No iba a ser un sábado normal. O, al menos, con ese ánimo puse pie en tierra. Primero, siempre, el derecho. Por cuestiones mecánicas, nada de supersticiones. El despertar ya fue distinto: ni una obligación laboral a la vista. En la agenda, por la mañana, sólo figuraba la sesión de peluquería. Un masajito capilar por aquí, un igualar las puntas por allí y una llamada del periódico… para no variar. "¿Hoy no vienes, verdad?", escuché al otro lado de la comunicación. “Exacto. Ni estoy ni se me espera”, vino a ser la respuesta. Pasado el conato de sobresalto, seguimos con la relajación. Ya con cada mechón en su sitio, sin libertad de movimiento para las próximas veinte horas, llegó el turno para disfrutar de un aperitivo sin reloj…
Todo salía según el plan preestablecido: comida, una dosis controlada de sofá, paseo por el centro, penúltimas compras de regalos de Navidad… Y así, hasta eso de las ocho de la tarde. Entonces, a prepararse para la cena de empresa. Un poco de chapa y pintura, y camino del restaurante. Este sábado, por fin, tocaba cenar a una hora prudencial. Nada de llegar a los entrantes cuando el resto ya enfila el último plato. Esta vez, no. Un poquito de jamón, taquitos de queso, foie, ensaladas varias, setas aderezadas, bacalao, solomillo y algo afrodisiaco de postre… Una mirada a esta mesa, otra a la de más allá. Falta éste, ha venido aquél... Vinos, aguas y demás bebidas, antes del tradicional sorteo de Navidad. No hubo gordo, y tampoco fortuna, si atendemos por suerte que tu número se empareje al regalo más deseado por la mayoría. Mi madre, ¡cosas de madre!, anda encantada con su lote de cuchillos (?), y no hay mejor regalo que la sonrisa de una progenitora. Yo tiraba por los cacharritos tecnológicos, pero... El sábado, en el que se echó más de menos que demás, continuó con bailes, conversaciones y vasos que pasaban por la mano sin ánimo perpetuo. Tras la primera copa, llegó la criba inicial de personal. La siguiente, a eso de las tres de la madrugada. El resto, ya por camaradería, nos quedamos a cerrar las puertas. Echamos la llave, y desde el punto de fuga de La Cantera tocó devolver a sus respectivos domicilios a los más perjudicados. Para seguir con la tradición, mi trayecto concluyó en San Juan. De ahí, un paseo relajante hasta casa. Ni un alma por la calle, tampoco eran horas. Así, ante semáforos en rojo sin función objetiva, cargaba otro cartucho de una jornada diferente. Sin trabajo, de cena con los compañeros y fiesta de amigos...
No había sido un sábado normal, sin duda. Aunque, dicho todo, tampoco había alcanzado el grado de excepcional deseado. Para ello, faltaron ingredientes para condimentar al gusto la jornada. Pero el sábado no concluyó al llegar a casa, cuando el reloj ya enfilaba camino de las siete. El punto final llegó minutos más tarde, al cerrar los ojos y poner la mente a volar. Antes, por cumplir en algo los patrones diarios, me di una vuelta por las cuentas privadas: correo, alertas, redes sociales… Y ahí me encontré con la mejor imagen de la jornada: ni Pepito (nombre figurado) borracho ni Marianito (no más real) tirando la caña por si alguna dorada despistada mordía el anzuelo… Nada de eso. El Banco de España, ya sin caretas, felicita esta Navidad con una tarjeta en la que se muestra un detalle del mural del palacio del príncipe Mdivani en la antigua abadía de San Gregorio de Venecia. Hasta ahí, todo normal. Todo normal hasta que se observa el fragmento escogido de la obra del catalán Josep Maria Sert. El BdE se ha decantado, en estos tiempos de crisis, amor y paz, por una escena en la que dos jóvenes intentan evitar que otro caiga al vacío. Si se cree en las casualidades, aquí se acaba la cuestión. Si se va más allá, llegaría el juego de identificar a los protagonistas del mural. ¿Quién es quién en la escena de Sert? ¿El Banco de España sujeta, a la desesperada, al sistema financiero para que no se despeñe? ¿Se podría referir sólo a las cajas? ¿Recuerda a la ola de suicidios en Société Générale y France Télécom? ¿Habla del fracaso sin fronteras de la actual coyuntura económica? Con MAFO, “vale tudo”.
1 comentario:
No te veo comiendo setas aderezadas.
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