Supe del manifiesto
de Tim Radford a principios de año, cuando aún había que hacer el esfuerzo de
leerlo en versión original. El susodicho, para aquellos mortales que no tengan
el gusto, trabajó durante más de tres décadas como editor en The Guardian. En las últimas semanas,
con eso de que algún alma caritativa ha colgado la traducción en la Red, con
cierta frecuencia algún compañero me hace llegar un correo con los 25
mandamientos de Radford. Se agradece la idea. Pero estaría bien que, una vez
leído, no nos limitáramos a darle a la flecha de reenviar.
1. Cuando te
sientes a escribir habrá una sola
persona importante en tu vida. Se trata de alguien a quien jamás verás
llamado lector.
2. No escribes
para impresionar al científico al que acabas de entrevistar, ni al profesor que
fue decisivo para tu graduación, ni al editor estúpido que te rechazó o a esa
persona tan atractiva que acabas de conocer en la fiesta y sabía que eras periodista
(o a su madre). Escribes para
impresionar a alguien que está colgado de la barra del metro entre las
estaciones de Green Parson y Putney y
que dejaría de leerte en un milisegundo si pudiera hacer algo mejor.
3. Así pues, la primera frase de tu artículo será la más
importante en su vida y luego la segunda y la tercera. Porque, a pesar de
que tú –empleado, apóstol o apologista– te sientas obligado a escribir, nunca nadie está obligado a leer.
4. El periodismo es importante. Pero uno nunca
debe engreírse con esa importancia. Nada mejor que la pomposidad para llevar al
lector a cambiar tu pieza por el crucigrama o los resultados hípicos. Por
tanto, las palabras simples, las ideas
claras y las frases cortas son de vital importancia. Y también un toque
irreverente.
5. Una frase que merecería ser grabada en la
funda de tu computador: “Nadie se
quejará jamás si escribes algo fácil de entender”.
6. Otra cosa que debes recordar cada vez que
te sientes ante el teclado: “Nadie tiene
por qué leer esta mierda”.
7. En caso de duda, asume que el lector no
sabe nada. Sin embargo, nunca cometas el error de suponer que es estúpido. El error clásico en periodismo es
sobreestimar lo que el lector sabe y subestimar su inteligencia.
8. La vida es
complicada, pero el periodismo no puede
ser complicado. Precisamente porque asuntos como la medicina, la política,
la contabilidad o las ordenanzas de Mornington Crescent son complicados, los
lectores recurren a The Guardian, o a la BBC, o a The Lancet. Porque tienen la
esperanza de que se los expliquen de forma sencilla.
9. O sea, si
un asunto está tan enredado como un plato de espaguetis, tu texto consiste en
un solo espagueti cuidadosamente extraído del plato. Lo ideal sería que además
llevara adherida salsa de aceite, ajo y tomate. El lector agradecerá que le
hayas dado una parte simple y no todo el enredo del plato. Porque el lector sabe que la vida es complicada y
agradece que alguien le explique con claridad al menos un fragmento, y porque
nadie lee informaciones que sugieren algo como “lo que sigue es
inexplicablemente complicado...”
10. Por lo
tanto, una regla básica es esta: una
información sólo debe contener una gran historia. Si te sientes aguerrido
para lidiar con cuatro grandes asuntos de una historia, haz que el
entrelazamiento de esos asuntos sea el argumento de tu información. Puedes
agregar algún elemento picante pero sólo si no te aparta del único argumento
narrativo que hayas elegido.
11. Una
observación. Ni se te ocurra empezar a
escribir hasta que no hayas decidido cuál será tu argumento y no puedas decirlo
en una sola frase. Pregúntate luego si tu madre escucharía esa frase
durante más de un microsegundo antes de dedicarse de nuevo a la plancha. Porque
cuando quieras venderle un artículo a tu editor recibirás ese mismo nivel de
atención. Así que ten mucho cuidado con esa frase. Además, esa frase será a
menudo –no siempre, pero muchas veces– la primera frase de tu artículo.
12. Siempre hay una primera frase –una introducción,
una entrada…– ideal para cualquier
artículo. Pensar en ella antes de empezar a escribir ayuda de verdad:
descubrirás que las siguientes frases se escriben casi solas y muy rápidamente.
Esto no significa que seas simplista, facilón, superficial o pícaro. Ni tampoco
un superdotado. Solo significa que has dado con la entrada idónea.
13. Un
periodista no debe sentirse insultado si lo llaman “simplista”, “facilón”,
“superficial” o “pícaro”. Cuando paga por un periódico, el comprador desea que la información le llegue con facilidad y rapidez,
sin notas ni referencias oscuras o aclaraciones a pie de página.
14. Palabras
como "sensacional" o "trivial" no son insultos para un
periodista. Uno lee lo que lee –teatro isabelino, novelas rusas, cómics
franceses, novela negra americana…– porque algo en esas obras apela a su
sentido de la emoción, del humor, del romance o de la ironía. El buen periodismo debe ofrecer sensación
de humor, de emoción, de intensidad o acidez. “Trivial” es el insulto
favorito de los estudiosos. Pero incluso ellos se interesaron por su objeto de
estudio porque se sintieron atraídos por algo brillante, llamativo y, en
efecto, trivial.
15. Las palabras tienen significado. Debes
respetarlo. Ve a la raíz: búscalos en el diccionario, averigua de dónde
vienen. Luego, utilízalos de forma adecuada. No hagas alarde de autoridad
porque eso puede demostrar tu ignorancia. No te metas por un camino complicado
sin preguntarte antes cómo piensas recorrerlo (el original es un juego de
palabras y significados que pillo pero no sé traducir bien).
