Imagino que recordarán aquella noticia, al límite del milagro, que puso el foco mediático sobre Nueva York allá por el idus de enero de 2009. Vean.
Sí, exacto. Me refiero al amerizaje de un avión de la aerolínea U.S. Airways sobre el río Hudson. El piloto, con una experiencia de cuatro décadas sobrevolando el cielo, consiguió salvar la vida de los 155 pasajeros y del resto de la tripulación con una maniobra de manual después de que una colisión con una bandada de pájaros dañara los motores de la aeronave. Chesley Sullenberger se convirtió en héroe nacional, pero hoy rescato las palabras de Ric Elias. Él, uno de los afortunados que salió a pie del aparato, sintetiza los pensamientos que sobrevolaron su mente en los que, a priori, iban a ser los últimos segundos de su vida. Directo, sin preámbulos.
Puede que no diga nada fuera de lo común. No se pronuncia sobre la velocidad de los neutrinos ni fórmulas mágicas de la Coca Cola. Pero a mí, hoy, me ha servido como un toque de atención. Son apenas tres minutos que pueden contribuir a ver el mañana con otros ojos. Nunca con los suyos, por supuesto. Las experiencias, ya es sabido, se viven… no se cuentan. Pero como bien señala Ric Elias, pocos pueden presumir de ser tan afortunados. “No todo el mundo tiene la suerte de poder ir al futuro y volver para aprender a vivir la vida de otra manera”, apunta. En su intervención, habla de experiencias pendientes, de egos, cosas importantes y personas indispensables, de razones y felicidad, del amor a la vida y la tristeza de la muerte... Toda una experiencia vital. Palabra de superviviente.
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