13 de enero de 2012

Una sonrisa contra los malos humos


Parecía una semana que transcurría al dictado de cualquier yerno perfecto. La Comunidad Valenciana por fin se ha instalado entre los puntos calientes de la información (?), Elche y Alicante siguen uniendo lazos (una se alimenta de la campaña del ‘Guapa, guapa y guapa’; la otra equipara, tijera en mano, las pagas extras que cobran ambos funcionariados); corroboramos que el dinero público en Andalucía va a parar a las mismas manos que el privado (y, además, la Junta no le “quita ni un gramo de gravedad” al asunto); cerramos otro par de clásicos para los próximos días en el llamado torneo del KO, desviando así la atención mediática de tanta crisis y tanta gaita (que hoy a España le han quitado el dinero de las manos en la subasta pública… y a buen precio, señoras)… Vamos, por fin, íbamos por el buen camino. Ejem.

Continuábamos por la senda correcta, decía, y yo satisfecha. Y así hasta que esta tarde he recibido un correo electrónico que ha convertido de un plumazo todo mi optimismo (ejem, ejem) en mala (piiiiii...). Vaya, la censura se ha hecho presente. Bueno, digamos que ha convertido el optimismo en frustración. No basta con que la administración te obligue a realizar un máster oficial (clin, clin, caja) para poder cursar el doctorado (más caja, claro). No basta, subrayo, porque una servidora ya se pasó cinco años en la facultad para conseguir la licenciatura (no como los jóvenes, que con la farsa del Plan Bolonia -mucho “chau chau”, pero todo sigue igual en las aulas- en cuatro cursos ya tienen el papelito firmado por su Majestad). Vale, lo aceptas (no te queda otra) y pierdes un año en completar el quinto curso de carrera que ya hiciste en su momento. Empiezas el máster de turno, que por nuevo marcha a trompicones. Optas por la rama de investigación, elección obligada si quieres obtener el certificado que te abra las puertas al doctorado. Te exigen cursar nosecuantos créditos como prácticas de empresa. Gratis, claro, eso ni se cuestiona. Pero aquí ya no basta con que dediques todas las mañanas (por las tardes, cuatro horas de clase) a cursar las prácticas en la empresa de turno (te venden que vinculada al sector de la investigación, pero nanai). No. No basta con que hagas encajes para combinar con cierta soltura las prácticas en empresa, las clases del máster, el trabajo (quien tenga esa fortuna) y la vida (si es que te queda algo que se le parezca). Tampoco. Que no basta, ya verán...
En esas, cuando ya lo tienes todo organizadito (al milímetro, eh!), la empresa (para la que vas a trabajar, ya que el concepto ‘práctica’ no se lo cree ni el más inocente del reino) te informa de que debes acudir a una entrevista personal porque, comprendámosla, quiere elegir entre varios candidatos. ¿Perdón? Recapitulemos. El máster te obliga a cursar unas horas (no pocas) de prácticas, el profesorado te ofrece la posibilidad (mil gracias, we’ll never forget you!, que cantarían en Anfield) de cumplir el trámite en una empresa que, de entrada, ya te adelanta que la investigación no la vas ni a oler… Sino que además tienes que superar un casting, al estilo OT, para que te permitan emplear todas las mañanas de lunes a viernes de los próximos tres meses en trabajar gratis para ellos… ¿Qué es esto? ¿Dónde está la cámara oculta? ¿Y la gracia, que no la acabo de ver? Eso sí, la Universidad, que otra cosa no, pero tiene una mano izquierda elogiable, te propone, si no quieres esperar a que el Risto de turno emita su valoración, que realices las prácticas en Elche (en una de esas partidas rurales, para más choteo). ¿En Elche? Venga, bah, sacad ya la silueta del inocente y a Juan y Medio de la habitación contigua… Ya no es que hagas encajes para combinar con cierta soltura las prácticas en empresa, las clases del máster, el trabajo (quien tenga esa fortuna) y la vida (si es que te queda algo que se le parezca). No, además te tienes que costear la gasolina (la factura no debe ser nada desdeñable, y menos ahora que se nos caen de los bolsillos los céntimos sanitarios) de ir cinco días a la semana hasta la localidad vecina (y ya casi hermana) durante tres meses. ¿Que podía ser peor...? Y tanto.


A los pocos minutos, cuando aún te sale humo por la cabeza y la esclerótica del ojo no había recuperado su blanco habitual, recibes otra comunicación vía electrónica. Viene de la Universidad de Barcelona. “Apreciada alumna. Para poder iniciar los trámites de petición del título…”. Al tema, que los textos administrativos resultan soporíferos de leer. Para conseguir el papelito de turno que certifique el máster que cursé el pasado año en la UAB debo abonar 200 euracos... O eso o nada. Puedo rechazar el título oficial, también rubricado por su Majestad (cuánta tarea...), pero entonces ningún papel certificará los 4.000 euritos que nos invitaron a soltar para un estudio a distancia. Elijamos, pues. Susto o muerte, Rajoy o Zapatero... Horror.

Gracias, España.

PD: ¿Queréis que vuelva a mirar la bandeja de entrada a ver con qué me sorprendía el siguiente correo, eh!, bribones? Pues no. Paso. Pal caso...


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