29 de diciembre de 2011

Imposible que existen

Un periodista debe tener los ojos bien abiertos, ésa es la parte que peor llevo del oficio, lo demás se me da bastante bien.
Me llamo ____ y soy periodista. He estudiado y he ejercido lo suficiente para decir aún que soy periodista, aunque ahora trabaje en un bar. Pero me da miedo que pronto no pueda decirlo. Dedico al trabajo once o doce horas diarias, seis días a la semana. Sé que suena raro e ilegal, pero sólo es ilegal. Yo lo acepto porque me dan dinero a cambio. Pago el alquiler, compro comida y tabaco y ahorro tanto como puedo para dejar el trabajo pronto.
Con el periodismo ni siquiera se puede pagar el alquiler. El periodismo es una especie de estafa piramidal, en la que los que aguantan se alimentan de las nuevas vocaciones, a las que se les entregan las migajas de un negocio que además está en continua crisis. No me gusta que sea así, me repatea, pero quiero ser uno de los que aguanta. No se me ocurre otra cosa a la que dedicarme con la pasión, con la naturalidad con la que hago periodismo.
Cada día me digo que soy periodista, me lo digo con insistencia, me lo recuerdo. A menudo pienso en una palabra que conozco bien, soy periodista, conozco bien muchas palabras. La "alienación", el proceso por el que el individuo o la colectividad transforman su conciencia haciéndola contradictoria con lo que cabía esperar de su condición. No quiero eso.
Aquí todo me resulta extraño, inútil, difícil o directamente aburrido. Con un poco de suerte, intercambias unas palabras con un cliente o con un compañero que resultan ser provechosas. Además, te dan las gracias como 500 veces al día. Y eso ayuda, pero no es algo que yo sepa ni que yo quiera hacer.
Yo no creo en Dios ni en ningún tipo de justicia universal. Yo no creo que mi esfuerzo vaya a ser recompensado con ningún importante trabajo que aparezca de la nada. Pero tampoco creo que haya ninguna poesía o belleza en conformarse y ser feliz con lo que la vida nos pone por delante. Cualquier puede ser feliz. Yo soy feliz... Durmiendo con mi chica o cuando recibo algún paquete con comida de mi madre o perdiendo el tiempo en algún parque con mis amigos. Eso no tiene mérito, eso es mera adaptación. Lo excepcional, lo importante, lo único que merece el esfuerzo, un esfuerzo sostenido y continuo, es el intento de vivir las 24 horas del día con la tranquilidad de saber que uno está donde debe estar y hace lo que sabe y quiere hacer. Eso es una cosa que a menudo despreciamos. Conseguimos un trabajo sencillo y medianamente bien pagado y dejamos que el piloto automático nos lleve a través de la jornada laboral. De vuelta a casa, ya nos despertarán los seres queridos. En definitiva, vivimos a tiempo parcial, y no hay ninguna poesía en eso.
Espero dejar esto pronto, me da miedo aprender, aceptar, encontrar mejores maneras de pasar las horas, los días, hasta ser razonablemente feliz y encontrarme un día, dentro de unos años, con que he consumido mi juventud a medias, indolente y resignado. Me da miedo pensar que no repetiría ni uno solo de mis días de trabajo. Que no soy capaz de hacer nada de lo que se esperaba de mí, nada de lo que yo esperaba de mí mismo, nada de lo que cabía esperar de mi condición. Me da miedo mirarme un día y no saber si soy el periodista o el camarero.


El protagonista del corto se llama Nacho y presume de deje sureño. Pero somos muchos los candidatos, con nuestras respectivas identidades, que tememos interpretar, más pronto que tarde, el papel de periodista que sirve copas, vende camisetas o vacía cubos de basura. Trabajos, éstos y otros muchos, tan dignos como el de contar historias, pero que no requieren ninguna cualificación. A mí también me da miedo, más en este paisaje que nos acoge, comprobar dentro de unos años que no soy capaz de hacer nada de lo que yo esperaba de mí misma. Me da miedo mirarme un día y no saber si soy periodista o vete tú a saber qué…
Pero ya habrá tiempo para taponar la hemorragia. Hoy algunos todavía podemos esbozar sonrisas, algunas sinceras, otras más forzadas por las circunstancias, y creer en los imposibles. Dice Maldita Nerea, un grupo en ebullición con letras seductoras y ritmos armoniosos, que la vida crece entre los matices. Pero este grupo, liderado por un logopeda de profesión, no se limita a escribir letras. Sus mensajes, optimistas y algo ingenuos, se transmiten en sus videoclips, que te endulzan la mirada en cada final... Sólo por eso, merecen ser escuchados.

No hay comentarios: