11 de febrero de 2012

El absurdo rencor de la victoria

Garrido, Villarejo, Garrote... Las cabezas que presumen ser pensantes en este país andan instauradas en una espiral que las lleva directas hacia un preocupante agujero negro. Y el resto, por borreguismo, seguiremos la estela hasta llegar también a la nada. Que si Garzón es un delincuente y un sinvergüenza, que si el Supremo es una casta de burócratas al servicio de la venganza, que si se quemaron pocas iglesias y mataron a pocos curas. Como dice un colega, España es un país malfollao. Mucha fiesta, mucho cachondeo, pero a la hora de la verdad, nada. Y así andamos, desquiciados, con un rencor exacerbado, descalificando los unos a los otros y los otros a los unos… No sé si España es tal, pero resulta obvio que nos falta unas horas más de cocción a fuego lento.
Resulta así muy complicado predecir el futuro. Más en un país, como éste, donde las respuestas se convierten en viscerales sin mayor razón que la sinrazón. De unas horas para acá, si obviamos la reforma laboral, que no me atrevo ni a adjetivarla, en España las conversaciones sólo giran en torno a dos asuntos. Y parece imposible determinar en cuál las tripas (el corazón ya quedó atrás) ha tomado la palabra con mayor virulencia. A nadie escapa que el periodismo atraviesa un desierto repleto de minas. Pero compruebo con perplejidad y desazón que no pocos contribuyen a embarrar más, si cabe, ese tortuoso camino. Convertimos la sátira televisiva en el sentir informativo de una nación vecina, a la vez que negamos derechos básicos a los ciudadanos para defender a un juez popular, controvertido, estrella, valiente…, en definitiva, a un juez. No todo vale. No todo debe valer para enfrentar a dos países ni para enfrentar a dos Españas. Y nosotros, como periodistas, no debemos avivar las llamas que se generan a pie de calle. Pero, cada vez con más frecuencia, no sólo echamos aceleradores artificiales al fuego ya creado, sino que generamos la chispa. En esta senda, acabaremos por dar la razón a los mayas. Tiempo al tiempo.
Resulta del todo lamentable la campaña mediática que se ha originado a partir de las acusaciones de dopaje vertidas en un programa de humor de la televisión francesa. Y lo hacemos nosotros, los mismos que nos llevamos las manos a la cabeza cuando se censuró aquella portada de El Jueves con los príncipes en su alcoba. Nosotros que acusábamos de extremistas a los musulmanes por levantarse contra unas caricaturas que representaban a Mahoma en situaciones controvertidas. Nosotros, sí, ahora nos ofendemos porque unos muñecos de trapo dicen que los deportistas españoles se dopan. ¡Ahí es nada! Convertimos, sin rubor, el humor en información. Y los medios de comunicación, en una huida hacia la nada, enarbolan las banderas de revolución contra los molestos vecinos del norte. Nadie discute si los franceses son envidiosos (en lo deportivo, tienen motivos), pero provocar un conflicto casi diplomático sobrepasa los límites impuestos por la razón humana. Somos lo que somos, seres primarios, extremadamente básicos, que convierten las anécdotas en cuestión de Estado. Y la prensa deportiva, directamente, pirómanos reincidentes. ¿Chovinismo francés? Si aquí nos sometiéramos a una auditoría externa, saldríamos esquilmados. Seguro. Y ahora, campeones de Europa de fútbol sala... Miedo me da la reacción tras la crónica televisiva de los del gallo azul.
Resulta no menos bochornoso el espectáculo en el Tribunal Supremo. El reflejo de las dos Españas, de nuevo, salta a escena para entronar/vilipendiar al juez Garzón. Y los medios, en primera línea. He navegado hasta donde me han llevado mis remos… y nada. Imposible encontrar un, verbigracia, diario nacional capaz de ofrecer toda la información (hablo de datos, no de opiniones) necesaria para que un ciudadano, despojado de filias y fobias sobre Garzón (¿haberlos haylos?), pueda construirse una opinión argumentada, con sus matices pro y sus apuntes contra… Imposible. No hablo ya de la jungla de las emisoras radiofónicas. Me niego, por hastío, a valorar el fallo unánime de los siete magistrados del Supremo. Pero reconozco que esbozaré una sonrisa siempre que, en un estado democrático, los medios no estén justificados por un fin cualquiera (terrorismo y narcotráfico, tras el cristal). Nos debería doler una sociedad que vulnera sistemáticamente la presunción de inocencia y en la que ese derecho no pasa de ser una línea más de la Constitución, pero nos debería además preocupar una sociedad que pone en duda el ejercicio de blindar el derecho de defensa de unos imputados.
No valoro, repito, la sentencia del Supremo contra Garzón. La Justicia requiere de jueces molestos, que luchen (con la ley en la mano) contra las dictaduras, el terrorismo, el narcotráfico, la corrupción… Y ahí siempre estuvo Garzón, a pie de obra, cargando también con sus rencores y aprecios. Pero la Justicia, y por ende la sociedad, requiere de jueces comprometidos con el Derecho, que no antepongan el fin a los medios. No, en un estado democrático. Las tretas de los regímenes totalitarios deben quedar fuera. Por decoro. Por profesionalidad. Por honradez. Por democracia, sin más.  
Así, resulta complicado predecir el futuro. ¿Qué será lo próximo? El listón está bien alto, puede que sólo a la altura del mejor Sergéi Bubka. Ya hemos intentado despistar al personal permutando el humor por la información, el derecho de defensa con los crímenes del franquismo… Me falta creatividad para pronosticar el siguiente paso de una escalera con peldaños infinitos. Que la Justicia condene a los que infringen la ley (tengan nombre ilustre, familia con abolengo o cargo de urnas) y, el resto, riámonos con los humoristas, sean de trapo o de carne y hueso. Por cordura. Por salud mental. Falta nos hace...

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