No son horas de escribir. Menos si tienes por delante poco tiempo y un trabajo fin de máster del que apenas se adivinan los andamios. Pero no, no son horas de escribir. Tampoco de dormir. Esta noche nació para vivirla, no sé por qué... No tengo argumentos que apoyen esta tesis, tan sólo una sensación. Es, o ya era, una noche para disfrutar en torno a una copa, una conversación. Como si no hubiera mañana... Serán, tal vez, ganas de despejar una mente demasiado obsesionada con la campaña electoral. Pero no con la actual, que toca cual tangente, sino con la pasada, la que dejó a Castedo al frente del Ayuntamiento. Actualizaciones de perfil en Facebook, mensajes en Twitter, intervenciones en páginas webs… Ya sueño con las nuevas tecnologías. Auténticas pesadillas con las redes sociales. Y lo que queda…
Pero esta noche, después de todo un día frente al ordenador, he disfrutado (en su cuarta acepción) de un alto en el camino. Otra experiencia más a sumar a esa larga lista que espero nunca tenga fin. Eso significará, entre otras cosas, que aún me persigue una cara de ese prisma de curiosidad que sustenta este oficio. Aunque, sinceridad por delante, dudo de ella... Por motivos de seguridad, que diría aquel, me saltaré el nombre y apellidos del programa, su dirección y localidad. ¡Qué más da! Me quedo con lo vivido. Con las conversaciones con unos y las detalladas explicaciones de otros. Los diferentes ángulos que dan forma a ese producto que se disfruta en casa, en el sofá, con una mantita... pero que nace entre carreras, largas horas de trabajo y guiones abiertos hasta el último suspiro. Me quedo, por tanto, con la experiencia. Y con ese duende de la informática que ha querido echarme una mano cuando, parecía, ya no había vuelta atrás. No hubiera sido nada nuevo: explicaciones innecesarias, prejuicios varios... Pero los ceros y unos, ese bendito sistema binario, también sabe de duendes. Doy fe.
Y con alguna pluma en la solapa, llego al coche, conecto la llave e irrumpe el sonido Maná. No estaba previsto. De hecho, ni el dial apuntaba a una emisora musical. Me quedo un rato escuchándo el tema que ha caído en suerte… Tampoco parece fruto de la casualidad. Enciendo las luces y quemo algo de rueda. No dejo huella, la gente duerme. Busco en la agenda, pero no son horas. O no son, según para qué...
Pero esta noche, después de todo un día frente al ordenador, he disfrutado (en su cuarta acepción) de un alto en el camino. Otra experiencia más a sumar a esa larga lista que espero nunca tenga fin. Eso significará, entre otras cosas, que aún me persigue una cara de ese prisma de curiosidad que sustenta este oficio. Aunque, sinceridad por delante, dudo de ella... Por motivos de seguridad, que diría aquel, me saltaré el nombre y apellidos del programa, su dirección y localidad. ¡Qué más da! Me quedo con lo vivido. Con las conversaciones con unos y las detalladas explicaciones de otros. Los diferentes ángulos que dan forma a ese producto que se disfruta en casa, en el sofá, con una mantita... pero que nace entre carreras, largas horas de trabajo y guiones abiertos hasta el último suspiro. Me quedo, por tanto, con la experiencia. Y con ese duende de la informática que ha querido echarme una mano cuando, parecía, ya no había vuelta atrás. No hubiera sido nada nuevo: explicaciones innecesarias, prejuicios varios... Pero los ceros y unos, ese bendito sistema binario, también sabe de duendes. Doy fe.
Y con alguna pluma en la solapa, llego al coche, conecto la llave e irrumpe el sonido Maná. No estaba previsto. De hecho, ni el dial apuntaba a una emisora musical. Me quedo un rato escuchándo el tema que ha caído en suerte… Tampoco parece fruto de la casualidad. Enciendo las luces y quemo algo de rueda. No dejo huella, la gente duerme. Busco en la agenda, pero no son horas. O no son, según para qué...
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