Los dardos siempre apuntan al centro de la diana. Allí, muy apuestos, lucen todavía políticos y banqueros. Ambos, alega la sociedad, han cometido el pecado de robar. En otros países, pasearían muñones por la plaza del pueblo. Aquí, como mucho, protagonizan los gritos de rabia de los ciudadanos en las manifestaciones que convocan los sindicatos para distraer a los que les acusan de mantenidos. Pero los políticos de ahora, en general, son de perfil bajo-muy bajo. Todos, los que nos gobiernan y también los que aún no han conseguido el apoyo del electorado en las urnas y, por ende, no han tenido la posible tentación de meter la mano en la caja común. Basta con radiografiar un día cualquiera en un municipio cualquiera para recabar ejemplos de todo sexo y condición. En Alicante, también, of course. Aquí más, que somos líderes. Sí, de economía sumergida, pero líderes.
Navegando por internet, distrayendo la atención por las redes sociales, he llegado a un comentario firmado en Facebook por Elena Martín, portavoz socialista en el Ayuntamiento de Alicante y partidaria de Carme Chacón en la batalla por la Secretaría General del PSOE. No va más allá de una anécdota, pero vale como pincelada en el retrato de toda una secretaria de Organización del PSPV. No va más allá de una anécdota, pero vale como toque de atención a una persona con cargo y aspiraciones. No va más allá, no, pero vale como excusa para exigir que ciertos representantes públicos se muestren mucho más minuciosos en sus apreciaciones.
Dice el mensaje en cuestión: “Por cierto, alguien ha leído algún artículo de El País, firmado por Luis Gómez, aparte del que firma contra Chacón? O será un oportuno pseudónimo?” Elena Martín se refiere al archicomentado “Chacón & compañía”, que se pudo leer el pasado domingo y que tanto revuelo regeneró en torno a la carrera previa al Congreso Federal por la contundencia de los argumentos contra la candidata catalana. Aparcando la intención de Elena Martín, muy obvia por evidente, la firma del autor podría tratarse de un seudónimo. Todos conocemos noticias que, por diversas justificaciones, se han publicado bajo la máscara de un nombre falso. Pero no es el caso. Basta con realizar una simple búsqueda por la Red para encontrar los últimos artículos publicados por un veterano de El País. De hecho, si existiera la memoria a medio plazo, vendría a la cabeza un texto, firmado por el propio Luis Gómez hace apenas dos meses bajo otro sugerente titular, “Se busca líder socialista no quemado”. Se podría indagar acerca del periodista en cuestión, pero resulta más hodierno abrir la manguera y salpicar, que algo quedará. ¿Es así, verdad? La ya raída estrategia del presunto…
Luis Gómez (1958) recaló en la redacción de Deportes de El País en 1982, donde llegó a ser redactor jefe. Ahora se dedica a elaborar reportajes, sobre todo de publicación dominical. Además, ha escrito dos libros, Crónica negra del Prestige, junto a Pablo Ordaz y España Connection, sobre el crimen organizado. En El País, durante los últimos meses, ha firmado reportajes/análisis acerca de los problemas judiciales de Iñaki Urdangarin y Baltasar Garzón, la sostenibilidad del sistema sanitario, la todavía culpabilidad desierta del Prestige o, en un regreso a su pasado, una entrevista (eso sí, con asiento electoral) al exseleccionador de baloncesto y actual entrenador del Estudiantes, Pepu Hernández. Es decir, Luis Gómez existe, mal que le pese a ciertos políticos incapaces de bucear por internet para evitar otro descrédito.
Pero toda situación tiene la absurda capacidad de empeorar. Pensando en la demostrada incompetencia de los políticos (para gobernar o, sin más, para ejercer como tal), la mente me traslada al pasado domingo. Sería en torno a las diez de la noche. Ya se daban los últimos retoques a las páginas, mientras yo esperaba la conclusión de los trabajos de reparación de la catenaria de la línea férrea entre Alicante y San Vicente. En esas, un compañero me alertó de la llegada de un correo electrónico que, me recalcó, iba a ser de mi total interés. Me dirigí a la bandeja de entrada y rebusqué un instante hasta dar con un envío de UPyD. Era de chiste. Pero de chiste malo. La nota de prensa recogía unas palabras del concejal Fernando Llopis, en las que se criticaba con dureza a varias instituciones por no “tomarse en serio” los robos de cobre, en una manifiesta alusión a la noticia del día. ¿Robos de cobre? ¿En la línea férrea? ¿En un comunicado a las diez de la noche? ¿De dónde sacaba esa información el edil? Parece que a Fernando Llopis le vino bien eso del Pisuerga y Valladolid para dar palos a unos y a otros. Ediciones digitales de los diarios, informativos radiofónicos y televisivos (locales, autonómicos e incluso nacionales) ya habían dicho y redicho que la alteración del servicio de Renfe se debía al robo de unas piezas (contrapesas, según Adif) y no a la sustracción de hilo de cobre. ¿Y qué más da? Él quiso ir unos pasos por delante de la noticia... Y lució sin rubor las prendas típicas del demagogo, del oportunista. ¿Que se robó algo bien distinto? ¡Qué más da! Adaptando una coletilla periodística, el concejal se debió repetir algo así como: “Fernando, no permitas que la realidad te estropee un buen comunicado”. Pasen y vean. La nota de UPyD rezaba lo siguiente: “Parece que la policía y la justicia no se toman en serio estos pequeños robos que algún día pueden causar una desgracia. Como sigamos así vamos a ser un país de pandereta. Hay que modificar las leyes para penalizar estos pequeños robos, y más en los tiempos que corren, ya estamos sufriendo que los carteristas campan por sus anchas en muchas ciudades ya que saben que sus pequeños robos no son considerados delito. No solo hay que poner orden en la economía sino también en la justicia”. Y tan pancho se quedó. Orgulloso, podríamos aventurar. Busqué, al día siguiente, si algún medio se había hecho eco de sus declaraciones. No encontré respuesta positiva. Suerte la suya. En ocasiones, merece la pena permanecer en silencio, que abrir la boca y despejar dudas.
Ejemplos, a puñados. Valgan estos dos, ambos cercanos a la intrascendencia, para demostrar lo ya sabido. Qué poco valor dan los políticos a sus palabras y, por extensión, a los receptores de las mismas, los ciudadanos. Nada sería igual si cada error, por indolencia, tuviera su consecuencia real.
Ejemplos, a puñados. Valgan estos dos, ambos cercanos a la intrascendencia, para demostrar lo ya sabido. Qué poco valor dan los políticos a sus palabras y, por extensión, a los receptores de las mismas, los ciudadanos. Nada sería igual si cada error, por indolencia, tuviera su consecuencia real.
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