6 de enero de 2011

La tierra prometida

Superada cierta edad, la llegada de los Reyes Magos pierde parte esencial de ese magnetismo que nos impedía permanecer quietos en la cama cada noche del 5 de enero. Las peticiones sufren un giro radical (con salud, trabajo y... nos basta, del resto nos autocomplacemos), la espera de año en año se hace más breve, los ruidos no producen ningún cosquilleo durante ese oscuro tránsito y el despertar del 6… es un despertar más. La magia ya no es tal, como mucho perdura cierta curiosidad. Y nada mejora cuando miras alrededor, descubres los regalos envueltos con mimo y decoro, pero no te deslumbra la sonrisa de ningún joven inocente.

Esta mañana, cuando los ojos se han desperezado, mi mente ha retrocedido casi toda una vida. He recordado que pocas veces los de Oriente me trajeron aquello que me ilusionaba, y eso que nunca fui del todo exigente. Creía ciegamente en ellos, por lo que me costaba horrores escribir mis deseos en una hoja en blanco, aspiraba a que sus majestades adivinaran mi pensamiento. Pocas veces lo hicieron, pero eso sí, tampoco conservo motivos de queja.

Este año, los Magos han dado con la tecla de lo material. Han ido a lo seguro. Verbigracia, si te encanta jugar con el tiempo, ¡qué mejor que recibir un reloj como obsequio! Y no soy la única que presume en estas fechas. El Gobierno, con el acuerdo económico cerrado recientemente con China, dice tener motivos de sobra para exhibir una leve sonrisa. Siempre, claro, que a nuestros dirigentes no les dé por recordar que esa potencia que comprará miles de millones de la deuda española está guiada por un régimen unipartidista. En Cuba sí importa; en China, no. La insensatez se vuelve frustración cuando apenas se escuchan voces críticas capaces de denunciar el agravio en las relaciones bilaterales existentes entre unos y otros… De todos modos, si los Magos vienen desde Oriente, desde tan lejos… por algo será.

Unos Magos que, por mucho que lo intenten año tras año, son incapaces de empaquetar aquello que debería mover el mundo. Se alardea mucho de ellos en estos tiempos, aunque, en escasas ocasiones, su evocación es sincera. No hablo de los Reyes, sino de los sentimientos. El amor, la amistad, la pasión, el afecto, la ternura… Y una, que nunca los olvida aunque le cueste ponerlos en práctica, los recuerda con mayor sensibilidad cuando acaba el año con una inesperada ruptura. Una pareja perfecta, amiga y cercana, con una pequeña de apenas tres años. Con trabajos para envidiar, casa nueva, guapos y sanos, simpáticos, cariñosos… Pero con otra mujer en medio de sus vidas. Ahora, llega lo complejo. Enamorada de su marido, le toca abrirle la puerta e intentar que salga de su corazón. Cuestión harto complicada, como me reconoció con ojos vidriosos y la mirada clavada en su sorprendida hija.

Analizando este ejemplo, por cercano que no por excepcional, por ello y solo por ello, resulta más cómodo, aunque menos excitante, vivir de espaldas y con doble vuelta. “Para qué querer, si un querer nunca es eterno”, dijo un sabio; a lo que otro, más mundano, contestó: "Cuando no se puede lo que se quiere, hay que querer lo que se puede". Dicen que la emoción no la despierta el querer, sino cuando te quiere alguien que tu quieres que te quiera. Yo discrepo. Tendrá aspecto de galimatías, pero la emoción también circula en sentido único...

Dejando lo inmaterial a un lado y con los envoltorios aún retorciéndose en las cajas ya vacías, arranca un nuevo año, con sus propósitos de la mano. Olvidado el anterior, con él se quedan atrás las fiestas y comienzan las Rebajas, la ‘Cuesta de Enero’, la Semana Blanca, los Carnavales, las Fallas… y a la vuelta de la esquina ya está aquí el verano. Con él, se producía el tradicional desembarco de los becarios en las redacciones. Pero eso ya es pasado, ahora forman parte de la decoración diaria. Da igual el mes, dará igual el año.

Decía, que el verano está a la vuelta de la esquina. Y con él, llegará el 2 de julio, fecha en la que cumpliré cuatro años ligada al periódico. Parece que fue ayer cuando dejé el currículo en un buzón de Correos… Pero no, ahora se cumplen (también) cuatro años. Ya han pasado meses y meses, multitud de aventuras que conservo como imágenes imborrables. Ahí sí puedo presumir de querer lo que siempre quise... y que aún sigo queriendo. Recapitular esos recuerdos sería un ejercicio de injusticia. Olvidar, de ingratitud. Sin rebuscar un ápice, rescato julio y agosto de 2007 (la excelsa curiosidad de los inicios); de 2008, enero (mi entrevista) y julio (una lección); y del pasado año, enero (la charla), mayo (un pensamiento utópico hecho realidad) y agosto (un toque de atención desde más allá de los mares)… Píldoras de un sueño que se realimenta día tras día. Dicen que dijo un ilustrado que “la felicidad consiste en conformarse con la suerte, querer ser lo que uno es”. Y dónde mejor para estar que sobre la tierra que uno siempre quiso pisar. La 'prometida', de Abraham.

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