16. La regla
dice que debes huir de los clichés como de la peste. Excepto cuando das con el
cliché adecuado. Te sorprendería lo útil que es un buen cliché usado con
criterio. Porque en el periodismo no
siempre tienes que ser tan inteligente, pero siempre tienes que ser muy rápido.
17. Las metáforas son buenísimas. Eso sí, no
las elijas disparatadas y nunca, nunca las mezcles. En The Guardian, los
copy-editors concedían el premio “Piraña Amordazada”, una especie de Oscar de
la incompetencia que toma el nombre de un reportero de laboral, que advirtió al
mundo que “los gatos monteses del congreso del Sindicato se ocultan en la
maleza, dispuestos a saltar como pirañas si no son amordazados”. George Orwell
informa de un diputado que dijo: “el pulpo fascista calzado con botas ha
entonado el canto del cisne”.
18. Ojo con hacerse el enrollado, el «buen
onda». Cuando Moisés ordenó a sus comandantes que degollaran a todos los
madianitas no lo hizo para demostrar que él era muy duro. Cuando advirtió al
Faraón que dejara ir a su pueblo no le dijo: “colega, déjanos sitio, ¿no?” y el
Faraón tampoco respondió: “ni de coña, tío”. El habla de taberna o de café
tiene su propio ritmo, su propio lenguaje corporal, sus propias señales. El habla de la página de diario no tiene
acento, no hay tono de voz que señalice la ironía, la comedia o la broma.
Debe ser directo, claro y vívido. Y para eso es preciso que respete la
gramática oficial.
19. Cuidado con las palabras largas y absurdas,
con la jerga. Esto es doblemente importante si eres periodista científico, pues
de vez en cuando tendrás que manejar palabras que no utiliza ningún ser humano
normal: fenotipo, mitocondria, inflación cósmica, campana de Gauss, isostasia…
Así que no es necesario que, además, digas “radiante” y “dichoso” en lugar de
“brillante” y “feliz”.
20. Es mejor el inglés que el latín [la lengua
ordinaria que la culta]. No extermines, mata. No salives, que se te caiga
la baba. No incineres, quema. Moisés no le dijo al Faraón: “La consecuencia de
no liberar a cierto grupo étnico podría dar lugar en última instancia a algún
tipo de manifestación de las algas en la principal cuenca hidrográfica, con
resultados imprevisibles para la flora y la fauna, que podrían afectar al
consumo humano.” No. Le dijo: "las aguas del río se convertirán en sangre,
los peces que hay en él morirán y el río apestará.”
21. La gente siempre respondemos a lo que nos
es próximo. Los ciudadanos del sur de Londres deberían preocuparse más por
la reforma económica en Surinam que del próximo resultado del Millwall [un
equipo de fútbol de la zona], pero la mayoría no lo hace. Acéptalo. El 24 de
noviembre de 1963, el Hull Daily Mail me mandó buscar un ángulo local sobre el
asesinato del presidente Kennedy. Hasta que no encontré este arranque:
"Los ciudadanos de Hull estaban ayer de luto...", no me dejaron
seguir explicando todo lo que había pasado en Dallas.
22. Lee. Lee un montón de cosas diferentes.
La Biblia del Rey Jaime y Dickens y los poemas de Shelley y Marvel Comics y
novelas de Chester Himes y Dashiell Hammett. Fíjate en las maravillas que
puedes hacer con las palabras. Mira la forma en que esos autores evocan mundos
enteros en apenas media página.
23. Cuidado con los definitivos. El último
caballo en el hipódromo de Surrey quizá no sea el último en Godalming. Casi
siempre hay alguien que es más grande, más rápido, más viejo, más precoz, más
rico o más nauseabundo que el candidato a quien acabas de calificar con ese
superlativo. Ahórrate la molestia. Escribir “uno de los primeros...” te sacará
del apuro. Si no puedes, sigue la norma: escribe “según el Libro Guinness de
los Récords...”, "según la lista de los más ricos del Sunday Times..."
y así.
24. Hay cosas que el buen gusto y la ley no
permiten escribir. Mis favoritos son “Asesino absuelto” y (en un reportaje
sobre una obra de teatro sobre la Pascua de Resurrección) “Paul Myers, que
interpretó a Jesucristo, fue la estrella del espectáculo.” Examina qué textos
son de mal gusto y cuáles te pueden costar hasta medio millón de libras por
palabra.
25. Los
periodistas tienen una responsabilidad que no es sólo legal. Por tanto, busca la verdad. Si es difícil de alcanzar, y a menudo lo es, por lo menos busca la imparcialidad y sé consciente
de que la historia siempre tiene otras caras. Cuidado con las apelaciones a la
objetividad. Son las más sospechosas entre todas. Puedes informar que la Royal
Society dice que la modificación genética es una buena cosa y que el uranio
empobrecido es casi inofensivo. Pero debes recordar que quienes inventaron la
modificación genética fueron incorporados inmediatamente a la Royal Society por
miembros de esa entidad que entraron porque sabían cómo enriquecer barras de
combustible de uranio y empobrecer el sobrante. Parafraseando a Mandy
Rice-Davies, diríamos: "¿qué otra cosa podían hacer, no?".
Ya están todos. Una vez leídos, sólo tenemos que ponerlos en práctica. Son 25. Empecemos por el primero. Sería un prometedor inicio. Luego, con el segundo. Y así, sucesivamente.Yo voy a por el número cero, por eso de coger impulso...
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