrada!
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