24 de noviembre de 2011

Un cóctel de fuego: un cura, Ripoll y el "engagement"

¿Cura de profesión? Va a ser que no. Primero, por razones obvias. Segundo, porque Dios todavía no me ha llamado por ese camino. Aunque, visto lo visto, ojalá algún día toque a mi puerta y me solucione la vida. No parece un trabajo fascinante, pero a Forbes nadie le tose.

Mientras tanto, seguiremos a lo nuestro. Eso de juntar letras con cierto sentido sintáctico, morfológico y todas esas palabrejas que acaban con el sufijo –ico. Aunque, cada vez más, nos quitan alicientes. El último en irse, (José) Joaquín Ripoll. El expresidente de la Diputación de Alicante y actual mandamás de la Autoridad Portuaria ha renunciado hace apenas unos minutos a su cargo al frente de la dirección del Partido Popular en la provincia de Alicante. ¿¡Qué será ahora de los periodistas políticos?! ¿¡Quién liderará ahora la corriente opuesta al régimen impuesto desde la capital del Cap i Casal?! Va a ser un aburrimiento. Aunque el PP, muy acostumbrado a reinventarse, no tardará en encontrar a otro voluntario que represente la contracorriente. Hasta entonces, y con el juicio del Brugal en la agenda, parece que el PSOE va a tomar las riendas de la carnicería interna en la política alicantina. Aquí tenemos para regalar. Que no es Ripoll, no problem! Los socialistas, tan generosos ellos, ya afilan armas para batirse en un duelo, a ver a cuántas bandas, para arrebatarle el poder a los que hasta ahora han dirigido al partido a otra consecución de ridículos electorales. Municipales, Autonómicas y, para cerrar el círculo, las Generales… Y lo que te rondaré.
Pero ya esperado lo de Ripoll, sólo faltaba poner fecha y hora a su renuncia pactada por Fabra tiempo atrás, el bit de información que me guardo hoy gira en torno al “engagement” [In`gєdʒmәnt]. ¿No sabes lo que es? Yo casi que tampoco hasta esta tarde. Para algo debe servir el máster. El palabro me sonaba a algo así como a la implicación de los trabajadores de una empresa. En realidad, el concepto es mucho más rico, pero, como aproximación, puede valer la explicación que ofrece Wikipedia: “Es un término utilizado en el ámbito de las relaciones laborales y la cultura organizacional que se identifica con el esfuerzo voluntario por parte de los trabajadores de una empresa o miembros de una organización. Un trabajador engaged es una persona que está totalmente implicada en su trabajo y entusiasmada con él. Cuando tiene oportunidad, actúa de una forma que va más allá de los intereses de su organización”. Vamos, un bicho raro. ¿O es que tú, trabajes en el que sector que sea, reconoces a algún compañero en esa definición?
Hoy, he confirmado que las cosas no se están haciendo bien. Hoy, también, he confirmado mi deseo de trabajar, algún día, en una empresa concienciada con la necesidad de generar un espíritu colaborativo en el ámbito laboral con el objetivo de mejorar su cuenta de beneficios. Parece obvio, pero (casi) nadie lo hace. Hoy, pocas empresas ven más allá del mañana. Craso error. Parece evidente que las corporaciones (de miles de trabajadores o de apenas un puñado de empleados) que resistirán a esta crisis serán las mejores preparadas, las más innovadoras, las que se plantean misiones y no planes, aquellas capaces de controlar todos los aspectos vinculados al éxito final. Todos, no sólo el dinero que entra por la puerta y sale por la ventana.

