21 de julio de 2008

¿CON (o sin) misterio?

Visto cómo puede ser de directo un periodista en un artículo (con la ayuda en este caso del entrevistado)… Ahora toda el caso distinto. Es decir, ese texto –una opinión– que empiezas a leer. Ese texto que te engancha, aunque no sabes muy bien cuál es su destino. Ese texto que continúas hasta que llegas al momento clave. El punto en el que piensas: «¡¡Acabáramos!!». Ahí todo da un vuelco, un giro ¿inesperado? Ahí la lectura se convierte en una extraña mezcla de sensaciones: piensas el sentido que le dabas al principio a las palabras y… la verdadera realidad de las mismas.
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Encajada en un palmo ¡uff! Y agitada por oleadas de un calor ardiente que, de abajo hacia arriba, amenazaban con asfixiarme, tenía la sensación de que toda mi sangre bombeaba alrededor de mis caderas y me faltaba oxígeno en la cabeza. Un palmo de unos 24 centímetros, milímetro arriba o abajo, porque no daba crédito a lo que veían mis ojos, y lo medí, antes de situarme, cuando todavía podía moverme y no sin dificultad, dado lo incómodo de la postura. La oscuridad aumentaba la sensación de estar atrapada, entregada y sometida a la situación. Comencé a sudar lentamente, como te impregna la humedad de la selva, que se adhiere a la piel y te penetra hasta la médula, para acabar por provocarte una lasitud que altera la percepción de tus sentidos. Me abandoné y permití que, como lágrimas, las gotas resbalaran silenciosas por mi pecho hasta acumularse formando un diminuto estanque en el ombligo. De repente, dejé de sentir las piernas y cada movimiento, cada sacudida, me clavaba aún más en el sitio. Transcurridos los primeros minutos, intenté acomodarme un poco, pero los brazos férreos y estáticos que me apresaban le negaban un respiro a mi dolorido cuerpo. Quise hablar, dirigirme a mi compañero, pero estaba tan agotada que mi garganta sólo era capaz de emitir unos sonidos roncos, más parecidos a gemidos susurrantes que a palabras coherentes. No sé cuánto duró lo que recuerdo como una eternidad, aunque estoy convencida de que más de lo habitual en estos casos, pero de pronto ¡por fin! se encendieron las luces de la cabina y apareció la señal de que podíamos desabrocharnos los cinturones. […]
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Desvelado el misterio, puedes concluir la lectura del artículo aquí, en la página 3.

Vamos, que esto de leer, a veces, es un simple juego. Un entretenimiento para arrancar una sonrisa a los problemas.

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