Regreso a casa, sweet home, con una sonrisa dibujada en la cara. Me he reconciliado con la vida. Al menos, de momento. No deja de ser una anécdota. De hecho, sólo es una anécdota. Un hecho puntual. Pero un hecho, a la postre, que me permitió mirar de frente al destino durante mis últimas horas en Madrid. Se terminaban ayer los días familiares en la capital con un regusto que no sabía si decantarse hacia la escala amarga o dulce. Estar con los tuyos, sin echar en falta a nadie, resulta todo un motivo de alegría. Disfrutar de los pequeños del clan, toda una satisfacción. Pero la abstracción parece imposible cuando te llegan desde la terreta, para quedarse, cuestiones que deberían ser repelidas por unas fechas envueltas en mensajes de paz y amor. También en consumismo, pero no viene al caso. Terminaba, decía, el periodo vacacional con un balance algo incierto cuando conocí a una pareja de novios. Hasta ahí, nada extraordinario. Bueno, para ser precisos, una pareja ya prometida. Después de una relación no demasiado larga y tras compartir techo los últimos meses, se habían decidido por dar otro paso más. En los ojos desprendían mucha verdad. No tenían nada que fingir, y aún menos que demostrar. Estaban felices. No hubo papeles en la presentación, pero seguro que ninguno de ellos cumplía ya los sesenta. Ambos tenían mucha vida a sus espaldas, plagada de éxitos y también de fracasos, como la vasta mayoría de los mortales tras más de seis décadas de continua batalla. Ahora, esa experiencia les animaba a pregonar, sin pudor, su felicidad. Parecía ser eterna, inquebrantable. A mí, lo reconozco, me la contagiaron. Me insuflaron parte de esa vida que ellos queman, día tras día, a fuego fuerte. Sin miedo a que una corriente traicionera les deje tan sólo con el humo de lo que fue. Puse pie en Atocha aún con una sonrisa dibujada en mi cara. Todavía la esbozo cuando recuerdo sus miradas, su generosidad.
Pero es automático. Retomas la rutina y el camino empieza a coger pendiente. Siempre picando hacia arriba, como los buenos puertos de montaña. Intentas, en la fase de aclimatación, ponerte al día en las tareas pendientes y rascar en tantas noticias que han dejado en tu archivo poco más que titulares durante la última semana. Aunque tampoco hace falta irse muy lejos en el calendario. Te levantas con el préstamo pedido por el Ayuntamiento para poder hacer frente al pago de la nómina de los funcionarios. Tuerces el gesto. Luego, a media mañana, mirada a Zarzuela. Turno para unas cuentas de la Casa Real que tantas horas de informativos han consumido este Día de los Inocentes. De poco sirven, dicen lo justo para que el ciudadano medio pueda defender, de verlo conveniente, la transparencia de la Familia Real. Bien está si tantas informaciones fomentan la conversación de cafetería. Puro chismorreo, en realidad, mientras no se detalle el coste total que supone al Estado mantener al Rey y parientes. Luego, muy de pasada, aparecen en escena los sindicatos. Por obligación, claro, tras el anuncio del Gobierno de la congelación del Salario Mínimo Interprofesional. Entiendan ustedes que después de tantos años de apoltronamiento resulta difícil saltar de la silla como un resorte. Pronto se les pasará, no padezcan. La dosis legal procede del Tribunal Supremo. Con José Tomás -al que llamábamos sastre y ahora se reivindica como director de moda- ya en su casa, el TSJ de la Comunidad Valenciana ha perdido todo interés mediático. No obstante, la justicia siempre nos tiene en sus pensamientos. Y, ya saben, el morbo está asegurado cuando se juntan las togas con la política. José Blanco, Pepiño, tiene tras de sí una sombra de duda en relación a posibles delitos de tráfico de influencias y cohecho. ¿Qué han dicho unos y otros? Fácil. Lo que se escuchó en torno a Camps... pero al revés. Desde Génova se ha apuntado que el “futuro político” del gallego es “más que oscuro”. Desde Ferraz, ya verán: “Así podrá defenderse”. ¿Les suena? Exacto, lo mismito que vino a declarar el que fuera Molt Honorable en su día. Ahora, entre transición defensa-ataque, ‘Cans’, que diría el abogado de la acusación popular, anda enfrascado en una absurda pelea de machos cabríos con el magistrado Juan Climent. El expresidente, en esta batalla, porta espada de madera. Él, que ya empieza a tener experiencia, verá qué hace... No está para murgas ni chirigotas.
Pocas inocentadas, más allá de cuatro bromas con cimientos de paja, se han colado este 28 de diciembre en los medios nacionales. Se podía haber ampliado la oferta, por ejemplo, con las imágenes del último adiós a Kim Jong-Il, el líder comunista de Corea del Norte. Las imagenes cedidas por la televisión estatal parecían de guasa, pero en realidad casi que daban más miedo. También, hablando de bromas, se habría agradecido que “Torrente 4: lethal crisis” no fuera la cruz de guía del cine español en este 2011. Pero lo ha sido. Con todo lo que lleva implícito. Ya dijo recientemente el nuevo ministro de Cultura, José Ignacio Wert, que el Gobierno “no quiere acabar con las subvenciones de la cultura, pero sí con la cultura de las subvenciones”. Son palabras, nada más, pero pueden esconder el enigma. De haberlo, claro.
Concluye el día, ya contando las horas para despedir a este año preolímpico, con el deseo de cerrar los ojos bajo la sombra de una sonrisa. Paso de las bromas típicamente tópicas. Pienso en esa pareja de prometidos... Ya está. Es automático :-)
Concluye el día, ya contando las horas para despedir a este año preolímpico, con el deseo de cerrar los ojos bajo la sombra de una sonrisa. Paso de las bromas típicamente tópicas. Pienso en esa pareja de prometidos... Ya está. Es automático :-)
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