No es algo nuevo. Todos hemos oído experiencias que realizan algunas empresas para tener ‘contentos’ a sus trabajadores. Esa inversión no debe ser cuantiosa en lo económico, pero sí en lo emocional. En esos contados casos sí se aprecia un interés de la empresa por valorar el capital humano, ese intangible que puede reflotar una marca o acabar por hundirla. Los responsables de los números, con su habitual tozudez, no suelen ver más allá de las cifras en azul (pocas) y en rojo (cada vez más numerosas). Y así nos va. El “engagement” es una actitud basada en el entusiasmo, una conexión emocional entre la cultura corporativa de la empresa y su trabajador. Un valor que no se consigue con la dependencia de una nómina, porque la satisfacción del empleado no sólo descansa en la cantidad económica que percibe al final de cada mes. Y si es así, mal asunto. En pocas palabras: tener trabajadores comprometidos.
Existe mil y una técnicas para vincular a trabajador y empresa. La puesta en marcha de la mayoría no necesita meter la mano en la caja. Su realización, en cambio, sí interfiere en positivo en los resultados finales de la corporación. ¿Hay algo más importante que tener al trabajador involucrado? En una mentalidad moderna, nada. ¿Cuánto daño causa en el conjunto del grupo un empleado hastiado? Mucho, demasiado. No hace falta realizar un estudio para reconocer que un garbanzo negro estropea cualquier guiso.
En esta sociedad (la que ya está aquí), el trabajador se ha convertido en la principal seña de identidad de su empresa. Un trabajador satisfecho multiplica las posibilidades de éxito de cualquier negocio. Cuidar las formas con el personal, no tenerlo engañado, hacerle sentir fundamental, tener empatía con cualquier empleado... Nadie habla de imposibles. Y claro que nadie es imprescindible en una empresa, pero los que inspiran al resto (aquellos que están comprometidos) resultan importantes para la viabilidad del negocio. En cada sector, ese compromiso, tiene unas características propias. Pero siempre resalta algo común: la mentalidad emprendedora. Un ánimo que debe tener dos anclajes: sin uno, el otro está vendido. Sin empresa, da igual el pensamiento del empleados. Sin empleado... ya puede, ya, la empresa.
Los trabajadores, en una clasificación en cuatro estancos, se pueden ordenar en función del empleo de la razón o la emoción en su día a día. Están los que basan su existencia profesional en el rédito que sacan a su tiempo (¿Qué recibo de mi empresa?) y los que intentan ir un poco más allá (¿Qué aporto a mi empresa?) Ni unos ni otros tendrán futuro en la nueva forma de negocio que crece a raíz de la actual crisis económica. Ese espíritu ya no va a ser suficiente. La actitud personal debe quedar atrás. Olvidada. Sepultada de la mano de las empresas que mueren a diario enterradas por su ineficacia en la gestión (muy ligada al trato dispensado a los empleados). Porque no es sólo una decisión íntima, sino que deben ser las corporaciones las que fomenten la actitud del mañana (ya del hoy). Las empresas se apoyarán en el sentimiento de compromiso de sus empleados: ¿A qué entidad pertenezco?, ¿cómo puedo colaborar en el crecimiento de mi empresa?... La actitud cooperativista marcará el futuro. Yo te doy, tú me das. Fácil. Ya existen ejemplos de sociedades que han crecido sustentadas en el vínculo emocional con sus trabajadores. Siempre vienen a la cabeza multinacionales como Google, Apple, Microsoft, IBM, Disney… Pero no hace falta irse tan lejos: Mercadona, por ejemplo. Pero tampoco resulta necesario tener miles de trabajadores para conseguir el engagement en la tropa. Cualquier empresa, de cualquier sector, tiene la capacidad para generar la cultura del compromiso en sus trabajadores. Ese sentimiento de pertenencia que, al tiempo, genera un crecimiento en los beneficios. Está demostrado. No son castillos en el aire. Sólo requiere que la empresa reconozca el su valor como personas de sus empleados y, fundamental, el valor de su trabajo.
Pero, claro, resulta más fácil tirar por el camino ya asfaltado, aunque sepamos que da a parar a un precipicio. Y nadie habla de organizar una actividad al aire libre para fomentar la relación entre empleados. No seamos tan básicos en la extracción de conclusiones. O, por el contrario, acabaremos hechos una calcomanía, entre dos inmensas paredes de piedra… Sí, en el fondo de un barranco.
Pienso en el sector que me ocupa (y preocupa)… y sólo veo oportunidades de crecimiento. Dicen los expertos que las crisis son eso, oportunidades. Pero aquí parece que nadie lo ve. Los gestores se limitan a cuadrar las cuentas de mañana, mientras rezan el rosario para que aparezca un mecenas que aporte luz a un futuro más que negro. Nadie da pasos hacia adelante. Todos reculan, pegándose a una pared que, más pronto que tarde, acabará por derrumbarse. Las estructuras defectuosas caen como fichas de dominó, ya lo sabemos ¿Por qué no involucramos al personal en el futuro de la empresa en lugar de mantenerlo alejado de las decisiones? Lo han hecho entidades bancarias, con esa mentalidad tan arcaica que destilan… ¿No lo van a poder hacer los medios de comunicación? No lo creo. Allí, en los bancos, la creatividad brilla por su ausencia… Claro que existen cabreados en esas organizaciones concienciadas, pero menos que en el resto, seguro. Y claro que seguirán existiendo, pero será por una decisión personal, no porque la empresa no intente involucrar a sus empleados en la cultura corporativa.
Se pueden escribir libros y libros con técnicas para conseguir que los trabajadores hagan suya la idiosincrasia de la empresa. Pero de nada sirven, como todos los manuales de referencia, si no se ponen en práctica. Los gestores están avisados, conocen el éxito de los innovadores… En sus manos está salir de la crisis o morir por inanición. El camino del medio, en este caso, ni está ni se le espera. Veremos qué pasa... Pero no lo hagamos sentados, por favor, es malísimo para la circulación.

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