No me la creo. Son terroristas, parecen debilitados y ahí están sus intereses electorales. En esta situación, qué nos lleva a pensar que esta tregua, la enésima, es la definitiva y no un nuevo movimiento con objetivos preestablecidos. Se puede desprender todo el optimismo que requieran las formas, pero las cifras marcan la senda. Desde el último ‘alto el fuego’, doce asesinatos figuran en la historia de terror de la banda independentista. Ante esa realidad, les sobran los motivos para condenar su trayectoria sangrienta y desaparecer. Del comunicado, poco a resaltar, tan sólo, la coletilla de "permanente, general y verificable", que evoca aspiraciones como el "amor eterno". Tan constantes como quiméricas.
Ahora, ya, comienza la cascada de reacciones políticas. Por estudiadas y faltas de espontaneidad, me sobran. En esa coyuntura, en la que sólo me creo aquello de lo que mis ojos pueden dar fe, espero impaciente el verdadero final del horror. Que entreguen las armas de manera incondicional. Y dejen a vascos y españoles, en general, disfrutar de las maravillas de Euskadi. Todos tenemos el derecho de pasear por la calle sin vacilar, sin sentir una constante amenaza en la retaguardia. Sin miedo. Y que los niños, víctimas aún más indefensas, olviden por siempre la sensación del pellizco en el estómago cuando alguno de sus progenitores atraviesa la puerta del domicilio familiar camino del trabajo. Una sensación inhumana.
Y, acabe en la rendición o en otro atentado, sea como sea, que no se quede ni un crimen impune, es una deuda eterna de la sociedad con las víctimas terroristas.
Ahora, ya, comienza la cascada de reacciones políticas. Por estudiadas y faltas de espontaneidad, me sobran. En esa coyuntura, en la que sólo me creo aquello de lo que mis ojos pueden dar fe, espero impaciente el verdadero final del horror. Que entreguen las armas de manera incondicional. Y dejen a vascos y españoles, en general, disfrutar de las maravillas de Euskadi. Todos tenemos el derecho de pasear por la calle sin vacilar, sin sentir una constante amenaza en la retaguardia. Sin miedo. Y que los niños, víctimas aún más indefensas, olviden por siempre la sensación del pellizco en el estómago cuando alguno de sus progenitores atraviesa la puerta del domicilio familiar camino del trabajo. Una sensación inhumana.
Y, acabe en la rendición o en otro atentado, sea como sea, que no se quede ni un crimen impune, es una deuda eterna de la sociedad con las víctimas terroristas.
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